/ martes 29 de agosto de 2017

¿Podrá el INE cultivarnos?

Con motivo de la fuga en un tubo que requería rápida atención, el técnico que debía repararla propuso él mismo presentarse el pasado domingo en mi domicilio a las nueve horas. Al dar las diez sin que apareciera le envié un mensaje y me respondió que le había surgido un problema familiar y no podía presentarse. Historias como esta se suceden en nuestras vidas cotidianas al grado de que casi las aceptamos como normales y la cuento aquí, porque el INE está impulsando una estrategia nacional para elevar la cultura cívica, la cual busca involucrar más a los ciudadanos en la vida política.

Uno de sus ejes se orienta a incrementar la exigencia por parte de la población hacia las autoridades para que cumplan lo que prometen. Eso está muy bien, e igualmente lo está que se considere dentro de dicha estrategia la asunción de la obligación de cumplir las normas por parte de sus destinatarios.

La referida estrategia busca fomentar una cultura política partiendo de la premisa de que sufrimos déficits democráticos derivados de fallas en dicha cultura. El propósito es magnífico pero requiere de una doble matización. La primera tiene que ver con nuestra narración inicial: el sustento de una cultura política sólida tiene que ser un arraigado compromiso con la ética personal y social. Cualquier estrategia dirigida a elevar la cultura cívica pasa por programas educativos y una campaña de concientización que ponga en primer plano el cumplimento de las obligaciones, antes de la exigencia de derechos.

Ello es así, porque la moral es fundamentalmente un compromiso con uno mismo, que nos obliga a cumplir deberes unilateralmente impuestos. No contiene la noción de bilateralidad que caracteriza la relación jurídica por virtud de la cual surgen los derechos. De manera que, si me comprometo a entregar un trabajo o a presentarme a cierta hora, debo hacerlo porque tengo la convicción interior de que está mal dejar de cumplir. Si al hacer un pago, el empleado me devuelve más dinero del que corresponde, tengo la obligación de no quedarme con él. Solamente cuando la conciencia propia opere mayoritariamente en favor de este tipo de principios éticos podremos edificar sobre ellos una mejor cultura política.

La otra matización se necesita porque, a mi juicio, la estrategia promovida por el INE contiene en sí misma un ingrediente de la cultura nacional por virtud del cual tendemos a la autoflagelación acentuando los rasgos negativos, atribuyéndonos la peor calificación en cuanto a honestidad, laboriosidad, etc. y comparándonos siempre peyorativamente respecto de otros. Las acciones previstas están bien encaminadas, según lo pude constatar en el evento correspondiente a Veracruz la semana pasada pero sus premisas, esencialmente acertadas, podrían ser un poco menos sombrías. El propio INE es la demostración de que en muchas áreas nuestra democracia es más superavitaria que deficitaria.

Ya quisieran en Estados Unidos, por ejemplo, haber creado una autoridad nacional con la capacidad organizacional de la nuestra, o con un registro nacional de electores del que ellos carecen. Es admirable el grado de confiabilidad de que goza en México la credencial de elector. Ya no se diga, la ejemplar conducta de cientos de miles de ciudadanos, que recogen y cuentan los votos durante la jornada electoral ofreciendo una conmovedora muestra de civismo. ¡Claro que tenemos problemas! y que podemos mejorar; por eso, bienvenida la iniciativa culturizadora del INE …pero no estamos tan mal.

 

eduardoandrade1948@gmail.com

Con motivo de la fuga en un tubo que requería rápida atención, el técnico que debía repararla propuso él mismo presentarse el pasado domingo en mi domicilio a las nueve horas. Al dar las diez sin que apareciera le envié un mensaje y me respondió que le había surgido un problema familiar y no podía presentarse. Historias como esta se suceden en nuestras vidas cotidianas al grado de que casi las aceptamos como normales y la cuento aquí, porque el INE está impulsando una estrategia nacional para elevar la cultura cívica, la cual busca involucrar más a los ciudadanos en la vida política.

Uno de sus ejes se orienta a incrementar la exigencia por parte de la población hacia las autoridades para que cumplan lo que prometen. Eso está muy bien, e igualmente lo está que se considere dentro de dicha estrategia la asunción de la obligación de cumplir las normas por parte de sus destinatarios.

La referida estrategia busca fomentar una cultura política partiendo de la premisa de que sufrimos déficits democráticos derivados de fallas en dicha cultura. El propósito es magnífico pero requiere de una doble matización. La primera tiene que ver con nuestra narración inicial: el sustento de una cultura política sólida tiene que ser un arraigado compromiso con la ética personal y social. Cualquier estrategia dirigida a elevar la cultura cívica pasa por programas educativos y una campaña de concientización que ponga en primer plano el cumplimento de las obligaciones, antes de la exigencia de derechos.

Ello es así, porque la moral es fundamentalmente un compromiso con uno mismo, que nos obliga a cumplir deberes unilateralmente impuestos. No contiene la noción de bilateralidad que caracteriza la relación jurídica por virtud de la cual surgen los derechos. De manera que, si me comprometo a entregar un trabajo o a presentarme a cierta hora, debo hacerlo porque tengo la convicción interior de que está mal dejar de cumplir. Si al hacer un pago, el empleado me devuelve más dinero del que corresponde, tengo la obligación de no quedarme con él. Solamente cuando la conciencia propia opere mayoritariamente en favor de este tipo de principios éticos podremos edificar sobre ellos una mejor cultura política.

La otra matización se necesita porque, a mi juicio, la estrategia promovida por el INE contiene en sí misma un ingrediente de la cultura nacional por virtud del cual tendemos a la autoflagelación acentuando los rasgos negativos, atribuyéndonos la peor calificación en cuanto a honestidad, laboriosidad, etc. y comparándonos siempre peyorativamente respecto de otros. Las acciones previstas están bien encaminadas, según lo pude constatar en el evento correspondiente a Veracruz la semana pasada pero sus premisas, esencialmente acertadas, podrían ser un poco menos sombrías. El propio INE es la demostración de que en muchas áreas nuestra democracia es más superavitaria que deficitaria.

Ya quisieran en Estados Unidos, por ejemplo, haber creado una autoridad nacional con la capacidad organizacional de la nuestra, o con un registro nacional de electores del que ellos carecen. Es admirable el grado de confiabilidad de que goza en México la credencial de elector. Ya no se diga, la ejemplar conducta de cientos de miles de ciudadanos, que recogen y cuentan los votos durante la jornada electoral ofreciendo una conmovedora muestra de civismo. ¡Claro que tenemos problemas! y que podemos mejorar; por eso, bienvenida la iniciativa culturizadora del INE …pero no estamos tan mal.

 

eduardoandrade1948@gmail.com