“El poder, todo poder, es una conjura”, así resumió un intelectual francés del siglo XIX el origen del “opio” de los mandones. Si recordamos que conjurar proviene del latín "coniurare", la palabra resulta menos ominosa. Jurar significa pronunciar una fórmula ritual de derecho, de "jur", de "jus": propuesta conforme a Derecho, en cuyos términos se obligan los conjurados. Los conjurados actúan dentro de cauces jurídicos, para alcanzar sus fines. Los delincuentes conjurados actúan conforme a las normas del hampa.
El poder lo buscan no solo los hombres y las mujeres dedicados exclusivamente al menester denominado política. Sin poder. No serían capaces de realizar sus fines quienes se dedican a promover actividades altruistas, ajenas al lucro y a propósitos de ocupar posiciones de relevancia en la organización institucional denominada Estado.
Gastón García Cantú, el historiador, escritor, y editorialista, solía mencionar ideas y propuestas de José Ortega y Gasset, que este filósofo, sociólogo y crítico español refería a alguna situación en España que García Cantú consideraba semejante a alguna que en México se vivía. Así utilizó, como prefacio de una recopilación de sus artículos que publicó la UNAM con el título de "Política Mexicana", unas líneas de Ortega consonantes con la situación que México padecía en 1972: “… el español que pretenda huir de las preocupaciones nacionales será hecho prisionero de ellas diez veces al día… y acabará por comprender que para un hombre nacido entre el Bidasoa y Gibraltar es España el problema primero, plenario y perentorio. Este problema es el de transformar la realidad circundante. Al instrumento para producir esa transformación llamamos política. El español necesita, pues, ser antes que nada político.” Y García Cantú cerró la cita con su frase lapidaria: ¡Como el mexicano!
Ser político significa estar dedicado a propiciar que los valores sociales se redistribuyan constantemente entre quienes padecen carencias sustantivas. Los valores sociales son los objetos de necesidades, actitudes, deseos.
Cuarenta y tres millones de mexicanos carecen de seguridad económica. Deben obtener cada día, los mendrugos indispensables para su supervivencia. Otros once millones cuatrocientos mil, descendientes de las culturas originales, en minúsculas parcelas en los valles y en las faldas de las montañas cosechan el maíz y el frijol que les permite sobrevivir. Éstos son calificados como indígenas, como indios, condenados por la discriminación profundamente arraigada en los grupos de población “blanca y mestiza” a vivir marginados. Ellos y sus hijos carecen de educación. Quienes van a la escuela, acuden a una construcción deteriorada, endeble, sin agua, sin pizarrones o mesabancos, sin servicios sanitarios con precaria electricidad pero con abundancia de goteras y Sol abrazador, según la temporada.
Las organizaciones federal, estatal y municipal son manipuladas por una cúspide de grupos de interés particular que todo lo obtienen a través de una “conexión”.
La oposición perdurable cabal, que surgiera en 1988, fue contaminada por grupos que negocian prebendas familiares. Es indispensable que se robustezca la oposición responsable, cuya actuación propicie que sea considerada como un Poder del Estado, que no del Gobierno. Una oposición que no sea vista como un grupo de perdedores sino de innovadores. A ésta se refieren Gastón García Cantú y José Ortega y Gasset, al recomendar que cada ciudadano se convierta en político de tiempo completo. Su actividad, producto de la información corroborada, propiciará la redistribución constante de valores sociales entre toda la población nacional territorial. Los de la cúspide ya lo tienen todo.