Hace 30 años entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), hoy Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que lo hizo el 1 de julio de 2020. Parteaguas en la historia de México que, como dice Héctor Aguilar Camín en el excelente paquete de ensayos que publica Nexos para abrir este año, transformó para siempre a México: una “mutación”, quizá “la más importante desde la Revolución”.
Comparto la visión. El NAFTA ha tenido efectos importantes en la economía de Estados Unidos y Canadá, pero el México de hoy no puede entenderse sin ese tratado y sería muy difícil imaginar un futuro sin él. Dependemos de lo que implica, hoy y en adelante, con oportunidades y retos no menos formidables.
Nuestras exportaciones en 1993 sumaron alrededor de 51 mil 900 millones de dólares. En años recientes han pasado de 570 mil millones, 10 veces más. Antes, la razón de comercio exterior de nuestra economía (exportaciones más importaciones entre PIB) era de cerca de 30%; en los últimos años ha pasado de 85 por ciento.
Nuestro país se consolida como principal socio comercial de Estados Unidos, desplazando a China, cuya irrupción en el mercado global se dio en los mismos años del TLCAN, limitando su impacto al quedarse con buena parte del comercio con nuestros vecinos y las inversiones. Hoy entramos a otra fase de enorme promesa para éste y para México, en un episodio de regionalización en la economía mundial.
El tratado sigue siendo un instrumento extraordinario de competitividad y desarrollo, así como para la mayor integración de Norteamérica, económica y más allá. Más que nunca. Pero los resultados no se darán por sí solos o por inercia. Hay que complementar con visión de largo plazo y una política de desarrollo nacional pragmática, como han recetado diversos economistas en todo este tiempo, por una obsesión con el crecimiento, por supuesto, sostenible e incluyente.
El TLCAN-TMEC es una realidad en evolución, como lo han sido la economía mundial y la nacional en estos años, que seguirán siéndolo. Su eficacia como palanca de desarrollo depende de lo que hagamos para ejercer fuerza en ella.
No podemos atribuirle todo el mérito de lo logrado, ni culparlo de lo que ha faltado, como el que no se haya cumplido la promesa de una mayor convergencia con los socios, en concreto, que seamos un país más rico y con mayor bienestar y oportunidades para toda la población.
El TMEC no puede llenar la falta de avance o compensar retrocesos en educación, Estado de derecho, seguridad pública, infraestructura, en una política industrial o de fomento como la que han seguido con visión y constancia países del Este de Asia, incluyendo China.
No es culpable de que México presente realidades tan dispares: una economía integrada a las cadenas productivas norteamericanas e internacionales, con altas tasas de inversión y crecimiento, y otra estancada, como, en general, el Sur-Sureste. Tampoco del limitante de que buena parte de nuestras empresas, sobre todo Mipymes y en la economía informal, no participen en esos encadenamientos, lo que se refleja en el bajo porcentaje de contenido nacional en nuestras exportaciones.
Debemos elevar la productividad y valor agregado nacional con actividades de creciente sofisticación, conectados a las oportunidades y los retos de hoy: era de la digitalización y la economía del conocimiento, Industria 4.0, transición a la economía de bajo carbono. El tratado no puede cubrir el vacío que dejemos en estos aspectos, pero sí puede ser un gran aliado para avanzar en todos ellos.
Lo que sí ha hecho ya es dar al país un fuerte soporte para la transformación económica y de certidumbre para la inversión. También de estabilidad, incluyendo en el tipo de cambio. Como ha dicho Jaime Serra Puche, al frente de la negociación en los 90, el efecto buscado en términos prácticos se consiguió: apertura y acceso al mercado internacional, capacidad de atraer más inversión y, para los tres países, reforzar la competitividad. Una alineación básica de intereses compartidos.
Como señala un ensayo de la cobertura referida de Nexos, México se separó claramente de Latinoamérica en cuanto a la dependencia de la exportación de materias primas: “la única gran economía latinoamericana que está profundamente inserta en las cadenas de valor mundiales, con posibilidades reales a corto plazo de aumentar el valor agregado de esos vínculos”.
Es probable que el mayor acierto económico del actual Gobierno de México, en clave de largo plazo, será el haberse reconciliado con el tratado, contra lo temido por sus antecedentes ideológicos. Con el TMEC, al concluir la negociación, ha avalado una reconfirmación, frente a fuertes presiones e incluso rechazo del gobierno estadounidense del momento.
También en Estados Unidos se vio que el tratado y la integración económica son elementos de los que no puede prescindirse sin incurrir en altos costos. Aunque en menor medida, su economía, y aun su estabilidad, están vinculadas.
Vienen retos muy importantes, con elecciones federales en México y Estados Unidos, así como la primera revisión del TMEC en 2026, cuando también se celebrará una copa mundial de futbol en los tres países.
El tratado debe estar en la agenda pública nacional. Cómo sacamos el mayor provecho. Cómo compaginamos con otros retos, como el de la migración y el del combate a la delincuencia.
Cómo nos aseguramos de estar a la altura del potencial del nearshoring, afianzando las condiciones para que derive en un proceso de inversión y transformación económica que sea otro parteaguas. Con un efecto multiplicador mayor, al que se suban más empresas y, ahora sí, el Sur-Sureste. Visión, sentido de oportunidad: no dejar pasar este tren.