/ viernes 18 de noviembre de 2016

Desde tierras olímpicas

Cuando el 7 de septiembre de 2013 se iba a definir la sede de los Juegos Olímpicos 2020, Tokio tenía un solo punto de criticismo o debilidad: la incertidumbre, el temor, las especulaciones relativas a si el reciente desastre nuclear de Fukushima, constituía una amenaza para albergar el evento.

De ahí en fuera, la capital nipona superaba con creces a Madrid y Estambul, pero ese factor podía bastar para quitarle la opción de ser anfitriona. Por esa época fue liberado un reporte que detallaba que, a dos años y medio del impacto del tsunami contra el reactor, la presencia de radiación en las aguas niponas era similar a la de ciudades como Londres o París.

Toda vez concedida la sede, las crisis y cambios de planes han sido muchos en el Comité Organizador: por el costoso diseño aprobado para el Estadio Olímpico, por el presunto plagio del logotipo de los Juegos, por intentar aprovechar instalaciones lejanas del diámetro idealmente fijado, por visiones políticas.

En todo ese lapso, que incluso ha visto crecer la poco creíble versión de que alguna competencia se iría hasta la vecina Corea del Sur, pocas noticias tan positivas como ésta: que parte del torneo de béisbol y sóftbol se podría llegar a disputar en la mismísima Fukushima.

Una soberbia idea que serviría en varias direcciones: primero, como mensaje de tranquilidad sobre la salubridad en la zona donde se ubica la planta nuclear; segundo, como llamado a elevar precauciones y conciencia al lidiar con temas de esa índole;  tercero, como símbolo del despertar de Japón de ese, el peor desastre nuclear desde el de Chernóbil en 1986; es decir, aceptación del pasado y esperanza en lo que siga.

Es factible que en septiembre de 2013, cuando las consecuencias de Fukushima no eran tan claras, Tokio 2020 hubiese perdido votos de exteriorizar que llevaría pruebas olímpicas a plena zona de la crisis (entendamos: la sola mención de Fukushima era un freno para ir a Tokio, ubicado a casi 300 kilómetros). Hoy, a la luz de lo que se avanzó, lo puede hacer y esa es la mejor noticia, sobre todo, para quienes viven ahí. Twitter/albertolati

Cuando el 7 de septiembre de 2013 se iba a definir la sede de los Juegos Olímpicos 2020, Tokio tenía un solo punto de criticismo o debilidad: la incertidumbre, el temor, las especulaciones relativas a si el reciente desastre nuclear de Fukushima, constituía una amenaza para albergar el evento.

De ahí en fuera, la capital nipona superaba con creces a Madrid y Estambul, pero ese factor podía bastar para quitarle la opción de ser anfitriona. Por esa época fue liberado un reporte que detallaba que, a dos años y medio del impacto del tsunami contra el reactor, la presencia de radiación en las aguas niponas era similar a la de ciudades como Londres o París.

Toda vez concedida la sede, las crisis y cambios de planes han sido muchos en el Comité Organizador: por el costoso diseño aprobado para el Estadio Olímpico, por el presunto plagio del logotipo de los Juegos, por intentar aprovechar instalaciones lejanas del diámetro idealmente fijado, por visiones políticas.

En todo ese lapso, que incluso ha visto crecer la poco creíble versión de que alguna competencia se iría hasta la vecina Corea del Sur, pocas noticias tan positivas como ésta: que parte del torneo de béisbol y sóftbol se podría llegar a disputar en la mismísima Fukushima.

Una soberbia idea que serviría en varias direcciones: primero, como mensaje de tranquilidad sobre la salubridad en la zona donde se ubica la planta nuclear; segundo, como llamado a elevar precauciones y conciencia al lidiar con temas de esa índole;  tercero, como símbolo del despertar de Japón de ese, el peor desastre nuclear desde el de Chernóbil en 1986; es decir, aceptación del pasado y esperanza en lo que siga.

Es factible que en septiembre de 2013, cuando las consecuencias de Fukushima no eran tan claras, Tokio 2020 hubiese perdido votos de exteriorizar que llevaría pruebas olímpicas a plena zona de la crisis (entendamos: la sola mención de Fukushima era un freno para ir a Tokio, ubicado a casi 300 kilómetros). Hoy, a la luz de lo que se avanzó, lo puede hacer y esa es la mejor noticia, sobre todo, para quienes viven ahí. Twitter/albertolati

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