/ martes 15 de noviembre de 2016

En Cantera y Plata

  • Claudia S. Corichi García
  • El techo de acero que soporta la derecha en el mundo

En su discurso de aceptación de la derrota, Hillary Clinton lo decía claramente “no hemos roto el techo de cristal, pero lo haremos”, sin embargo este 2016, pinta para no ser un año prometedor en torno a estos deseos. El odio y el radicalismo han encontrado terreno fértil ahí donde las sociedades se han cansado de las instituciones, de los políticos, de las promesas, y de esa tolerancia diseminada por el capitalismo, la globalización y los valores democráticos.

La semana pasada ha sido desalentadora. En México entre las aseveraciones misóginas y burdas del magistrado Juan Manuel Sánchez Macías, presidente de la Sala Regional de Xalapa del Tribunal Electoral; la oposición del PRI y el PAN a favor de los matrimonios igualitarios, o el lamentable artículo de un poco conocido Carlos Mota “La menstruación de los Estados Unidos”; han evidenciado ese México “profundo” ese donde el patriarcado, sus valores y sus intereses se oponen constantemente a que este país crezca y se desarrolle de mejores formas.

Un poco más arriba de nuestras latitudes, el triunfo de Trump ha representado por igual ese proceso. El Estados Unidos “profundo” lleno de odio, de rencores, de misoginia, de xenofobia, ha llevado a un personaje por demás deplorable a la Casa Blanca.

El mundo parece virar hacia el oscurantismo. Como si se tratara de una historia en ciclos, el vuelco que parece dar este 2016 a la historia de la humanidad, es un duro golpe a la “modernidad”. Las repercusiones del BREXIT, el NO a la paz en Colombia, el impeachment de Dilma Rousseff –la primera Presidenta de Brasil-, los resultados electorales en Argentina, y muchos fenómenos más a la globalización, revelan las incongruencias que se han generado en el seno del capitalismo y la democracia.

En estos procesos se han avivado nacionalismos nocivos, como los que hoy vemos en las calles después de los procesos electorales en Estados Unidos, con las marchas públicas del Ku Klux Klan; o aquellos xenófobos como los que apoyaban la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

En lo profundo de estas tensiones, sin embargo, se está gestando uno de los peores escenarios para las reivindicaciones de género, para la igualdad, pero sobre todo, para el goce de los derechos humanos de las mujeres. El advenimiento de la derecha en el mundo, no solo significa una era más de dominación hacia los sectores y países más vulnerables, sino una era de continuación de la hegemonía masculina, de sus valores, de su pretendida universalidad y de esa aberrante violencia en contra de nosotras.

El vehículo para materializar estos escenarios ha sido el miedo, el miedo a otorgarle a una mujer el poder económico, militar y político del mundo, porque eso es lo que detenta Estados Unidos en el sistema mundial.

Decía hace unos meses el multicitado George Lakoff, que Trump ganaría estas elecciones a través de una metáfora que convencería al electorado estadunidense. La idea central estaba en que tendemos a entender la política en términos relacionados con la familia; en este caso se trataba de una decisión entre dos familias muy diferentes: el modelo de familia en el que los padres esperan que sus hijos exploren el mundo, pero con su protección (progresista) y la familia en la que hay una figura paterna estricta (conservadora).

La mujer “modelo” en esa versión conservadora, es la acompañante, la esposa delgada, bien vestida, capaz de soportar a un marido que cree que puede tener y violentar la intimidad de quien sea por ser poderoso o rico. En esa visión solo se acepta que una mujer haga vida pública a través de un hombre, en ella, se subsumen la decisiones y se obedece, y bajo ese paradigma incluso está mal visto el deseo de poder por parte de una mujer.

Esa derecha que persuadió al 53 por ciento de las mujeres de raza blanca a votar Trump, representa también una cosmovisión de un  mundo de alto contraste, uno en el que no existen puntos medios, ni tolerancia, en la que las mujeres solo cabemos como artículo de decoración (como Melania, como la esposa de Macri, o la esposa de Temer), y no como seres pensantes y portadoras de derechos, ahí es a donde nos lleva esa derecha, a un mundo de oscuridad que se pensaba olvidado en la historia, y que vive en las más profundas emociones de muchos grupos.

Ha sido ese machismo el que hoy ha hecho el techo de cristal de acero para Hillary, esa oposición a que el cuadro de una mujer cuelgue de la Casa Blanca como Presidenta y no como Primera Dama.

  • Claudia S. Corichi García
  • El techo de acero que soporta la derecha en el mundo

En su discurso de aceptación de la derrota, Hillary Clinton lo decía claramente “no hemos roto el techo de cristal, pero lo haremos”, sin embargo este 2016, pinta para no ser un año prometedor en torno a estos deseos. El odio y el radicalismo han encontrado terreno fértil ahí donde las sociedades se han cansado de las instituciones, de los políticos, de las promesas, y de esa tolerancia diseminada por el capitalismo, la globalización y los valores democráticos.

La semana pasada ha sido desalentadora. En México entre las aseveraciones misóginas y burdas del magistrado Juan Manuel Sánchez Macías, presidente de la Sala Regional de Xalapa del Tribunal Electoral; la oposición del PRI y el PAN a favor de los matrimonios igualitarios, o el lamentable artículo de un poco conocido Carlos Mota “La menstruación de los Estados Unidos”; han evidenciado ese México “profundo” ese donde el patriarcado, sus valores y sus intereses se oponen constantemente a que este país crezca y se desarrolle de mejores formas.

Un poco más arriba de nuestras latitudes, el triunfo de Trump ha representado por igual ese proceso. El Estados Unidos “profundo” lleno de odio, de rencores, de misoginia, de xenofobia, ha llevado a un personaje por demás deplorable a la Casa Blanca.

El mundo parece virar hacia el oscurantismo. Como si se tratara de una historia en ciclos, el vuelco que parece dar este 2016 a la historia de la humanidad, es un duro golpe a la “modernidad”. Las repercusiones del BREXIT, el NO a la paz en Colombia, el impeachment de Dilma Rousseff –la primera Presidenta de Brasil-, los resultados electorales en Argentina, y muchos fenómenos más a la globalización, revelan las incongruencias que se han generado en el seno del capitalismo y la democracia.

En estos procesos se han avivado nacionalismos nocivos, como los que hoy vemos en las calles después de los procesos electorales en Estados Unidos, con las marchas públicas del Ku Klux Klan; o aquellos xenófobos como los que apoyaban la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

En lo profundo de estas tensiones, sin embargo, se está gestando uno de los peores escenarios para las reivindicaciones de género, para la igualdad, pero sobre todo, para el goce de los derechos humanos de las mujeres. El advenimiento de la derecha en el mundo, no solo significa una era más de dominación hacia los sectores y países más vulnerables, sino una era de continuación de la hegemonía masculina, de sus valores, de su pretendida universalidad y de esa aberrante violencia en contra de nosotras.

El vehículo para materializar estos escenarios ha sido el miedo, el miedo a otorgarle a una mujer el poder económico, militar y político del mundo, porque eso es lo que detenta Estados Unidos en el sistema mundial.

Decía hace unos meses el multicitado George Lakoff, que Trump ganaría estas elecciones a través de una metáfora que convencería al electorado estadunidense. La idea central estaba en que tendemos a entender la política en términos relacionados con la familia; en este caso se trataba de una decisión entre dos familias muy diferentes: el modelo de familia en el que los padres esperan que sus hijos exploren el mundo, pero con su protección (progresista) y la familia en la que hay una figura paterna estricta (conservadora).

La mujer “modelo” en esa versión conservadora, es la acompañante, la esposa delgada, bien vestida, capaz de soportar a un marido que cree que puede tener y violentar la intimidad de quien sea por ser poderoso o rico. En esa visión solo se acepta que una mujer haga vida pública a través de un hombre, en ella, se subsumen la decisiones y se obedece, y bajo ese paradigma incluso está mal visto el deseo de poder por parte de una mujer.

Esa derecha que persuadió al 53 por ciento de las mujeres de raza blanca a votar Trump, representa también una cosmovisión de un  mundo de alto contraste, uno en el que no existen puntos medios, ni tolerancia, en la que las mujeres solo cabemos como artículo de decoración (como Melania, como la esposa de Macri, o la esposa de Temer), y no como seres pensantes y portadoras de derechos, ahí es a donde nos lleva esa derecha, a un mundo de oscuridad que se pensaba olvidado en la historia, y que vive en las más profundas emociones de muchos grupos.

Ha sido ese machismo el que hoy ha hecho el techo de cristal de acero para Hillary, esa oposición a que el cuadro de una mujer cuelgue de la Casa Blanca como Presidenta y no como Primera Dama.