/ sábado 24 de junio de 2017

Desde tierras mundialistas

“Lo hagamos bien o lo hagamos mal, buscan cualquier cosa para criticarnos”, ha dicho Andrés Guardado.

Y lo ha dicho no con poca razón: si los clubes suelen polarizar con cuanto ejecutan o deciden, con una selección la línea de ruptura resulta incluso mucho más delgada y frágil. Acaso el propio capitán Tricolor, con experiencia en tres grandes Ligas europeas, lo ha dicho tras haberse percatado de que en España, Alemania y Holanda (donde jugó), el criticismo es igual de automático y no siempre bien fundamentado.

Sucede, sin embargo, que esta vez sí han existido sobrados argumentos para propiciar un ambiente de crispación en aficionados y analistas. Jugadores que no actúan en las posiciones en las que son especialistas, sacudidas al plantel tan contundentes como para modificar ocho caras de un partido al siguiente o como para que en 26 duelos dirigidos por Juan Carlos Osorio nunca se haya repetido alineación.

Por supuesto que si resultara evidente que eso funciona, el criticismo tendría menos alas; no obstante, tras un cotejo ante un cuadro semiprofesional como Nueva Zelanda en el que el Tricolor se asomó al precipicio y fácilmente pudo ponerse 1-2 al arranque del segundo tiempo, en el que finalizó implorando clemencia al cronómetro y viendo un balón rival estrellado en el poste, en el que se complicó la vida de un modo absurdo, nadie tiene certeza de que esa fórmula sea la que llevará a México al siguiente nivel.

El problema de las rotaciones no es que otros ocho, otros seis u otros once jugadores sean menos buenos; el problema es que no se perciben trazas de entendimiento, mecanización, consumación de un colectivo, carencias quizá atribuibles al escaso rodaje que han compartido en el último año y medio.

A diferencia del hartazgo que se ha desatado contra la selección en procesos recientes, esta vez parece evidente que los jugadores no son los destinatarios de los ataques, que más bien muchos les contemplamos como víctimas, que buena parte de la afición piensa que se gana o se sacan los resultados porque abunda el talento en esta generación.

Osorio tiene ante sí un soberbio grupo de profesionales, experimentados, fogueados en el Viejo Continente, con un colosal amor propio, con muchísimo futbol, con ganas de trascender.

Ha llegado el momento de pensar que es por eso que se han perdido tan pocos partidos: no por los experimentos, no por el querer hacer todo diferente, no por el estar convencidos de que alguien es capaz de ver lo que nadie jamás ha visto.

¿Cuál Tricolor este sábado? La pregunta no es a los jugadores, que de ellos ya hemos visto lo que se puede esperar siempre. La pregunta no es a Andrés Guardado, quien siempre da la cara y lo ha vuelto a hacer en la conferencia de prensa previa.

La pregunta es al seleccionador.

Twitter: @albertolati

“Lo hagamos bien o lo hagamos mal, buscan cualquier cosa para criticarnos”, ha dicho Andrés Guardado.

Y lo ha dicho no con poca razón: si los clubes suelen polarizar con cuanto ejecutan o deciden, con una selección la línea de ruptura resulta incluso mucho más delgada y frágil. Acaso el propio capitán Tricolor, con experiencia en tres grandes Ligas europeas, lo ha dicho tras haberse percatado de que en España, Alemania y Holanda (donde jugó), el criticismo es igual de automático y no siempre bien fundamentado.

Sucede, sin embargo, que esta vez sí han existido sobrados argumentos para propiciar un ambiente de crispación en aficionados y analistas. Jugadores que no actúan en las posiciones en las que son especialistas, sacudidas al plantel tan contundentes como para modificar ocho caras de un partido al siguiente o como para que en 26 duelos dirigidos por Juan Carlos Osorio nunca se haya repetido alineación.

Por supuesto que si resultara evidente que eso funciona, el criticismo tendría menos alas; no obstante, tras un cotejo ante un cuadro semiprofesional como Nueva Zelanda en el que el Tricolor se asomó al precipicio y fácilmente pudo ponerse 1-2 al arranque del segundo tiempo, en el que finalizó implorando clemencia al cronómetro y viendo un balón rival estrellado en el poste, en el que se complicó la vida de un modo absurdo, nadie tiene certeza de que esa fórmula sea la que llevará a México al siguiente nivel.

El problema de las rotaciones no es que otros ocho, otros seis u otros once jugadores sean menos buenos; el problema es que no se perciben trazas de entendimiento, mecanización, consumación de un colectivo, carencias quizá atribuibles al escaso rodaje que han compartido en el último año y medio.

A diferencia del hartazgo que se ha desatado contra la selección en procesos recientes, esta vez parece evidente que los jugadores no son los destinatarios de los ataques, que más bien muchos les contemplamos como víctimas, que buena parte de la afición piensa que se gana o se sacan los resultados porque abunda el talento en esta generación.

Osorio tiene ante sí un soberbio grupo de profesionales, experimentados, fogueados en el Viejo Continente, con un colosal amor propio, con muchísimo futbol, con ganas de trascender.

Ha llegado el momento de pensar que es por eso que se han perdido tan pocos partidos: no por los experimentos, no por el querer hacer todo diferente, no por el estar convencidos de que alguien es capaz de ver lo que nadie jamás ha visto.

¿Cuál Tricolor este sábado? La pregunta no es a los jugadores, que de ellos ya hemos visto lo que se puede esperar siempre. La pregunta no es a Andrés Guardado, quien siempre da la cara y lo ha vuelto a hacer en la conferencia de prensa previa.

La pregunta es al seleccionador.

Twitter: @albertolati

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