- Andrea Cataño
- Sentencia de muerte para el mar
Cuando estamos en la playa, contemplando el mar, rara vez pensamos en cuánto lo hemos contaminado. La cantidad de plástico que acaba en los océanos, que oscila entre cinco y trece millones de toneladas cada año, podría multiplicarse por diez en la próxima década de no mejorar las prácticas internacionales de gestión de basura, de acuerdo con la Asociación Estadunidense para el Avance de las Ciencias (AAAS, por su sigla en inglés). Según sus datos, los países costeros generaron cerca de 275 millones de toneladas de desperdicios de plástico, de los que entre 4.8 y 12.7 millones de toneladas fueron a parar al mar, como fragmentos de redes y cuerda, restos de botellas, malla, etcétera, y los países que más contribuyeron con esta basura marina fueron China, Indonesia y Filipinas.
La basura marina pone en riesgo la supervivencia de los ecosistemas marinos y es indispensable que se haga algo para impedir que este problema crezca conforme a la estimación de los científicos que se han encargado de estudiar el fenómeno.
Pues bien, este no es el único peligro que acecha hoy a los mares y océanos. Se cierne sobre ellos lo que sería su sentencia de muerte: la minería submarina. Una compañía minera canadiense, Nautilus Minerals, ya tiene los permisos para llevar a cabo una idea absurda que podría convertirse en un desastre planetario: construir la primera mina para buscar y extraer oro del fondo del mar. La actividad minera utiliza químicos altamente tóxicos como cianuro, mercurio, ácido sulfúrico, acído nítrico y disolventes para separar los minerales de la mina; nitrato de amonio y petróleo combustible (ANFO) para la voladura de túneles; metales pesados tales como el mercurio, uranio y plomo, por mencionar los más venenosos, cuyos efectos devastadores para los ecosistemas terrestres todos conocemos. Imáginense ahora a empresas desatadas buscando minerales en el lecho marino lejos de cualquier escrutinio. ¡Es lo último que necesitan nuestros océanos moribundos!
Afortunadamente, la empresa que tiene el permiso, no ha logrado todavía el financiamiento necesario para llevar a cabo su propósito. Por supuesto, el lugar elegido para la mina es justo al lado de uno de los tesoros marinos del planeta: un rico ecosistema en las costas de Papúa Nueva Guinea que lo tiene todo, desde arrecifes de coral llenos de vida hasta cachalotes. Es una señal de lo que está por venir si no paramos esta monstruosa industria emergente.
Los científicos estudiosos de los ecosistemas constantemente nos advierten de lo increíblemente interdependientes que son y los humanos, somos también enormemente dependientes para nuestra supervivencia de pequeñas criaturas que ni siquiera imaginamos, como el plancton, o de organismos mayores, como los erizos demar, pero nos hemos convertido en inconscientes depredadores de los recursos del planeta sin pensar en que no tenemos otro hogar.
Estamos ante una emergencia mundial y debemos unirnos en la batalla por mantener un equilibrio sano entre nuestra forma de vida y la naturaleza. No debe permitirse jamás la explotación de minas submarinas. Habría que investigar cómo obtuvo Nautilus Minerals el permiso del Gobierno de Papúa y obligarlo a éste a revocarlo para impedir que se lleve a cabo el criminal proyecto detrás del cual solo hay avaricia.
Quien desee contribuir con su firma a evitar este ecocidio, puede firmar una petición en esta dirección: https://secure.avaaz.org/es/png_nautilus_loc/?bZCFpdb&v=79811&cl=10458185597&_checksum=5007f96b42bb240554b8b24755babdec76ca5f615729d4e72ef24b2373300cf0, pues como decía la Madre Teresa de Calcuta, “A veces sentimos que lo que hacemos es solo una gota, pero el mar sería mucho menos si le faltara una gota”.