/ domingo 6 de noviembre de 2016

Cultura a la mexicana

“Porque los tiempos… están cambiando”

Bob Dylan para los cuates, nos contestaría –con el título de una de sus canciones más famosas- si no se tratara de él mismo y la polémica global que causó que le hayan otorgado el “Premio Nobel” en este 2016, ya otoñal. Sin duda un caso inusitado para muchos de los que año con año seguimos la entrega de la que consideramos la distinción más importante en cualquier actividad que tenga que ver con el bien de la humanidad, entre ellas la literatura. Pero que también, tradicionalmente hemos asumido, erróneamente y sin discusión alguna, una distancia insuperable entre las dos manifestaciones específicas del arte: la música y la poesía. Y por lo mismo, no obstante la admiración icónica que experimentamos por el cantautor, pusimos en duda la pertinencia de la condecoración, no porque dudáramos de su trascendencia social, sino porque no lo teníamos registrado como literato.

Siendo que la discusión se puede abordar de distintas maneras, yo creo que en primer lugar, la cuestión debe analizarse desde su aspecto técnico y como tal, establecer qué las distingue y qué las une; en ese sentido y sin tratar de ser meticuloso, tarea que le dejo a los expertos, asumo que la relación entre la música y la literatura es muy antigua e íntima, al grado que la poesía nació unida con la música.

Las canciones y rimas -es decir música con letra- se emplearon primeramente para que los eventos importantes de la sociedad, predominantemente analfabeta, no fueran olvidados por las generaciones siguientes. De allí que la música y la literatura, concretamente la poesía, estén ligadas desde la época en que los trovadores o juglares iban de aldea en aldea, interpretando para quien quisiera escucharlos, su poesía musicalizada, cuya calidad era muy discutible considerando la nula preparación formal del cantautor ambulante.

Ya en la Edad Media esto les llevó a hacer la distinción entre los oficios de:juglaría, con carácter popular de autor anónimo y cuya transmisión oral fue diseñada para divertir o informar al vulgo de los grandes acontecimientos y por otra parte el de clerecía, caracterizado como actividad con autor generalmente conocido, sujeto a una técnica depurada y principalmente destinada para adoctrinar a los fieles y que a diferencia de la primera, su transmisión era en la forma escrita.

A mi modo de ver, tal diferencia está dejando de existir, pues hoy por hoy, muy pocos se atreverían a negarle el adjetivo de poeta a un Juan Manuel Serrat o a un Luis Eduardo Aute, sólo por referirme a dos artistas de la lengua española, y desde luego habría quien incluiría en la enorme lista de aspirantes al “Nobel de Literatura”al recién fallecido Juan Gabriel -yo no lo haría- , sobre todo considerando el reciente suceso en que participó el intelectual, Nicolás Alvarado y del que el “Divo de Juárez”, después de muerto,salió más que airoso que nunca.

Desde luego que las razones de la entrega del prestigiado premio van de la mano con las circunstancias que rodeana los integrantes de “La Academia Sueca”, circunstancias que están más allá de su disposición personal para el cambio y cuya explicación no creo que esté relacionada con su edad, pues su promedio rebasa los 70 años y aun cuando coinciden en eso con el flamante galardonado, no veo el por qué no dieron ese golpe de timón antes, si como Borges, Dylan ya había sido nominado anteriormente, nominación que muy pocos tomaban en serio.

En fin, lo hecho, hecho está, y no obstante su actitud grosera, al no reaccionar oportunamente a las notificaciones oficiales y no oficiales; lo que nos hizo pensar que rechazaría el premio, a la manera de Jean Paul Sartre; al final dio señales de vida, yo creo que cuando le dijeron a cuanto ascendía el monto económico del premio, ni tardo ni perezoso levantó la mano y abrió su bolsillo.

Y porque los tiempos cambian y como signo de los mismos, un juglar de culto pero al fin juglar, recibe un reconocimiento que pensábamos exclusivo del mester de clerecía, es decir, de los intelectuales puros. Y si es correcto o no:

“La respuesta está… en el viento”. napoleonef@hotmail.com

“Porque los tiempos… están cambiando”

Bob Dylan para los cuates, nos contestaría –con el título de una de sus canciones más famosas- si no se tratara de él mismo y la polémica global que causó que le hayan otorgado el “Premio Nobel” en este 2016, ya otoñal. Sin duda un caso inusitado para muchos de los que año con año seguimos la entrega de la que consideramos la distinción más importante en cualquier actividad que tenga que ver con el bien de la humanidad, entre ellas la literatura. Pero que también, tradicionalmente hemos asumido, erróneamente y sin discusión alguna, una distancia insuperable entre las dos manifestaciones específicas del arte: la música y la poesía. Y por lo mismo, no obstante la admiración icónica que experimentamos por el cantautor, pusimos en duda la pertinencia de la condecoración, no porque dudáramos de su trascendencia social, sino porque no lo teníamos registrado como literato.

Siendo que la discusión se puede abordar de distintas maneras, yo creo que en primer lugar, la cuestión debe analizarse desde su aspecto técnico y como tal, establecer qué las distingue y qué las une; en ese sentido y sin tratar de ser meticuloso, tarea que le dejo a los expertos, asumo que la relación entre la música y la literatura es muy antigua e íntima, al grado que la poesía nació unida con la música.

Las canciones y rimas -es decir música con letra- se emplearon primeramente para que los eventos importantes de la sociedad, predominantemente analfabeta, no fueran olvidados por las generaciones siguientes. De allí que la música y la literatura, concretamente la poesía, estén ligadas desde la época en que los trovadores o juglares iban de aldea en aldea, interpretando para quien quisiera escucharlos, su poesía musicalizada, cuya calidad era muy discutible considerando la nula preparación formal del cantautor ambulante.

Ya en la Edad Media esto les llevó a hacer la distinción entre los oficios de:juglaría, con carácter popular de autor anónimo y cuya transmisión oral fue diseñada para divertir o informar al vulgo de los grandes acontecimientos y por otra parte el de clerecía, caracterizado como actividad con autor generalmente conocido, sujeto a una técnica depurada y principalmente destinada para adoctrinar a los fieles y que a diferencia de la primera, su transmisión era en la forma escrita.

A mi modo de ver, tal diferencia está dejando de existir, pues hoy por hoy, muy pocos se atreverían a negarle el adjetivo de poeta a un Juan Manuel Serrat o a un Luis Eduardo Aute, sólo por referirme a dos artistas de la lengua española, y desde luego habría quien incluiría en la enorme lista de aspirantes al “Nobel de Literatura”al recién fallecido Juan Gabriel -yo no lo haría- , sobre todo considerando el reciente suceso en que participó el intelectual, Nicolás Alvarado y del que el “Divo de Juárez”, después de muerto,salió más que airoso que nunca.

Desde luego que las razones de la entrega del prestigiado premio van de la mano con las circunstancias que rodeana los integrantes de “La Academia Sueca”, circunstancias que están más allá de su disposición personal para el cambio y cuya explicación no creo que esté relacionada con su edad, pues su promedio rebasa los 70 años y aun cuando coinciden en eso con el flamante galardonado, no veo el por qué no dieron ese golpe de timón antes, si como Borges, Dylan ya había sido nominado anteriormente, nominación que muy pocos tomaban en serio.

En fin, lo hecho, hecho está, y no obstante su actitud grosera, al no reaccionar oportunamente a las notificaciones oficiales y no oficiales; lo que nos hizo pensar que rechazaría el premio, a la manera de Jean Paul Sartre; al final dio señales de vida, yo creo que cuando le dijeron a cuanto ascendía el monto económico del premio, ni tardo ni perezoso levantó la mano y abrió su bolsillo.

Y porque los tiempos cambian y como signo de los mismos, un juglar de culto pero al fin juglar, recibe un reconocimiento que pensábamos exclusivo del mester de clerecía, es decir, de los intelectuales puros. Y si es correcto o no:

“La respuesta está… en el viento”. napoleonef@hotmail.com

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