/ jueves 25 de agosto de 2016

Agenda Ciudadana

  • Rebecca Arenas Martínez
  • El Tiempo Político de la Ciudadanía

Alguien dijo y con razón, que “en los asuntos públicos todo tiempo es tiempo político”, porque tiene que ver con la “Polis”, es decir, con el pueblo, el central destinatario de todos los esfuerzos de un Gobierno democrático.

Las distintas facetas de nuestra democracia ocurren y se miden en un tiempo político, desde la coexistencia entre los partidos, la preparación y desarrollo de los procesos electorales; la instauración de los Gobiernos y Congresos electos por la ciudadanía, hasta el ejercicio del quehacer gubernamental y la legislación de las leyes que nos gobiernan.

En la actualidad, en prácticamente todas las etapas que conforman nuestro proceso democrático, ha habido importantes avances legales e institucionales que debemos reconocer y valorar, pero la parte referente al seguimiento y evaluación de cómo se gobierna y sus resultados, continúa rezagada.

Una de las razones, es que la ciudadanía organizada que debe supervisar y evaluar a los Gobiernos y Congresos, aún se encuentra en pañales. Ocupada prioritariamente en resolver su sustento, la mayoría de la gente se muestra reacia a participar en los asuntos públicos, porque no confía en lo políticos ni en los servidores públicos, negándose a  ser utilizada, engañada y a perder su tiempo, para al final no lograr soluciones para sus problemas. No es una negativa gratuita, la gente ya ha padecido muchos desengaños. Se cansó de esperar que “las cosas cambien” y hoy se repliega rumiando su resabio disfrazado de indiferencia, ignorando todo lo político.

Los Gobiernos tampoco han hecho un esfuerzo cabal por revertir esa desconfianza ganada a pulso que vive la ciudadanía. En tiempo de elecciones, lo hemos visto innumerables ocasiones, Gobiernos y partidos, intentan un acercamiento coyuntural, lucrando con la necesidad de los más necesitados, pero igual ya lo hemos visto, que cada vez les funciona menos. Como vemos, muy poco  o nada, han hecho los Gobiernos por impulsar la participación ciudadana, a la que consideran una incómoda piedra en el zapato, limitándose a “taparle el ojo al macho” con representaciones ciudadanas de membrete, designadas ex profeso para estar siempre de acuerdo con lo que diga el Gobierno.

Este círculo perverso, de simulación constante por parte de las autoridades gubernamentales, y de indiferencia o repudio por parte de las verdaderas organizaciones ciudadanas marginadas por el Gobierno, es lo que ha provocado los escenarios de exceso y desvío que vemos ocurrir en la mayoría de las entidades del país, y que en Veracruz ha alcanzado un nivel de desvergüenza y escándalo inusitado.

El mandato de gobernar que otorgan los ciudadanos a quien triunfa  en las urnas, no es una concesión graciosa para que quien gobierna actúe a su total arbitrio “sirviéndose con la cuchara grande” en la mayor impunidad, como ya lo hemos visto y padecido;  el mandato de gobernar tiene como único propósito el beneficio de la gente. Así de sencillo, y así de grave lo poco acotados que aún están los Gobiernos para garantizar que actúen como es debido. Se ha dicho y repetido hasta el cansancio, que la única  forma de que esto ocurra, es sujetar la acción de Gobierno a una permanente y sistemática contraloría social ejercida por los ciudadanos. Para algunos esto es una utopía, para los más que no tienen privilegios que preservar y claman justicia social para todos, esta es la única forma de salir del atolladero de nuestra incompleta democracia: Lograr un tiempo político a la participación ciudadana.

Se requieren espacios de participación ciudadana, no coyunturales, sino que estén previstos en la ley, que vayan desde el diseño de políticas públicas, aportando su experiencia y conocimiento sobre los problemas que padece, hasta la canalización de recursos públicos en aquellos rubros verdaderamente prioritarios para la población, pasando por la designación de representantes de la sociedad organizada en los estructuras de Gobierno que así lo prevean.

En el tiempo político de la ciudadanía, tendría que fomentarse una nueva cultura política de participación responsable, que evite caer en costosos absurdos de voluntarismo y discrecionalidad, de simulación e irresponsabilidad, y uno de los aliados fundamentales en este proceso debería ser el Gobierno. Al final de cuentas si esto no ocurre, se seguirán agudizando las contradicciones, y el círculo perverso que acota a la ciudadanía, en vez de romperse de manera pacífica al través de un nuevo diálogo Gobierno-ciudadanía, podría ocurrir de forma violenta y con desmanes, generando desgobierno, y en este escenario todos saldremos perdiendo. rayarenas@gmail.com

  • Rebecca Arenas Martínez
  • El Tiempo Político de la Ciudadanía

Alguien dijo y con razón, que “en los asuntos públicos todo tiempo es tiempo político”, porque tiene que ver con la “Polis”, es decir, con el pueblo, el central destinatario de todos los esfuerzos de un Gobierno democrático.

Las distintas facetas de nuestra democracia ocurren y se miden en un tiempo político, desde la coexistencia entre los partidos, la preparación y desarrollo de los procesos electorales; la instauración de los Gobiernos y Congresos electos por la ciudadanía, hasta el ejercicio del quehacer gubernamental y la legislación de las leyes que nos gobiernan.

En la actualidad, en prácticamente todas las etapas que conforman nuestro proceso democrático, ha habido importantes avances legales e institucionales que debemos reconocer y valorar, pero la parte referente al seguimiento y evaluación de cómo se gobierna y sus resultados, continúa rezagada.

Una de las razones, es que la ciudadanía organizada que debe supervisar y evaluar a los Gobiernos y Congresos, aún se encuentra en pañales. Ocupada prioritariamente en resolver su sustento, la mayoría de la gente se muestra reacia a participar en los asuntos públicos, porque no confía en lo políticos ni en los servidores públicos, negándose a  ser utilizada, engañada y a perder su tiempo, para al final no lograr soluciones para sus problemas. No es una negativa gratuita, la gente ya ha padecido muchos desengaños. Se cansó de esperar que “las cosas cambien” y hoy se repliega rumiando su resabio disfrazado de indiferencia, ignorando todo lo político.

Los Gobiernos tampoco han hecho un esfuerzo cabal por revertir esa desconfianza ganada a pulso que vive la ciudadanía. En tiempo de elecciones, lo hemos visto innumerables ocasiones, Gobiernos y partidos, intentan un acercamiento coyuntural, lucrando con la necesidad de los más necesitados, pero igual ya lo hemos visto, que cada vez les funciona menos. Como vemos, muy poco  o nada, han hecho los Gobiernos por impulsar la participación ciudadana, a la que consideran una incómoda piedra en el zapato, limitándose a “taparle el ojo al macho” con representaciones ciudadanas de membrete, designadas ex profeso para estar siempre de acuerdo con lo que diga el Gobierno.

Este círculo perverso, de simulación constante por parte de las autoridades gubernamentales, y de indiferencia o repudio por parte de las verdaderas organizaciones ciudadanas marginadas por el Gobierno, es lo que ha provocado los escenarios de exceso y desvío que vemos ocurrir en la mayoría de las entidades del país, y que en Veracruz ha alcanzado un nivel de desvergüenza y escándalo inusitado.

El mandato de gobernar que otorgan los ciudadanos a quien triunfa  en las urnas, no es una concesión graciosa para que quien gobierna actúe a su total arbitrio “sirviéndose con la cuchara grande” en la mayor impunidad, como ya lo hemos visto y padecido;  el mandato de gobernar tiene como único propósito el beneficio de la gente. Así de sencillo, y así de grave lo poco acotados que aún están los Gobiernos para garantizar que actúen como es debido. Se ha dicho y repetido hasta el cansancio, que la única  forma de que esto ocurra, es sujetar la acción de Gobierno a una permanente y sistemática contraloría social ejercida por los ciudadanos. Para algunos esto es una utopía, para los más que no tienen privilegios que preservar y claman justicia social para todos, esta es la única forma de salir del atolladero de nuestra incompleta democracia: Lograr un tiempo político a la participación ciudadana.

Se requieren espacios de participación ciudadana, no coyunturales, sino que estén previstos en la ley, que vayan desde el diseño de políticas públicas, aportando su experiencia y conocimiento sobre los problemas que padece, hasta la canalización de recursos públicos en aquellos rubros verdaderamente prioritarios para la población, pasando por la designación de representantes de la sociedad organizada en los estructuras de Gobierno que así lo prevean.

En el tiempo político de la ciudadanía, tendría que fomentarse una nueva cultura política de participación responsable, que evite caer en costosos absurdos de voluntarismo y discrecionalidad, de simulación e irresponsabilidad, y uno de los aliados fundamentales en este proceso debería ser el Gobierno. Al final de cuentas si esto no ocurre, se seguirán agudizando las contradicciones, y el círculo perverso que acota a la ciudadanía, en vez de romperse de manera pacífica al través de un nuevo diálogo Gobierno-ciudadanía, podría ocurrir de forma violenta y con desmanes, generando desgobierno, y en este escenario todos saldremos perdiendo. rayarenas@gmail.com