/ viernes 1 de enero de 2021

2020

El 2020 será un año difícil de olvidar, para la gran mayoría será recordado como un annus horribilis. La situación anterior a la pandemia ya era complicada: todo anunciaba una crisis económica, la situación política con gobernantes como Trump y Bolsonaro, el nacionalismo, racismo y xenofobia, además de un creciente desempleo global derivado del uso de robots industriales y de inteligencia artificial, una debilidad institucional que se suma al agotamiento del capitalismo y de las clases políticas en el mundo. En medio de todo esto se dio la pandemia que puso a prueba no solo a todos los gobiernos, también a los cimientos de la civilización occidental.

La pandemia nos confronta contra nosotros mismos sobre lo que somos, lo que creemos en casi todos los aspectos, como trabajamos, nos relacionamos y nos cuidamos. Desde el confinamiento hasta la enseñanza, nuestra sensación de seguridad, el final de las masas y la profundización de la desigualdad. Al final, la pandemia es una tormenta que impacta a todos, pero a algunos en mejores condiciones que otros. La tormenta es la misma, la embarcación cambia.

Los cambios serán de largo plazo y de un impacto que no hemos medido; la gran pregunta es si estamos viviendo una crisis momentánea que terminará en unos meses o estamos viviendo el inicio de una era de desesperanza. Suponer que el problema concluirá con el fin de año es tan optimista como absurdo (por usar un eufemismo). Las horas más obscuras pueden estar al inicio del próximo año. Nos exigirá más, en un momento de gran agotamiento que nos demandará un mayor compromiso y claridad para llegar a un mejor estadio.

Sin embargo, el futuro está por escribirse. Los próximos días serán cruciales y determinantes para saber cómo iniciaremos el próximo año. Si seguimos las recomendaciones de las autoridades de salud y no salimos si no es necesario, usamos cubrebocas, evitamos reuniones y aglomeraciones podremos disminuir la curva de contagios, decrecer la enfermedad, el dolor y la muerte. Si la frivolidad, la negación, la desesperación y la falta de disciplina prevalecen el 2021 la situación podría empeorar; la buena noticia es que eso depende de nosotros.

En toda la oscuridad también hubo luz, tomamos conciencia de lo que es más importante que es la salud, pudimos estar más cercanos con las familias, pero en especial unas estrellas fueron las maestras y maestros de la Ciudad de México, que con gran trabajo, mística, compromiso y creatividad, enfrentaron la adversidad con una eficacia y dignidad extraordinaria, se concluyó un ciclo escolar e inició otro, navegando un mar sin cartografiar.

Podemos decir que el año que concluye se centra en qué aprendimos, no solo como sistema educativo, también como sociedad y personas. La única forma que todo el dolor y muerte que marcaron en 2020 tenga algún sentido es el aprendizaje que nos deje y la transformación que logremos de nosotros mismos, si nos hace mejores personas, profesionales y padres. Celebremos el año que termina, celebremos más que nunca a la vida, los tesoros de familia, amistad y la posibilidad de servir a nuestra patria en este momento. Pero la única celebración legítima es la que haremos en la intimidad, con cuidado y sin reuniones.


Twitter: @LuisH_Fernandez

El 2020 será un año difícil de olvidar, para la gran mayoría será recordado como un annus horribilis. La situación anterior a la pandemia ya era complicada: todo anunciaba una crisis económica, la situación política con gobernantes como Trump y Bolsonaro, el nacionalismo, racismo y xenofobia, además de un creciente desempleo global derivado del uso de robots industriales y de inteligencia artificial, una debilidad institucional que se suma al agotamiento del capitalismo y de las clases políticas en el mundo. En medio de todo esto se dio la pandemia que puso a prueba no solo a todos los gobiernos, también a los cimientos de la civilización occidental.

La pandemia nos confronta contra nosotros mismos sobre lo que somos, lo que creemos en casi todos los aspectos, como trabajamos, nos relacionamos y nos cuidamos. Desde el confinamiento hasta la enseñanza, nuestra sensación de seguridad, el final de las masas y la profundización de la desigualdad. Al final, la pandemia es una tormenta que impacta a todos, pero a algunos en mejores condiciones que otros. La tormenta es la misma, la embarcación cambia.

Los cambios serán de largo plazo y de un impacto que no hemos medido; la gran pregunta es si estamos viviendo una crisis momentánea que terminará en unos meses o estamos viviendo el inicio de una era de desesperanza. Suponer que el problema concluirá con el fin de año es tan optimista como absurdo (por usar un eufemismo). Las horas más obscuras pueden estar al inicio del próximo año. Nos exigirá más, en un momento de gran agotamiento que nos demandará un mayor compromiso y claridad para llegar a un mejor estadio.

Sin embargo, el futuro está por escribirse. Los próximos días serán cruciales y determinantes para saber cómo iniciaremos el próximo año. Si seguimos las recomendaciones de las autoridades de salud y no salimos si no es necesario, usamos cubrebocas, evitamos reuniones y aglomeraciones podremos disminuir la curva de contagios, decrecer la enfermedad, el dolor y la muerte. Si la frivolidad, la negación, la desesperación y la falta de disciplina prevalecen el 2021 la situación podría empeorar; la buena noticia es que eso depende de nosotros.

En toda la oscuridad también hubo luz, tomamos conciencia de lo que es más importante que es la salud, pudimos estar más cercanos con las familias, pero en especial unas estrellas fueron las maestras y maestros de la Ciudad de México, que con gran trabajo, mística, compromiso y creatividad, enfrentaron la adversidad con una eficacia y dignidad extraordinaria, se concluyó un ciclo escolar e inició otro, navegando un mar sin cartografiar.

Podemos decir que el año que concluye se centra en qué aprendimos, no solo como sistema educativo, también como sociedad y personas. La única forma que todo el dolor y muerte que marcaron en 2020 tenga algún sentido es el aprendizaje que nos deje y la transformación que logremos de nosotros mismos, si nos hace mejores personas, profesionales y padres. Celebremos el año que termina, celebremos más que nunca a la vida, los tesoros de familia, amistad y la posibilidad de servir a nuestra patria en este momento. Pero la única celebración legítima es la que haremos en la intimidad, con cuidado y sin reuniones.


Twitter: @LuisH_Fernandez