/ sábado 10 de junio de 2017

Desde tierras mundialistas

LA mejor noticia de esta eliminatoria ha sido que dejemos de darle importancia; jugando mejor o peor, con el contexto más o menos alebrestado, con legitimidad de juego o dudas, con altas o bajas expectativas, con las inconformidades intrínsecas a toda selección, como sea.

La realidad es que el Tricolor suma victorias en este Hexagonal como si no fuera gran cosa, como si en épocas recientes se hubieran conseguido con piloto automático, como si no estuviera tan fresca en nuestra memoria una fase premundialista con cuatro entrenadores, el milagroso rescate estadounidense en Panamá, la recalificación en Nueva Zelanda. O antes el gol de Miguel Sabah en los minutos finales a Estados Unidos: goles que en proceso clasificatorio escaseaban y se gritaban como si de una final se tratara.

¿Exagero? Vean los partidos de las últimas dos eliminatorias; vean el trabajo que costaba hallar la portería rival y dejar en cero la propia; vean cómo todo rival se acomodaba mejor que México en el estadio Azteca; vean cómo la mayoría de las salidas de casa se traducían en derrotas; vean la crisis de identidad, de personalidad, de accionar, que fueron parte del Tricolor  por tantos ciclos.

Claro, siempre podrá decirse que no es mérito de México sino de un área geográfica especialmente deprimida en su nivel y evolución. Sin embargo, ese criterio parece injusto –más allá de que, sí, Concacaf evidentemente ha disfrutado de mejores desempeños e integrantes.

La Selección de Osorio ha hecho lo que tenía que hacer y, a la mitad del Hexagonal, podría echarse una siesta de cuatro meses a sabiendas de que los actuales trece puntos bastan y sobran para calificar directo a Rusia 2018.

Cuatro años atrás, con la Copa Confederaciones de Brasil 2013 por empezar, veíamos en un quiosco de Copacabana al Tricolor empatar como local frente a Costa Rica. Significaba tener sólo ocho puntos de 24 disputados y sin sospechar que de los restantes cuatro partidos se perderían tres. Un desastre que resulta imprescindible retomar hoy que México gana con tan pasmosa facilidad que ni los encabezados de los periódicos copa.

¿La razón? Que dejó de ser noticia algo que fue excepcional rumbo al Mundial pasado: ganar. Todo lo anterior no puede entenderse como una absoluta conformidad con el proceso actual. No dudo hoy, como tampoco lo hacía en el cuatrienio pasado, que el Tricolor dispone de una soberbia camada de talentos. No dudo hoy, como tampoco por entonces, que el gran salto Tricolor no llegará por generación espontánea y que continúa sin hacerse mucho de lo que se debería (empezando por priorizar lo deportivo). No dudo hoy que a falta de grandes victorias ante grandes rivales en grandes citas, debemos ir con cautela.

Cautela que, como sea, no puede quitarnos de los ojos algo tan irrebatible: que por primera vez en tres ciclos mundialistas, México es rotundamente superior al resto de los integrantes del otrora maldito Hexagonal. Twitter/albertolati

LA mejor noticia de esta eliminatoria ha sido que dejemos de darle importancia; jugando mejor o peor, con el contexto más o menos alebrestado, con legitimidad de juego o dudas, con altas o bajas expectativas, con las inconformidades intrínsecas a toda selección, como sea.

La realidad es que el Tricolor suma victorias en este Hexagonal como si no fuera gran cosa, como si en épocas recientes se hubieran conseguido con piloto automático, como si no estuviera tan fresca en nuestra memoria una fase premundialista con cuatro entrenadores, el milagroso rescate estadounidense en Panamá, la recalificación en Nueva Zelanda. O antes el gol de Miguel Sabah en los minutos finales a Estados Unidos: goles que en proceso clasificatorio escaseaban y se gritaban como si de una final se tratara.

¿Exagero? Vean los partidos de las últimas dos eliminatorias; vean el trabajo que costaba hallar la portería rival y dejar en cero la propia; vean cómo todo rival se acomodaba mejor que México en el estadio Azteca; vean cómo la mayoría de las salidas de casa se traducían en derrotas; vean la crisis de identidad, de personalidad, de accionar, que fueron parte del Tricolor  por tantos ciclos.

Claro, siempre podrá decirse que no es mérito de México sino de un área geográfica especialmente deprimida en su nivel y evolución. Sin embargo, ese criterio parece injusto –más allá de que, sí, Concacaf evidentemente ha disfrutado de mejores desempeños e integrantes.

La Selección de Osorio ha hecho lo que tenía que hacer y, a la mitad del Hexagonal, podría echarse una siesta de cuatro meses a sabiendas de que los actuales trece puntos bastan y sobran para calificar directo a Rusia 2018.

Cuatro años atrás, con la Copa Confederaciones de Brasil 2013 por empezar, veíamos en un quiosco de Copacabana al Tricolor empatar como local frente a Costa Rica. Significaba tener sólo ocho puntos de 24 disputados y sin sospechar que de los restantes cuatro partidos se perderían tres. Un desastre que resulta imprescindible retomar hoy que México gana con tan pasmosa facilidad que ni los encabezados de los periódicos copa.

¿La razón? Que dejó de ser noticia algo que fue excepcional rumbo al Mundial pasado: ganar. Todo lo anterior no puede entenderse como una absoluta conformidad con el proceso actual. No dudo hoy, como tampoco lo hacía en el cuatrienio pasado, que el Tricolor dispone de una soberbia camada de talentos. No dudo hoy, como tampoco por entonces, que el gran salto Tricolor no llegará por generación espontánea y que continúa sin hacerse mucho de lo que se debería (empezando por priorizar lo deportivo). No dudo hoy que a falta de grandes victorias ante grandes rivales en grandes citas, debemos ir con cautela.

Cautela que, como sea, no puede quitarnos de los ojos algo tan irrebatible: que por primera vez en tres ciclos mundialistas, México es rotundamente superior al resto de los integrantes del otrora maldito Hexagonal. Twitter/albertolati

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