/ viernes 26 de agosto de 2016

El cristal con que se mira

  • Mireille Roccatti

En realidad, casi desde siempre, pero en la coyuntura en que se encuentra el país, se ha agudizado la polarización con la que se observa o perciben los actos de Gobierno, los hechos sociales y el simple acontecer nacional.

Tal pareciera que existen dos México, totalmente diferentes. Uno, un país donde todo está mal, todo es negro, el porvenir será, por decir, lo menos dantesco. Los agoreros del desastre solo ven en el corto plazo la ruina de la República, el caos, una insurrección social ineludible, un Gobierno débil, incapaz de gobernar y de meter orden.

Y en esa visión, acompañados de los profetas del catastrofismo, vislumbran el fin del régimen, sin que antes el Estado cumpla su voluntarismo de reprimir a sangre y fuego y tope donde tope a los maestros o exigen la renuncia del Presidente. Y sabido es que los extremistas suelen terminar juntos. Los exrevolucionarios que añoran con nostalgia sus guerras fratricidas y ahora no tienen con quien pelear, han acabado como compañeros de ruta de las expresiones más cavernícolas de la extrema derecha, adoradores del diazordacismo.

Por otra parte, hay un sector que percibe un México en el cual solo el que no trabaja, no progresa, el país marcha, el Gobierno todo hace bien, la economía crece, poco pero crece, las reformas estructurales comienzan a rendir frutos, somos una de las quince mejores economías del mundo, estamos inmersos en un mundo globalizados sin opción de retroceso. Afirman a voz en cuello:  vean y constaten como se construyen nuevas torres de más y más pisos, edificios inteligentes de departamentos, crece la infraestructura, los restaurantes están llenos, el crédito al consumo crece exponencialmente. Concluyen: solo los izquierdistas revoltosos no pueden ver el progreso de México.

Y estos optimistas irredentos, que siguen llenando sus carteras, con contratos de obra pública, proveyendo de bienes y servicios y explotando a sus obreros; también claman por que se meta en orden a los críticos del sistema, a los disidentes de las denominadas “reformas estructurales” que solo fueron la última vuelta de tuerca del modelo neo liberal. A estos, los acompañan un grupo del sector público que “endiosa” al Presidente y que lo convierte en el mesías salvador de la Republica y en el mejor que ha tenido México.

La realidad es mucho más compleja que estos groseros maniqueísmos. Nada es totalmente negro ni espléndidamente brillante. Es totalmente falso que el país se esté deshaciendo y a punto de hundirse en la anarquía y el caos y menos que estemos viviendo en “casi el paraíso”.

En el México profundo, existen y resulta imposible negarlo, una inmensa desigualdad social que debemos corregir. Es necesario replantear con urgencia ajustes al modelo de desarrollo. Pero ni estamos al borde del abismo ni somos un ejemplo de desarrollo. Lo que unos no entienden y otros sí, pero lo soslayan por sus intereses políticos corto- placistases que el ejercicio del Poder requiere de construir acuerdos, generar equilibrios, construir consensos, en suma hacer Política.

Y más allá de las fundadas críticas que en casi todos los ámbitos de las Políticas Públicas puedan hacerse al actual Gobierno; debe ponderarse y valorarse su negativa de resolver los conflictos sociales reprimiendo y aplastando los movimientos disidentes.

  • Mireille Roccatti

En realidad, casi desde siempre, pero en la coyuntura en que se encuentra el país, se ha agudizado la polarización con la que se observa o perciben los actos de Gobierno, los hechos sociales y el simple acontecer nacional.

Tal pareciera que existen dos México, totalmente diferentes. Uno, un país donde todo está mal, todo es negro, el porvenir será, por decir, lo menos dantesco. Los agoreros del desastre solo ven en el corto plazo la ruina de la República, el caos, una insurrección social ineludible, un Gobierno débil, incapaz de gobernar y de meter orden.

Y en esa visión, acompañados de los profetas del catastrofismo, vislumbran el fin del régimen, sin que antes el Estado cumpla su voluntarismo de reprimir a sangre y fuego y tope donde tope a los maestros o exigen la renuncia del Presidente. Y sabido es que los extremistas suelen terminar juntos. Los exrevolucionarios que añoran con nostalgia sus guerras fratricidas y ahora no tienen con quien pelear, han acabado como compañeros de ruta de las expresiones más cavernícolas de la extrema derecha, adoradores del diazordacismo.

Por otra parte, hay un sector que percibe un México en el cual solo el que no trabaja, no progresa, el país marcha, el Gobierno todo hace bien, la economía crece, poco pero crece, las reformas estructurales comienzan a rendir frutos, somos una de las quince mejores economías del mundo, estamos inmersos en un mundo globalizados sin opción de retroceso. Afirman a voz en cuello:  vean y constaten como se construyen nuevas torres de más y más pisos, edificios inteligentes de departamentos, crece la infraestructura, los restaurantes están llenos, el crédito al consumo crece exponencialmente. Concluyen: solo los izquierdistas revoltosos no pueden ver el progreso de México.

Y estos optimistas irredentos, que siguen llenando sus carteras, con contratos de obra pública, proveyendo de bienes y servicios y explotando a sus obreros; también claman por que se meta en orden a los críticos del sistema, a los disidentes de las denominadas “reformas estructurales” que solo fueron la última vuelta de tuerca del modelo neo liberal. A estos, los acompañan un grupo del sector público que “endiosa” al Presidente y que lo convierte en el mesías salvador de la Republica y en el mejor que ha tenido México.

La realidad es mucho más compleja que estos groseros maniqueísmos. Nada es totalmente negro ni espléndidamente brillante. Es totalmente falso que el país se esté deshaciendo y a punto de hundirse en la anarquía y el caos y menos que estemos viviendo en “casi el paraíso”.

En el México profundo, existen y resulta imposible negarlo, una inmensa desigualdad social que debemos corregir. Es necesario replantear con urgencia ajustes al modelo de desarrollo. Pero ni estamos al borde del abismo ni somos un ejemplo de desarrollo. Lo que unos no entienden y otros sí, pero lo soslayan por sus intereses políticos corto- placistases que el ejercicio del Poder requiere de construir acuerdos, generar equilibrios, construir consensos, en suma hacer Política.

Y más allá de las fundadas críticas que en casi todos los ámbitos de las Políticas Públicas puedan hacerse al actual Gobierno; debe ponderarse y valorarse su negativa de resolver los conflictos sociales reprimiendo y aplastando los movimientos disidentes.