/ martes 20 de junio de 2017

Desde tierras mundialistas

Desde que la Copa Confederaciones cumple con el rol de simulacro del Mundial, no ha existido edición alguna que genere tan escasa expectativa entre el público local como la actual.

Tiene que haber preocupación; tiene que haberla al contemplar la porción de gradas vacías en la inauguración –incluso con el anfitrión Rusia jugando–, lo mismo que en Kazán pese a tener a Cristiano Ronaldo en la cancha –un atractivo que agotaría los boletos en casi cualquier otro estadio del mundo; tiene que haberla con apenas 65% del aforo vendido.

Podemos atribuir esa apatía al bajo nivel de la selección rusa o podemos conformarnos con la idea de que en este país no existe tan marcada pasión por el futbol. Como sea, el Comité Organizador tiene que estar muy necesitado de que el cuadro local despierte.

Muchas de las rutinas de animación y cohesión social que se vivieron en las pasadas Copas Confederaciones, terminaron por marcar pauta en el consiguiente Mundial: ahí se gestaron los rituales, ahí se contagió la emoción y se disfrazó de patriotismo al futbol. En Alemania nació justo ahí, a un año de la inauguración, una nueva manera de alentar y no exagero si digo que de sentir orgullo por ser alemán, de atreverse a externarlo sin desconfianzas históricas; en Sudáfrica se consolidó tanto el estruendo de las vuvuzelas, como el entrar a la cancha de los Bafana Bafana bailando, como el canto de Shosholoza (tomado de la resistencia anti-apartheid); en Brasil hasta se quedaron las protestas y la reacción ante las mismas (de los jugadores poniéndose del lado de los manifestantes adversos al torneo).

¿Qué pasará en Rusia? La respuesta será nula si la Confederaciones termina este domingo, en plena primera ronda, para sus huestes. Su colmo ha sido que México rescatara el empate ante Portugal, situación que tiende a obligarles a una victoria ante el Tri para acceder a semifinales.

Preocupa a la FIFA el haber tenido que vender los derechos televisivos mucho más baratos de lo que se deseaba para territorio ruso, la baja venta de boletos y la paupérrima captación de patrocinadores locales. La última llamada para corregir los últimos dos puntos, es con esta selección en semifinales, lo que elevaría de modo exponencial la expectación y atraería todas las miradas al futbol.

Sudáfrica llegó al Mundial 2010 mucho peor clasificada que Rusia a 2018. Sin embargo, su afición y sus marcas se entregaron al certamen sin condiciones desde varios años antes. Todos, pobres y ricos, aficionados y neutrales, negros y blancos, asumieron el primer Mundial en África como algo común.

Al tiempo, el sábado en Kazán, mientras su representativo nacional se imponía a Nueva Zelanda en San Petersburgo, pasé por varios bares y cafés en los que ni siquiera se emitió el partido. ¿Uniformes? ¿Caras pintadas? ¿Cantos? ¿Festejos en abrazos comunales? De momento, no, y la FIFA empieza a temerse que tampoco de aquí a un año.

Twitter: @albertolati

Desde que la Copa Confederaciones cumple con el rol de simulacro del Mundial, no ha existido edición alguna que genere tan escasa expectativa entre el público local como la actual.

Tiene que haber preocupación; tiene que haberla al contemplar la porción de gradas vacías en la inauguración –incluso con el anfitrión Rusia jugando–, lo mismo que en Kazán pese a tener a Cristiano Ronaldo en la cancha –un atractivo que agotaría los boletos en casi cualquier otro estadio del mundo; tiene que haberla con apenas 65% del aforo vendido.

Podemos atribuir esa apatía al bajo nivel de la selección rusa o podemos conformarnos con la idea de que en este país no existe tan marcada pasión por el futbol. Como sea, el Comité Organizador tiene que estar muy necesitado de que el cuadro local despierte.

Muchas de las rutinas de animación y cohesión social que se vivieron en las pasadas Copas Confederaciones, terminaron por marcar pauta en el consiguiente Mundial: ahí se gestaron los rituales, ahí se contagió la emoción y se disfrazó de patriotismo al futbol. En Alemania nació justo ahí, a un año de la inauguración, una nueva manera de alentar y no exagero si digo que de sentir orgullo por ser alemán, de atreverse a externarlo sin desconfianzas históricas; en Sudáfrica se consolidó tanto el estruendo de las vuvuzelas, como el entrar a la cancha de los Bafana Bafana bailando, como el canto de Shosholoza (tomado de la resistencia anti-apartheid); en Brasil hasta se quedaron las protestas y la reacción ante las mismas (de los jugadores poniéndose del lado de los manifestantes adversos al torneo).

¿Qué pasará en Rusia? La respuesta será nula si la Confederaciones termina este domingo, en plena primera ronda, para sus huestes. Su colmo ha sido que México rescatara el empate ante Portugal, situación que tiende a obligarles a una victoria ante el Tri para acceder a semifinales.

Preocupa a la FIFA el haber tenido que vender los derechos televisivos mucho más baratos de lo que se deseaba para territorio ruso, la baja venta de boletos y la paupérrima captación de patrocinadores locales. La última llamada para corregir los últimos dos puntos, es con esta selección en semifinales, lo que elevaría de modo exponencial la expectación y atraería todas las miradas al futbol.

Sudáfrica llegó al Mundial 2010 mucho peor clasificada que Rusia a 2018. Sin embargo, su afición y sus marcas se entregaron al certamen sin condiciones desde varios años antes. Todos, pobres y ricos, aficionados y neutrales, negros y blancos, asumieron el primer Mundial en África como algo común.

Al tiempo, el sábado en Kazán, mientras su representativo nacional se imponía a Nueva Zelanda en San Petersburgo, pasé por varios bares y cafés en los que ni siquiera se emitió el partido. ¿Uniformes? ¿Caras pintadas? ¿Cantos? ¿Festejos en abrazos comunales? De momento, no, y la FIFA empieza a temerse que tampoco de aquí a un año.

Twitter: @albertolati

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