/ sábado 19 de agosto de 2017

De la violencia verbal a la violencia física

Para nuestro infortunio, tenemos varios ejemplos que ratifican esa peligrosa dinámica en ambientes en dónde no debieran tener cabida. Es decir, en la democracia como ejercicio ciudadano e institucional, en dónde las discrepancias se dirimen mediante argumentos, movilizaciones y ocasionalmente, leves refriegas callejeras. El problema radica cuando el líder principal, en estos casos, el Presidente y jefe del gobierno se enzarzan en una retórica intolerante y amenazante hacia sus adversarios, o peor aún, contra todo aquél que piense, actúe y manifieste sus desacuerdos. Me refiero a los casos de los presidentes de Estados Unidos y Venezuela.

De forma gradual, aunque sistemática, ambos mandatarios se han aislado, primero de contexto internacional y luego, de los principales grupos y organizaciones de sus respectivos países. Desde luego que son casos diferentes en circunstancias también, excepcionales. Sin embargo, hay una grave similitud: la utilización casi diaria, de un lenguaje alejado y en no pocas ocasiones, contrario a las buenas maneras, que tanto sirven en la vida cotidiana para tener un conjunto de relaciones personales basadas en el respeto y la atención. Lo anterior es todavía más importante para un líder político nacional, que por naturaleza es el referente de cómo actúa y procesa la sociedad sus diferencias. La actitud que asuma el presidente en cuestión para perseguir, encarcelar y reprimir a la disidencia, solo abona el terreno para la desestabilización. Como ocurre en Venezuela.

Por lo que hace a Estados Unidos y el creciente clima de confrontación verbal entre el presidente y cualquier personalidad que opine de manera diferente, ha comenzado a traducirse en violentos choques entre manifestantes, tal y como sucedió en días pasados en el Estado de Virginia. Las deserciones en el entorno del jefe de La Casa Blanca, alcanzan proporciones de auténtico naufragio político y de un severo cuestionamiento a las capacidades de conducción de los asuntos nacionales. Más allá de los señalamientos respecto de los apoyos de grupos racistas y extremistas por parte de la gestión del Presidente estadounidense, es visible su progresivo aislamiento, ahora inclusive, de los liderazgos legislativos del Partido Republicano además de la renuncia de importantes asesores financieros y económicos procedentes del sector empresarial.

Estos dos casos, los ambientes político/sociales en Venezuela y Estados Unidos, caben muy bien como antecedentes y advertencia respecto de lo que debemos evitar que suceda en México, en la víspera del inicio del proceso electoral. Sin duda que la animosidad y polémica forma parte natural de cualquier contienda democrática, pero los espacios no deben ser ocupados por convocatorias a la confrontación/descalificación que a la postre, impidan cualquier acuerdo. Pongamos mucha atención en ello para que una vez concluida la elección, existan las condiciones para construir acuerdos. Desde el extremismo, no hay ninguna opción para lograrlos.

javierolivaposada@gmail.com

Para nuestro infortunio, tenemos varios ejemplos que ratifican esa peligrosa dinámica en ambientes en dónde no debieran tener cabida. Es decir, en la democracia como ejercicio ciudadano e institucional, en dónde las discrepancias se dirimen mediante argumentos, movilizaciones y ocasionalmente, leves refriegas callejeras. El problema radica cuando el líder principal, en estos casos, el Presidente y jefe del gobierno se enzarzan en una retórica intolerante y amenazante hacia sus adversarios, o peor aún, contra todo aquél que piense, actúe y manifieste sus desacuerdos. Me refiero a los casos de los presidentes de Estados Unidos y Venezuela.

De forma gradual, aunque sistemática, ambos mandatarios se han aislado, primero de contexto internacional y luego, de los principales grupos y organizaciones de sus respectivos países. Desde luego que son casos diferentes en circunstancias también, excepcionales. Sin embargo, hay una grave similitud: la utilización casi diaria, de un lenguaje alejado y en no pocas ocasiones, contrario a las buenas maneras, que tanto sirven en la vida cotidiana para tener un conjunto de relaciones personales basadas en el respeto y la atención. Lo anterior es todavía más importante para un líder político nacional, que por naturaleza es el referente de cómo actúa y procesa la sociedad sus diferencias. La actitud que asuma el presidente en cuestión para perseguir, encarcelar y reprimir a la disidencia, solo abona el terreno para la desestabilización. Como ocurre en Venezuela.

Por lo que hace a Estados Unidos y el creciente clima de confrontación verbal entre el presidente y cualquier personalidad que opine de manera diferente, ha comenzado a traducirse en violentos choques entre manifestantes, tal y como sucedió en días pasados en el Estado de Virginia. Las deserciones en el entorno del jefe de La Casa Blanca, alcanzan proporciones de auténtico naufragio político y de un severo cuestionamiento a las capacidades de conducción de los asuntos nacionales. Más allá de los señalamientos respecto de los apoyos de grupos racistas y extremistas por parte de la gestión del Presidente estadounidense, es visible su progresivo aislamiento, ahora inclusive, de los liderazgos legislativos del Partido Republicano además de la renuncia de importantes asesores financieros y económicos procedentes del sector empresarial.

Estos dos casos, los ambientes político/sociales en Venezuela y Estados Unidos, caben muy bien como antecedentes y advertencia respecto de lo que debemos evitar que suceda en México, en la víspera del inicio del proceso electoral. Sin duda que la animosidad y polémica forma parte natural de cualquier contienda democrática, pero los espacios no deben ser ocupados por convocatorias a la confrontación/descalificación que a la postre, impidan cualquier acuerdo. Pongamos mucha atención en ello para que una vez concluida la elección, existan las condiciones para construir acuerdos. Desde el extremismo, no hay ninguna opción para lograrlos.

javierolivaposada@gmail.com