/ martes 10 de agosto de 2021

500 años de resistencia indígena

La historia continuamente se rehace. Hallazgos y descubrimientos ponen énfasis en la gran cultura de la ciudad del lago, México-Tenochtitlán. La que, cuenta el mito, fundó una divinidad transfigurada en águila real. Una ciudad como pocas. Tan hermosa que aquellos conquistadores europeos se maravillaron al no encontrar una semejante en sus tierras.

Este 13 de agosto se cumplen 500 años de la caída del imperio mexica. Un choque de cosmovisiones que trajo aparejado la subordinación y, en gran medida, la extinción de nuestra vasta cultura; en el imaginario colectivo, quedaron resquicios de racismo y clasismo que hasta la fecha perduran y que nos laceran como sociedad. Baste ver la vulnerabilidad con que se encuentran comunidades indígenas y pueblos originarios (continuamente en pie de lucha, conquistando sus derechos y su identidad) o la omisión para rescatar lenguas madre y recuperar tradiciones que con el tiempo se han olvidado.

El golpe fue tan duro que por años menospreciamos la megadiversidad cultural que tiene este país y que solo se le compara con su enorme riqueza natural. Mucho tiempo lo nuestro fue lo menos y lo que venía del exterior era lo aceptado, lo correcto. Un archiduque fue traído de Europa para que gobernara porque, según se sabe, no éramos capaces de hacerlo. Visiones e instituciones eurocentristas nos rigieron por años bajo esa misma premisa. Ocultamos nuestro arte y tradiciones; León Portilla narra que la gente huyó a los cerros para sobrevivir, ahí encontró refugio.

Conmemoramos los 500 años de resistencia indígena y cultural. A la distancia, celebramos que, como Grecia con Roma, nuestra cultura prevalece y se edifica. Se expande y glorifica. Maravilla a la humanidad y nos hincha el pecho de orgullo. Raíces profundas y milenarias que se enredan con la historia y el mito. No debemos olvidar, somos hijas e hijos del sol; nuestro destino como pueblo es la casa del ave de plumas de oro. Ya lo refería el poeta Nezahualcóyotl.

En los albores del cambio que nos dejó la pandemia del COVID-19, un huey teocalli se edifica en la plancha del Zócalo capitalino y nos recuerda que nuestro pasado es glorioso. Lo que en realidad trasciende es el arte y la cultura. Quizá ese laberinto de la soledad solo acabe al redescubrirnos en nuestra identidad como pueblo mexicano.

Senadora por el PT

La historia continuamente se rehace. Hallazgos y descubrimientos ponen énfasis en la gran cultura de la ciudad del lago, México-Tenochtitlán. La que, cuenta el mito, fundó una divinidad transfigurada en águila real. Una ciudad como pocas. Tan hermosa que aquellos conquistadores europeos se maravillaron al no encontrar una semejante en sus tierras.

Este 13 de agosto se cumplen 500 años de la caída del imperio mexica. Un choque de cosmovisiones que trajo aparejado la subordinación y, en gran medida, la extinción de nuestra vasta cultura; en el imaginario colectivo, quedaron resquicios de racismo y clasismo que hasta la fecha perduran y que nos laceran como sociedad. Baste ver la vulnerabilidad con que se encuentran comunidades indígenas y pueblos originarios (continuamente en pie de lucha, conquistando sus derechos y su identidad) o la omisión para rescatar lenguas madre y recuperar tradiciones que con el tiempo se han olvidado.

El golpe fue tan duro que por años menospreciamos la megadiversidad cultural que tiene este país y que solo se le compara con su enorme riqueza natural. Mucho tiempo lo nuestro fue lo menos y lo que venía del exterior era lo aceptado, lo correcto. Un archiduque fue traído de Europa para que gobernara porque, según se sabe, no éramos capaces de hacerlo. Visiones e instituciones eurocentristas nos rigieron por años bajo esa misma premisa. Ocultamos nuestro arte y tradiciones; León Portilla narra que la gente huyó a los cerros para sobrevivir, ahí encontró refugio.

Conmemoramos los 500 años de resistencia indígena y cultural. A la distancia, celebramos que, como Grecia con Roma, nuestra cultura prevalece y se edifica. Se expande y glorifica. Maravilla a la humanidad y nos hincha el pecho de orgullo. Raíces profundas y milenarias que se enredan con la historia y el mito. No debemos olvidar, somos hijas e hijos del sol; nuestro destino como pueblo es la casa del ave de plumas de oro. Ya lo refería el poeta Nezahualcóyotl.

En los albores del cambio que nos dejó la pandemia del COVID-19, un huey teocalli se edifica en la plancha del Zócalo capitalino y nos recuerda que nuestro pasado es glorioso. Lo que en realidad trasciende es el arte y la cultura. Quizá ese laberinto de la soledad solo acabe al redescubrirnos en nuestra identidad como pueblo mexicano.

Senadora por el PT