/ viernes 8 de enero de 2016

Después del invierno / De cara al Sol / Andrea Cataño Michelena

Antes que nada, les deseo a mis lectores un año 2016 próspero, que traiga salud, armonía y bienestar. Dicho lo cual, entremos en materia.

Lo más gratificante de estos días de vacaciones, para mí, fue convivir con la familia y leer a mis anchas (que son amplias), como hacía mucho que no tenía oportunidad. He confirmado la delicia que es leer en mi iPad, acompañada por mis listas de música en Spotify, reproducidas vía bluetooth en una sensacional bocinita inalámbrica Bose… ¡Bendigo la tecnología que me acerca tan cómodamente a mis vicios culturales y creo firmemente en que mi madre, si viviera, haría lo mismo, pues estaría encantada con las posibilidades que ofrecen estos aparatos.

Entre los libros que devoré, de un tirón, están la novela de Guadalupe Nettel, “Después del invierno”, obra ganadora del Premio Herralde de Novela 2014. Conozco a Guadalupe desde que nació, pues es sobrina política de mi prima hermana consentida. Me impresionó su primer trabajo “El cuerpo en que nací”, porque conozco de cerca su historia. Su vida ha sido todo menos fácil, pero por fortuna, ella posee el don de saber contar con una voz profunda, descarnada y melancólica que nos sumerge en las profundidades del alma humana con todos sus claroscuros.

“Después del invierno” es de esas novelas que sigue dando vueltas en la mente, aun después de haberla terminado. Es una inusual historia de amor, de encuentros y desencuentros, sin final feliz; casi diría yo que sin final, porque deja la puerta entreabierta para que el lector se aventure a imaginar qué seguiría en la vida de sus protagonistas. La novela narra de manera intermitente la historia de Claudio, un cubano neurótico y egoísta que vive en Nueva York, marcado por el amor de Susana, su novia de juventud, muerta prematuramente, y de Cecilia, una joven oaxaqueña que estudia un posgrado en París, con una suerte de necrofilia nostálgica que la atrae a los panteones. En las vidas de Claudio y Cecilia, que se cruzan por una casualidad perfectamente tejida por la escritora, viven otros personajes no menos intensos y bien dibujados como Ruth, la novia judía, rica y 15 años mayor que Claudio, por quien él experimenta una peculiar amalgama de ternura y repulsión en un ir y venir emocional, pero también una buena dosis de conveniencia. A Claudio el amor le pasa por la orilla, lo maravilla y luego lo abandona. Incapaz de entenderlo a tiempo, regresa a su encierro, a su vida de ventanas que no dan a ninguna parte, a su rutina obsesiva y a su zona de confort. De vez en cuando se refugia en el amor de Susana, a quien la muerte le arrebató de una tarascada inmisericorde.

Cecilia es introvertida, de alma solitaria bordada por la nostalgia de lo que no fue. Se refugia en el eco de lo que palpitó y siente fascinación por los panteones. Conoce a Tom, su vecino, un joven aquejado por una enfermedad grave y entre ellos nace la complicidad dulce que es la materia con la que se construye el amor, un amor que pasean de la mano por los cementerios, con el entusiasmo con que otros enamorados recorrerían parques floridos. De manera fortuita, Cecilia entra en contacto con Claudio. La atracción surge inmediatamente y se deja llevar por la ilusión; a ella también, el amor la roza y se va sin darle tiempo a comprenderlo completamente y debe aprender a reconstruirse para seguir adelante con su vida.

Mi ciudad preferida, París, es otra protagonista metafísicamente descrita con sus humores vividos por la pluma de esta brillante narradora que la conoce palmo a palmo tras haber vivido ahí muchos años. También, la atmósfera de Nueva York se respira con su lujo impersonal y clima de soledad y enajenación, pero París, para mí, tiene un lugar mucho más relevante en la novela. Y no quiero hablar más de la trama, para no desalentar a posibles lectores si les cuento de más.

La fuerza narrativa de Nettel atrapa, engulle, conmueve. Es una escritora joven de alma vieja, una observadora hacia adentro de las emociones humanas que vale la pena leer.

andreacatano@gmail.com

Antes que nada, les deseo a mis lectores un año 2016 próspero, que traiga salud, armonía y bienestar. Dicho lo cual, entremos en materia.

Lo más gratificante de estos días de vacaciones, para mí, fue convivir con la familia y leer a mis anchas (que son amplias), como hacía mucho que no tenía oportunidad. He confirmado la delicia que es leer en mi iPad, acompañada por mis listas de música en Spotify, reproducidas vía bluetooth en una sensacional bocinita inalámbrica Bose… ¡Bendigo la tecnología que me acerca tan cómodamente a mis vicios culturales y creo firmemente en que mi madre, si viviera, haría lo mismo, pues estaría encantada con las posibilidades que ofrecen estos aparatos.

Entre los libros que devoré, de un tirón, están la novela de Guadalupe Nettel, “Después del invierno”, obra ganadora del Premio Herralde de Novela 2014. Conozco a Guadalupe desde que nació, pues es sobrina política de mi prima hermana consentida. Me impresionó su primer trabajo “El cuerpo en que nací”, porque conozco de cerca su historia. Su vida ha sido todo menos fácil, pero por fortuna, ella posee el don de saber contar con una voz profunda, descarnada y melancólica que nos sumerge en las profundidades del alma humana con todos sus claroscuros.

“Después del invierno” es de esas novelas que sigue dando vueltas en la mente, aun después de haberla terminado. Es una inusual historia de amor, de encuentros y desencuentros, sin final feliz; casi diría yo que sin final, porque deja la puerta entreabierta para que el lector se aventure a imaginar qué seguiría en la vida de sus protagonistas. La novela narra de manera intermitente la historia de Claudio, un cubano neurótico y egoísta que vive en Nueva York, marcado por el amor de Susana, su novia de juventud, muerta prematuramente, y de Cecilia, una joven oaxaqueña que estudia un posgrado en París, con una suerte de necrofilia nostálgica que la atrae a los panteones. En las vidas de Claudio y Cecilia, que se cruzan por una casualidad perfectamente tejida por la escritora, viven otros personajes no menos intensos y bien dibujados como Ruth, la novia judía, rica y 15 años mayor que Claudio, por quien él experimenta una peculiar amalgama de ternura y repulsión en un ir y venir emocional, pero también una buena dosis de conveniencia. A Claudio el amor le pasa por la orilla, lo maravilla y luego lo abandona. Incapaz de entenderlo a tiempo, regresa a su encierro, a su vida de ventanas que no dan a ninguna parte, a su rutina obsesiva y a su zona de confort. De vez en cuando se refugia en el amor de Susana, a quien la muerte le arrebató de una tarascada inmisericorde.

Cecilia es introvertida, de alma solitaria bordada por la nostalgia de lo que no fue. Se refugia en el eco de lo que palpitó y siente fascinación por los panteones. Conoce a Tom, su vecino, un joven aquejado por una enfermedad grave y entre ellos nace la complicidad dulce que es la materia con la que se construye el amor, un amor que pasean de la mano por los cementerios, con el entusiasmo con que otros enamorados recorrerían parques floridos. De manera fortuita, Cecilia entra en contacto con Claudio. La atracción surge inmediatamente y se deja llevar por la ilusión; a ella también, el amor la roza y se va sin darle tiempo a comprenderlo completamente y debe aprender a reconstruirse para seguir adelante con su vida.

Mi ciudad preferida, París, es otra protagonista metafísicamente descrita con sus humores vividos por la pluma de esta brillante narradora que la conoce palmo a palmo tras haber vivido ahí muchos años. También, la atmósfera de Nueva York se respira con su lujo impersonal y clima de soledad y enajenación, pero París, para mí, tiene un lugar mucho más relevante en la novela. Y no quiero hablar más de la trama, para no desalentar a posibles lectores si les cuento de más.

La fuerza narrativa de Nettel atrapa, engulle, conmueve. Es una escritora joven de alma vieja, una observadora hacia adentro de las emociones humanas que vale la pena leer.

andreacatano@gmail.com

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