/ domingo 13 de agosto de 2017

Decisión serena y ponderada

1.- La mexicana se confirma como una sociedad civilizada que ha aprendido a vivir en orden y a convivir en paz en la búsqueda de ese ideal superior que se llama bien común. A pesar de todos los sobresaltos, quebrantos y atropellos que debe enfrentar y superar, sabe que más tarde escampa y que mañana saldrá el sol; sabe que los procesos periódicos de renovación de cargos de elección se ajustan a la normalidad democrática y estará lista para ejercer su derecho cívico de votar y cumplir libremente su obligación ciudadana. La única novedad de la jornada electoral de 2018 será la cantidad de boletas que habrá que llenar, y por lo demás no tendrá nada de atípica, como sugieren los estudiosos más avispados.

2.- Al contrario, bien típico se ha vuelto ya que un candidato presidencial figure cada seis años con campaña, bravatas, descalificaciones, advertencias, acusaciones de compló e insultos siempre los mismos, como parte de su “amor al pueblo”; su demagogia refriteada vieja de 25 años, y su doctrina neoevangelizadora populistoide que se niega a cambiar de generación. En comparación, todos los partidos traerán caras nuevas –ojalá que rostros lavados- y propondrán las soluciones novedosas que exigen problemas inéditos que en todo tiempo surgen, amén de los de antiguo que tenemos pendiente resolver.

3.- La cuestión de las mayorías y los porcentajes no será nueva en 2018, y se da por hecho que el ganador rayará en la tercera parte del total de los votos. El trazado de gobierno de coalición no podrá ser pospuesto, sin embargo, y requerirá talento, ingenio y arrojo político como ya otros esquemas lo han reclamado en el pasado. Y como antes, también, el PRI deberá asumir una función decisiva en el proceso, seguramente no por las razones que lo hacía antes, sino por la obligación de compromiso histórico como eje y pivote de la estabilidad política de México.

4.- La complejidad de la selección del candidato del partido en el gobierno es igual de grave ahora que lo ha sido siempre, y nadie piensa que esta vez el designado sea a priori un candidato perdedor. El enigma no está envuelto en siete charadas y la baraja es menos amplia de lo que algunos arriesgan. No habré descendido la primera nube, mas la delicia está en curvar el arco y en suponer la flecha donde la clava el ojo –como dice De Greiff-. Replanchadas que están todas las teorías, y fangoso e inflamable el terreno, el de la fuerza y el de las finanzas parecerían los mejores posibles sucesores. Ambos se han probado de sobra en su competencia y ningún aspirante, de ningún partido, les riñe en experiencia, en colmillo ni en kilometraje.

5.- Los opinadores pueden darse el lujo de ensayar la dulce magia del acertijo y la adivinanza; pueden jugar con la demoscopia, la estadística y la filatelia: el Presidente de la República no. Su decisión última no puede derivar de un arrebato, de una corazonada ni de una debilidad, porque sabe que le va la vida –la de aquí y la de después-. Sabe también que la desaprobación por todas sus fallas, muchas más en lo que no ha decidido que en cuanto ha emprendido y llevado a cabo con ahínco, le ha desgajado a su partido una franja notoria de adeptos y de votos que debe recuperar. Y sabe, sobre todo, que la incidencia del PRI en el proceso de 2018 puede ser mayor de lo que muchos aventuran.

6.- La estabilidad, el crecimiento y la capacidad de creer no son virtudes talladas en piedra, ni debemos darlas por hecho. La demagogia y el avasallamiento son una amenaza real, y la sociedad mexicana estará muy consciente de sus peligros: no queremos una asamblea constituyente que nos imponga veinte años de redención. camilo@kawage.com

1.- La mexicana se confirma como una sociedad civilizada que ha aprendido a vivir en orden y a convivir en paz en la búsqueda de ese ideal superior que se llama bien común. A pesar de todos los sobresaltos, quebrantos y atropellos que debe enfrentar y superar, sabe que más tarde escampa y que mañana saldrá el sol; sabe que los procesos periódicos de renovación de cargos de elección se ajustan a la normalidad democrática y estará lista para ejercer su derecho cívico de votar y cumplir libremente su obligación ciudadana. La única novedad de la jornada electoral de 2018 será la cantidad de boletas que habrá que llenar, y por lo demás no tendrá nada de atípica, como sugieren los estudiosos más avispados.

2.- Al contrario, bien típico se ha vuelto ya que un candidato presidencial figure cada seis años con campaña, bravatas, descalificaciones, advertencias, acusaciones de compló e insultos siempre los mismos, como parte de su “amor al pueblo”; su demagogia refriteada vieja de 25 años, y su doctrina neoevangelizadora populistoide que se niega a cambiar de generación. En comparación, todos los partidos traerán caras nuevas –ojalá que rostros lavados- y propondrán las soluciones novedosas que exigen problemas inéditos que en todo tiempo surgen, amén de los de antiguo que tenemos pendiente resolver.

3.- La cuestión de las mayorías y los porcentajes no será nueva en 2018, y se da por hecho que el ganador rayará en la tercera parte del total de los votos. El trazado de gobierno de coalición no podrá ser pospuesto, sin embargo, y requerirá talento, ingenio y arrojo político como ya otros esquemas lo han reclamado en el pasado. Y como antes, también, el PRI deberá asumir una función decisiva en el proceso, seguramente no por las razones que lo hacía antes, sino por la obligación de compromiso histórico como eje y pivote de la estabilidad política de México.

4.- La complejidad de la selección del candidato del partido en el gobierno es igual de grave ahora que lo ha sido siempre, y nadie piensa que esta vez el designado sea a priori un candidato perdedor. El enigma no está envuelto en siete charadas y la baraja es menos amplia de lo que algunos arriesgan. No habré descendido la primera nube, mas la delicia está en curvar el arco y en suponer la flecha donde la clava el ojo –como dice De Greiff-. Replanchadas que están todas las teorías, y fangoso e inflamable el terreno, el de la fuerza y el de las finanzas parecerían los mejores posibles sucesores. Ambos se han probado de sobra en su competencia y ningún aspirante, de ningún partido, les riñe en experiencia, en colmillo ni en kilometraje.

5.- Los opinadores pueden darse el lujo de ensayar la dulce magia del acertijo y la adivinanza; pueden jugar con la demoscopia, la estadística y la filatelia: el Presidente de la República no. Su decisión última no puede derivar de un arrebato, de una corazonada ni de una debilidad, porque sabe que le va la vida –la de aquí y la de después-. Sabe también que la desaprobación por todas sus fallas, muchas más en lo que no ha decidido que en cuanto ha emprendido y llevado a cabo con ahínco, le ha desgajado a su partido una franja notoria de adeptos y de votos que debe recuperar. Y sabe, sobre todo, que la incidencia del PRI en el proceso de 2018 puede ser mayor de lo que muchos aventuran.

6.- La estabilidad, el crecimiento y la capacidad de creer no son virtudes talladas en piedra, ni debemos darlas por hecho. La demagogia y el avasallamiento son una amenaza real, y la sociedad mexicana estará muy consciente de sus peligros: no queremos una asamblea constituyente que nos imponga veinte años de redención. camilo@kawage.com

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