/ jueves 17 de diciembre de 2020

20 Años

Recuerdo lo que no quiero y no puedo olvidar lo que quisiera.

Marco Tulio Cicerón


La vida es un momento, un instante, efímera, pasajera. Entrega felicidad, amor, pasión, ímpetu, cariño, deseo. También, la vida es amarga y dura. Cruel y decepcionante. Aleccionadora y pedagógica.


La vida es una abstracción concreta. Caminamos con rumbo a lugares preconstruidos por el deseo o imitación. Nos alimentamos del futuro y del pasado, pero el presente nos ubica. Nuestros reales alimentos son la cercanía y la entrega incondicional de quienes amamos o sentimos vitales. En realidad, no sabemos describir los sentimientos. Únicamente nos invaden como aire fresco y nutritivo.

Sufrimos cuando perdemos esos estímulos. La nostalgia de esos besos o arrumacos nos cambian el sentido de la vida, a veces para descubrir otros impulsos o para reñir con los recuerdos. En nuestras vidas pasan emociones y pasajes que no se borran de eso llamado memoria. Y en ocasiones quisiéramos manejar la amnesia a nuestro libre albedrío. Resistimos pérdidas y ausencias.


En ese océano de sentimientos existe un dolor único, que es indescriptible y demoledor, me refiero a perder a un hijo. Uno mío se fue hace 20 años y me destrozó el alma. Sí, Pedrito partió y sólo me salvaron del precipicio Emiliano y Lidice Estelí, mis otros amados hijitos. Y también la ternura de Elenita, mi madre. Y otros seres cercanos. Su fresca presencia representó mis motivos para seguir viviendo.


Pedrito vivió en su cosmos, enfrentó a las miserias humanas y nunca cayó. Nadie le regaló nada. Vivió en carne propia la podredumbre del futbol profesional. Destacó desde pequeño. Fue seleccionado nacional Sub 17 y Sub 20. Fue mundialista. Tuvo que soportar a entrenadores de “prestigio” que carecían de valores humanos básicos. ¿Sus nombres? ¿Para qué? No ensuciemos este aniversario.


La experiencia en el equipo de sus amores, Pumas de la Universidad, representó una prueba definitoria en su vida. Se encontró con personajes de la misma especie que en las selecciones nacionales. Directivos y entrenadores miserables e hipócritas. ¿Nombres? Ahí andan dos de ellos. Uno que ahora es “comentarista” y enfermo de egolatría sin límites; y, el otro, que ahora está en Nuevo León, protegido por un enemigo de los jugadores jóvenes. No importan sus nombres. Imagínenlos. Estas líneas merecen respeto.


20 años sin Pedrito, pero siempre presente. Lo recordamos con su carácter alegre y bromista. Jugador fino y talentoso.


¡Nada de tristezas! Cumplo 20 años de escribir ininterrumpidamente y sin censuras en El Sol de México, cuya hospitalidad justiprecio.


Pedrito se fue sin irse. Lo tenemos en nuestro recuerdo. Por ahí nos encontraremos, hijito.


pedropenaloza@yahoo.com

Twitter: @pedro_penaloz

Recuerdo lo que no quiero y no puedo olvidar lo que quisiera.

Marco Tulio Cicerón


La vida es un momento, un instante, efímera, pasajera. Entrega felicidad, amor, pasión, ímpetu, cariño, deseo. También, la vida es amarga y dura. Cruel y decepcionante. Aleccionadora y pedagógica.


La vida es una abstracción concreta. Caminamos con rumbo a lugares preconstruidos por el deseo o imitación. Nos alimentamos del futuro y del pasado, pero el presente nos ubica. Nuestros reales alimentos son la cercanía y la entrega incondicional de quienes amamos o sentimos vitales. En realidad, no sabemos describir los sentimientos. Únicamente nos invaden como aire fresco y nutritivo.

Sufrimos cuando perdemos esos estímulos. La nostalgia de esos besos o arrumacos nos cambian el sentido de la vida, a veces para descubrir otros impulsos o para reñir con los recuerdos. En nuestras vidas pasan emociones y pasajes que no se borran de eso llamado memoria. Y en ocasiones quisiéramos manejar la amnesia a nuestro libre albedrío. Resistimos pérdidas y ausencias.


En ese océano de sentimientos existe un dolor único, que es indescriptible y demoledor, me refiero a perder a un hijo. Uno mío se fue hace 20 años y me destrozó el alma. Sí, Pedrito partió y sólo me salvaron del precipicio Emiliano y Lidice Estelí, mis otros amados hijitos. Y también la ternura de Elenita, mi madre. Y otros seres cercanos. Su fresca presencia representó mis motivos para seguir viviendo.


Pedrito vivió en su cosmos, enfrentó a las miserias humanas y nunca cayó. Nadie le regaló nada. Vivió en carne propia la podredumbre del futbol profesional. Destacó desde pequeño. Fue seleccionado nacional Sub 17 y Sub 20. Fue mundialista. Tuvo que soportar a entrenadores de “prestigio” que carecían de valores humanos básicos. ¿Sus nombres? ¿Para qué? No ensuciemos este aniversario.


La experiencia en el equipo de sus amores, Pumas de la Universidad, representó una prueba definitoria en su vida. Se encontró con personajes de la misma especie que en las selecciones nacionales. Directivos y entrenadores miserables e hipócritas. ¿Nombres? Ahí andan dos de ellos. Uno que ahora es “comentarista” y enfermo de egolatría sin límites; y, el otro, que ahora está en Nuevo León, protegido por un enemigo de los jugadores jóvenes. No importan sus nombres. Imagínenlos. Estas líneas merecen respeto.


20 años sin Pedrito, pero siempre presente. Lo recordamos con su carácter alegre y bromista. Jugador fino y talentoso.


¡Nada de tristezas! Cumplo 20 años de escribir ininterrumpidamente y sin censuras en El Sol de México, cuya hospitalidad justiprecio.


Pedrito se fue sin irse. Lo tenemos en nuestro recuerdo. Por ahí nos encontraremos, hijito.


pedropenaloza@yahoo.com

Twitter: @pedro_penaloz

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