/ lunes 22 de agosto de 2016

¿Por qué enmudeció tu voz, Calíope?

  • Betty Zanolli Fabila

Carmina Calliope libris heroica mandat  (Ausonio, s. IV d.C.)

Cuando la poesía épica nació, el mundo antiguo se congratuló de poder celebrar las grandes hazañas de sus héroes, reales unos, producto del imaginario colectivo otros, pero algo era evidente, y eso lo percibimos lo mismo con las epopeyas sumerias que con los cantos de los rapsodas helenos, los poemas de Virgilio o con los trovadores de la época medieval que exaltaban a un Mio Cid, a un Rey Arturo, a un Rolland, pues bastaba escuchar sus historias, aquellas que integraban también las legendarias sagas nórdicas y aún germánicas, para entender que en aquellos remotos, pero también muy cercanos tiempos cada pueblo en su respectivo espacio y tiempo se sentía orgulloso de sus hombres y sus líderes, pero sobre todo de los valores comunes que de su sociedad ellos encarnaban. No por algo desde Grecia fue Calíope, la de la bella voz, la musa que acompañaba siempre con su elocuencia y oratoria a los dioses y para algunas versiones la progenitora de Orfeo, aquel que con el tañer de su lira logró dormir a las bestias y llegar hasta el Averno para conmover a su dios y así salvar a su amada. Como hubiera dicho Cicerón en su primera Catilinaria: O tempora, o mores!

Sí, otros eran los valores y sobre todo otros los ideales que la humanidad cantaba y exaltaba. Hoy en cambio nuestro país, México, padece y sobrevive a una realidad marcada por la violencia y la inseguridad, la impunidad y la corrupción en todos los órdenes y niveles; una criminalidad irracional multiforme que desgarra, inmisericorde, prácticamente a la sociedad entera en todos los confines del territorio, abatida por las incuantificables decenas de miles de secuestros, desapariciones forzadas y ejecuciones masivas que hacen presa lo mismo al ciudadano común y al funcionario municipal que a los hijos de los más poderosos y servidores de alto rango, sin distingo alguno. Un país que tras siglos de despojo y explotación, cuando creía haber encontrado la ruta para su despegue estructural, soberano e independiente, ha terminado, en tan solo un cuarto de siglo, sometido a un neodespojo despiadado, jamás imaginado ni en los peores momentos del latifundismo prerrevolucionario, que lo mismo ha hecho presa a las tierras, aguas, playas y mares que a sus recursos fosilíferos, en suma, todos los recursos naturales que permanecían aún vírgenes en gran medida y que algún día la Constitución reconoció correspondían como propiedad originaria a la Nación. Despojo perpetrado al amparo de la opacidad al que el propio legislativo nos condenó, facultando con ello además erigirse a la guadaña de la devastación sobre de nuestro medioambiente ante el impacto que producen, cada uno por separado y en conjunto, el fracking, el cultivo de los transgénicos y, sobre todo, la minería a cielo abierto. Y qué decir de la crisis magisterial que confronta a un sistema intolerante y de la catástrofe creciente que enfrenta la flamante Ciudad de México, víctima de la delincuencia, tráfico, contaminación, marchas, ambulantaje e insalubridad; expuesta a riesgos incalculables de creciente peligrosidad ante la descarnada explosión inmobiliaria que las últimas administraciones toleraron al margen de toda normatividad y que hoy tienen desecado gran parte de su subsuelo y ubicadas a millones de personas en zonas de alta vulnerabilidad. Frente a ello, por más que quisiéramos muchos, millones de mexicanos que otro fuera nuestro panorama, tal es nuestra realidad. Por eso duele Río de Janeiro, porque en este marasmo en el que estamos hundidos ni el deporte puede brillar como otras veces lo ha hecho, hundido también él en el pozo de la corrupción intestina. Sí, por eso y por muchísimo más las noticias malas, efectivamente, nos inundan, ahogándonos en la desesperanza, apatía e indiferencia.

Calíope ha enmudecido, México no escucha ya su voz, pues no hay hazañas que exaltar ni héroes que enaltecer. bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

  • Betty Zanolli Fabila

Carmina Calliope libris heroica mandat  (Ausonio, s. IV d.C.)

Cuando la poesía épica nació, el mundo antiguo se congratuló de poder celebrar las grandes hazañas de sus héroes, reales unos, producto del imaginario colectivo otros, pero algo era evidente, y eso lo percibimos lo mismo con las epopeyas sumerias que con los cantos de los rapsodas helenos, los poemas de Virgilio o con los trovadores de la época medieval que exaltaban a un Mio Cid, a un Rey Arturo, a un Rolland, pues bastaba escuchar sus historias, aquellas que integraban también las legendarias sagas nórdicas y aún germánicas, para entender que en aquellos remotos, pero también muy cercanos tiempos cada pueblo en su respectivo espacio y tiempo se sentía orgulloso de sus hombres y sus líderes, pero sobre todo de los valores comunes que de su sociedad ellos encarnaban. No por algo desde Grecia fue Calíope, la de la bella voz, la musa que acompañaba siempre con su elocuencia y oratoria a los dioses y para algunas versiones la progenitora de Orfeo, aquel que con el tañer de su lira logró dormir a las bestias y llegar hasta el Averno para conmover a su dios y así salvar a su amada. Como hubiera dicho Cicerón en su primera Catilinaria: O tempora, o mores!

Sí, otros eran los valores y sobre todo otros los ideales que la humanidad cantaba y exaltaba. Hoy en cambio nuestro país, México, padece y sobrevive a una realidad marcada por la violencia y la inseguridad, la impunidad y la corrupción en todos los órdenes y niveles; una criminalidad irracional multiforme que desgarra, inmisericorde, prácticamente a la sociedad entera en todos los confines del territorio, abatida por las incuantificables decenas de miles de secuestros, desapariciones forzadas y ejecuciones masivas que hacen presa lo mismo al ciudadano común y al funcionario municipal que a los hijos de los más poderosos y servidores de alto rango, sin distingo alguno. Un país que tras siglos de despojo y explotación, cuando creía haber encontrado la ruta para su despegue estructural, soberano e independiente, ha terminado, en tan solo un cuarto de siglo, sometido a un neodespojo despiadado, jamás imaginado ni en los peores momentos del latifundismo prerrevolucionario, que lo mismo ha hecho presa a las tierras, aguas, playas y mares que a sus recursos fosilíferos, en suma, todos los recursos naturales que permanecían aún vírgenes en gran medida y que algún día la Constitución reconoció correspondían como propiedad originaria a la Nación. Despojo perpetrado al amparo de la opacidad al que el propio legislativo nos condenó, facultando con ello además erigirse a la guadaña de la devastación sobre de nuestro medioambiente ante el impacto que producen, cada uno por separado y en conjunto, el fracking, el cultivo de los transgénicos y, sobre todo, la minería a cielo abierto. Y qué decir de la crisis magisterial que confronta a un sistema intolerante y de la catástrofe creciente que enfrenta la flamante Ciudad de México, víctima de la delincuencia, tráfico, contaminación, marchas, ambulantaje e insalubridad; expuesta a riesgos incalculables de creciente peligrosidad ante la descarnada explosión inmobiliaria que las últimas administraciones toleraron al margen de toda normatividad y que hoy tienen desecado gran parte de su subsuelo y ubicadas a millones de personas en zonas de alta vulnerabilidad. Frente a ello, por más que quisiéramos muchos, millones de mexicanos que otro fuera nuestro panorama, tal es nuestra realidad. Por eso duele Río de Janeiro, porque en este marasmo en el que estamos hundidos ni el deporte puede brillar como otras veces lo ha hecho, hundido también él en el pozo de la corrupción intestina. Sí, por eso y por muchísimo más las noticias malas, efectivamente, nos inundan, ahogándonos en la desesperanza, apatía e indiferencia.

Calíope ha enmudecido, México no escucha ya su voz, pues no hay hazañas que exaltar ni héroes que enaltecer. bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli