/ jueves 31 de agosto de 2017

El país con más crimen del mundo

Todo lo que diga el presidente norteamericano sobre México está, como se dice en derecho, “viciado de origen”. Trump falsifica nuestra realidad, es decir, adultera sus dimensiones porque su calificación (adujo el pasado domingo en su cuenta de Twitter que su país necesita el muro fronterizo con México porque el nuestro es el país “con más crimen del mundo”) se basa en un criterio exclusivamente cuantitativo, olvidando que cualitativamente, bajo la perspectiva de un serio análisis criminológico, Estados Unidos ocupa en la especie un lugar “de honor” que en rigor es de deshonor.

Allí el crimen abunda bajo el impulso de la discriminación, del racismo, de la drogadicción y de un grado muy elevado de descomposición moral. La suya es una sociedad criminógena impulsada por la crisis de un capitalismo que se desborda. Además nos chantajea con la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, olvidando malévolamente la realidad.

Ahora bien, son signos de nuestro tiempo, junto con el enorme avance tecnológico y el progreso que implica la comunicación e investigación en las redes sociales e internet, el terrorismo, la violencia y la ruptura de valores tradicionales; a lo que hay que añadir la creciente negativa frente al progreso y la transformación de grandes grupos de opinión que robustecen las ideas conservadoras. Es un panorama terrible si se ignora la perspectiva de que las crisis en la historia han sido el punto de partida, de arranque, de nuevos espacios de convivencia.

Ya lo ha dicho Toynbee, la historia es una rueda gigantesca que gira sin cesar (la serpiente de Quetzalcóatl que se muerde la cola y regresa invariablemente al inicio del ciclo), creación y destrucción, creación y transformación. Lo evidente es que el presidente norteamericano representa y es la suma de los factores negativos del conservadurismo. Lo que pasa, sin embargo, es que el gobierno mexicano no ha podido vencer el avance del crimen.

Y yo pienso al respecto que ha llegado el momento en que el político que hoy gobierna o el que vaya a gobernar sane primero a la sociedad mexicana de la violencia que la aqueja, ya que no es posible en las condiciones actuales que el país progrese, avance en distintas materias (empleo, educación, salud, economía) si esa violencia desmedida es la que impera.

En el caso, primero hay que curar el cuerpo enfermo. Más para esto es imprescindible que el político hable sin tapujos, sin reservas o disimulos (¿diplomáticos?) con que se disfraza u obscurece la verdad. Sin duda alguna somos uno de los países con mayor número de crímenes en el mundo, pero… habría que decirle a Trump que su país también y que se aprovechan de ello en beneficio de sus mercados y consumidores. Y ser insistentes y firmes en esto. Por lo que el político auténtico tendría que aferrarse a las vergas o troncos del barco para recibir el viento (optimismo creador) que golpeando las velas impela la nave hacia buen puerto. ¿Ilusión? ¿Romanticismo político? No lo creo.

Ha llegado la hora para millones de mexicanos de recuperar a toda costa la paz y tranquilidad perdidas, en vez de querer construir sobre un piso endeble, débil, flojo, una casa sólida que albergue disque prosperidad. Sociedad la nuestra con abundancia de crímenes, aunque lo innegable es que “la violencia generada en México por el tráfico ilícito de drogas, armas y dinero, es un problema compartido entre ambas naciones que tiene como raíz la alta demanda de drogas en Estados Unidos” (Cancillería). Así hay que seguir hablando (¿por fin?) y ni medio paso atrás. Y menos un paso adelante y otro atrás, porque la dignidad y la verdad no aparecen de vez en cuando; se las enarbola siempre.

 

Sígueme en:@RaulCarranca

Todo lo que diga el presidente norteamericano sobre México está, como se dice en derecho, “viciado de origen”. Trump falsifica nuestra realidad, es decir, adultera sus dimensiones porque su calificación (adujo el pasado domingo en su cuenta de Twitter que su país necesita el muro fronterizo con México porque el nuestro es el país “con más crimen del mundo”) se basa en un criterio exclusivamente cuantitativo, olvidando que cualitativamente, bajo la perspectiva de un serio análisis criminológico, Estados Unidos ocupa en la especie un lugar “de honor” que en rigor es de deshonor.

Allí el crimen abunda bajo el impulso de la discriminación, del racismo, de la drogadicción y de un grado muy elevado de descomposición moral. La suya es una sociedad criminógena impulsada por la crisis de un capitalismo que se desborda. Además nos chantajea con la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, olvidando malévolamente la realidad.

Ahora bien, son signos de nuestro tiempo, junto con el enorme avance tecnológico y el progreso que implica la comunicación e investigación en las redes sociales e internet, el terrorismo, la violencia y la ruptura de valores tradicionales; a lo que hay que añadir la creciente negativa frente al progreso y la transformación de grandes grupos de opinión que robustecen las ideas conservadoras. Es un panorama terrible si se ignora la perspectiva de que las crisis en la historia han sido el punto de partida, de arranque, de nuevos espacios de convivencia.

Ya lo ha dicho Toynbee, la historia es una rueda gigantesca que gira sin cesar (la serpiente de Quetzalcóatl que se muerde la cola y regresa invariablemente al inicio del ciclo), creación y destrucción, creación y transformación. Lo evidente es que el presidente norteamericano representa y es la suma de los factores negativos del conservadurismo. Lo que pasa, sin embargo, es que el gobierno mexicano no ha podido vencer el avance del crimen.

Y yo pienso al respecto que ha llegado el momento en que el político que hoy gobierna o el que vaya a gobernar sane primero a la sociedad mexicana de la violencia que la aqueja, ya que no es posible en las condiciones actuales que el país progrese, avance en distintas materias (empleo, educación, salud, economía) si esa violencia desmedida es la que impera.

En el caso, primero hay que curar el cuerpo enfermo. Más para esto es imprescindible que el político hable sin tapujos, sin reservas o disimulos (¿diplomáticos?) con que se disfraza u obscurece la verdad. Sin duda alguna somos uno de los países con mayor número de crímenes en el mundo, pero… habría que decirle a Trump que su país también y que se aprovechan de ello en beneficio de sus mercados y consumidores. Y ser insistentes y firmes en esto. Por lo que el político auténtico tendría que aferrarse a las vergas o troncos del barco para recibir el viento (optimismo creador) que golpeando las velas impela la nave hacia buen puerto. ¿Ilusión? ¿Romanticismo político? No lo creo.

Ha llegado la hora para millones de mexicanos de recuperar a toda costa la paz y tranquilidad perdidas, en vez de querer construir sobre un piso endeble, débil, flojo, una casa sólida que albergue disque prosperidad. Sociedad la nuestra con abundancia de crímenes, aunque lo innegable es que “la violencia generada en México por el tráfico ilícito de drogas, armas y dinero, es un problema compartido entre ambas naciones que tiene como raíz la alta demanda de drogas en Estados Unidos” (Cancillería). Así hay que seguir hablando (¿por fin?) y ni medio paso atrás. Y menos un paso adelante y otro atrás, porque la dignidad y la verdad no aparecen de vez en cuando; se las enarbola siempre.

 

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