/ jueves 17 de noviembre de 2016

El agua del molino

La camiseta del optimismo

Palabras más, palabras menos, el presidente Peña Nieto dijo hace unos días que hay que ponerse “la camiseta del optimismo” y pensar en el México que queremos, o sea, que nosotros los mexicanos debemos ser la causa, el elemento causal (así lo interpreto), de ese país que todos anhelamos. En lo personal me ha impresionado el hecho -me refiero exclusivamente al hecho- de que un Presidente maneje ese discurso y recurra a esa retórica. Si por mi parte lo pienso un poco, creo que el presidente Peña Nieto está haciendo del pensamiento el motor impulsor del progreso en el país. Y me pregunto qué tiene que hacer esa concepción del pensamiento con la política, con la acción política directa. Lo que ha dicho el Presidente tiene el aspecto de una filosofía o de una expresión de ella, lo que no es usual en un jefe de Estado que casi siempre recurre o recurren a una visión pragmática de las cosas. Repito, a mí en lo personal me ha llamado poderosamente la atención. Soy de aquellos que han criticado en su conjunto las llamadas reformas estructurales tanto como la política del Gobierno para enfrentarse a la violencia, a la criminalidad. Pero hoy me sorprende esta visión presidencial.

Ahora bien, no creo que se haya tratado en el caso de un desliz retórico, de una figura oratoria, si cabe el término, alejada del sentido práctico y muy a su manera, del que ha hecho gala el Presidente en lo que va del sexenio. A mi juicio es algo más. Es una especie de filosofía personal que traslada a su quehacer político. Es algo nuevo en la política nacional, algo inédito. Por ello la sorpresa, insisto de nueva cuenta. ¿Modelar al país con el pensamiento? ¿Pensar el país que queremos y tenerlo? Es un esfuerzo colectivo, una voluntad manifiesta, una decisión que nace, primero, en la conciencia individual y luego en la general. En un país oriental, y lo pongo como ejemplo, con una filosofía milenaria que ocupa todos los espacios de la tarea social y con el antecedente, asimismo, de que sus dirigentes políticos, sus líderes, son dueños de una formación filosófica y moral, en algunos casos hasta religiosa, hablar de la fuerza del espíritu, de la mente, no es raro ni tampoco inusual. Debo aclarar que solo me detengo en el detalle, en la mera expresión presidencial. ¿Ponerse la camiseta del optimismo, de la decisión de tener algo para obtenerlo, no se halla alejado de la realidad intrínseca de la política? ¿O de lo que habló fue acaso una distracción del presidente Peña Nieto? Yo no lo pongo entre las ocurrencias políticas, de las que ha habido muchas en nuestro país. Por la coyuntura en que fueron pronunciadas las palabras presidenciales las ubico en un contexto de incertidumbre frente a la resonancia política del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. En efecto, éste orilló a Peña Nieto, en especial si se atiene uno a las apariencias, a las noticias, a los datos concretos, a manifestar ideas que guardan muy poca relación con el pragmatismo político. Es verdad que Peña Nieto habló de la situación privilegiada de México frente al Océano Pacífico que nos liga con los países de Asia, de que somos el puente de unión entre los países del sur de América y Estados Unidos y de que tenemos la visión geográfica de dos océanos, el Atlántico y el Pacífico, que abren puertas a un sinfín de relaciones comerciales y culturales. Sin embargo, hizo hincapié en pensar en el México que queremos, en ponernos “la camiseta del optimismo” y en concientizar éste, así lo he entendido, al grado de forjar una voluntad política que obtenga resultados. Esto es lo que me parece sorprendente, leyendo entre líneas, comparando las palabras altisonantes de Trump con la retórica inusual de Peña Nieto. En suma, esto me ha llamado poderosamente la atención al grado de comentarlo.

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La camiseta del optimismo

Palabras más, palabras menos, el presidente Peña Nieto dijo hace unos días que hay que ponerse “la camiseta del optimismo” y pensar en el México que queremos, o sea, que nosotros los mexicanos debemos ser la causa, el elemento causal (así lo interpreto), de ese país que todos anhelamos. En lo personal me ha impresionado el hecho -me refiero exclusivamente al hecho- de que un Presidente maneje ese discurso y recurra a esa retórica. Si por mi parte lo pienso un poco, creo que el presidente Peña Nieto está haciendo del pensamiento el motor impulsor del progreso en el país. Y me pregunto qué tiene que hacer esa concepción del pensamiento con la política, con la acción política directa. Lo que ha dicho el Presidente tiene el aspecto de una filosofía o de una expresión de ella, lo que no es usual en un jefe de Estado que casi siempre recurre o recurren a una visión pragmática de las cosas. Repito, a mí en lo personal me ha llamado poderosamente la atención. Soy de aquellos que han criticado en su conjunto las llamadas reformas estructurales tanto como la política del Gobierno para enfrentarse a la violencia, a la criminalidad. Pero hoy me sorprende esta visión presidencial.

Ahora bien, no creo que se haya tratado en el caso de un desliz retórico, de una figura oratoria, si cabe el término, alejada del sentido práctico y muy a su manera, del que ha hecho gala el Presidente en lo que va del sexenio. A mi juicio es algo más. Es una especie de filosofía personal que traslada a su quehacer político. Es algo nuevo en la política nacional, algo inédito. Por ello la sorpresa, insisto de nueva cuenta. ¿Modelar al país con el pensamiento? ¿Pensar el país que queremos y tenerlo? Es un esfuerzo colectivo, una voluntad manifiesta, una decisión que nace, primero, en la conciencia individual y luego en la general. En un país oriental, y lo pongo como ejemplo, con una filosofía milenaria que ocupa todos los espacios de la tarea social y con el antecedente, asimismo, de que sus dirigentes políticos, sus líderes, son dueños de una formación filosófica y moral, en algunos casos hasta religiosa, hablar de la fuerza del espíritu, de la mente, no es raro ni tampoco inusual. Debo aclarar que solo me detengo en el detalle, en la mera expresión presidencial. ¿Ponerse la camiseta del optimismo, de la decisión de tener algo para obtenerlo, no se halla alejado de la realidad intrínseca de la política? ¿O de lo que habló fue acaso una distracción del presidente Peña Nieto? Yo no lo pongo entre las ocurrencias políticas, de las que ha habido muchas en nuestro país. Por la coyuntura en que fueron pronunciadas las palabras presidenciales las ubico en un contexto de incertidumbre frente a la resonancia política del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. En efecto, éste orilló a Peña Nieto, en especial si se atiene uno a las apariencias, a las noticias, a los datos concretos, a manifestar ideas que guardan muy poca relación con el pragmatismo político. Es verdad que Peña Nieto habló de la situación privilegiada de México frente al Océano Pacífico que nos liga con los países de Asia, de que somos el puente de unión entre los países del sur de América y Estados Unidos y de que tenemos la visión geográfica de dos océanos, el Atlántico y el Pacífico, que abren puertas a un sinfín de relaciones comerciales y culturales. Sin embargo, hizo hincapié en pensar en el México que queremos, en ponernos “la camiseta del optimismo” y en concientizar éste, así lo he entendido, al grado de forjar una voluntad política que obtenga resultados. Esto es lo que me parece sorprendente, leyendo entre líneas, comparando las palabras altisonantes de Trump con la retórica inusual de Peña Nieto. En suma, esto me ha llamado poderosamente la atención al grado de comentarlo.

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