/ lunes 24 de julio de 2017

Esclavitud por la “belleza”

Hombres y mujeres vivimos atrapados de manera consciente o inconsciente sobre lo que la sociedad ha determinado como “belleza”. Y aunque algunos experimentos han intentado ejemplificar lo contrastante que puede ser el concepto en diversas regiones del mundo, poco  es el compromiso que las compañías globales tienen con desarrollar campañas publicitarias que rompan con un aspiracional en el que realmente pocos caben. La llamada lipofobia y la insatisfacción corporal, son una realidad con consecuencias graves para la salud pública y la felicidad.

Diversos estudios señalan que la preocupación por la imagen corporal es una conducta socialmente aprendida. No se trata solo de una manera de interiorizar lo que se cree bello o no, sino que este aprendizaje se da por fines adaptativos a la sociedad en sí, las civilizacioneshan moldeado estándares de belleza y aceptación social que tienen como referente al cuerpo.

Según cifras de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica (ISAPS), en promedio se realizan cerca de 20 millones de cirugías plásticas en el mundo al año. Los países con mayor afición a este tipo de procedimientos son Estados Unidos, Brasil, Japón, Corea del Sur, entre otros. Lo sorprendente es que México ocupa el tercer lugar dentro del ranking internacional de cirugías estéticas, al contabilizar casi una media de un millón al año.

El ser humano se ha vuelto cada vez más visual, todo gira en torno a imágenes y a pantallas, pasamos horas enteras recibiendo información –a través de celulares, computadoras y dispositivos- que nos dice quiénes debemos ser, cómo debemos vernos, e incluso qué debemos pensar y decir, en ello se ha ido nuestra capacidad de discernir sobre lo que en realidad somos tanto a nivel físico como intelectual. De diez personas que uno ve en la calle es cada vez más difícil encontrar una sola que tenga un libro en la mano, seguramente todos en cambio tenemos al menos un celular, no nos salvamos.

La visión estereotipada y cosificada de las mujeres es incluso reproducida por el propio gobierno. De acuerdo con un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), titulado Publicidad con equidad, 8 de cada 10 productos publicidad o comunicación política del gobierno de Peña Nieto, tiene contenido sexista.

Poco se ha hecho para regular la ética de los medios y las campañas publicitarias, se ha priorizado la maximización de las ventas y el rating, sobre la calidad y contenidos. Se han presentado propuestas concretas por parte de la sociedad civil para corregirlo, pero hasta hoy, no existe voluntad para terminar con una cultura que está generando graves problemas psicológicos y de salud, que afectan fuertemente a nuestros jóvenes quienes se vuelven cada vez más vulnerables a estos mensajes.

La televisión nos ofrece productos chatarra sin fin y nos obliga a “vomitarlos” para parecernos a las modelos o artistas ultradelgadas que nos ofrecen una vida de sueño si alcanzamos el ideal occidental de ser rubias, altas, delgadas al extremo y con unos pechos enormes.

Quizá no se termine con el afán de los publicistas por explotar los complejos humanos, pero sí podemos orientar a las nuevas generaciones a discernir de las ilusiones que nos venden día a día. El reto está en llevar a esa generación que vive de las imágenes, de las selfies, de las tendencias en Instagram, Facebook o Twitter, a una que pueda discernir de lo que es real y lo que es una distopía ¿será eso posible?

Diputada por Movimiento Ciudadano

Hombres y mujeres vivimos atrapados de manera consciente o inconsciente sobre lo que la sociedad ha determinado como “belleza”. Y aunque algunos experimentos han intentado ejemplificar lo contrastante que puede ser el concepto en diversas regiones del mundo, poco  es el compromiso que las compañías globales tienen con desarrollar campañas publicitarias que rompan con un aspiracional en el que realmente pocos caben. La llamada lipofobia y la insatisfacción corporal, son una realidad con consecuencias graves para la salud pública y la felicidad.

Diversos estudios señalan que la preocupación por la imagen corporal es una conducta socialmente aprendida. No se trata solo de una manera de interiorizar lo que se cree bello o no, sino que este aprendizaje se da por fines adaptativos a la sociedad en sí, las civilizacioneshan moldeado estándares de belleza y aceptación social que tienen como referente al cuerpo.

Según cifras de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica (ISAPS), en promedio se realizan cerca de 20 millones de cirugías plásticas en el mundo al año. Los países con mayor afición a este tipo de procedimientos son Estados Unidos, Brasil, Japón, Corea del Sur, entre otros. Lo sorprendente es que México ocupa el tercer lugar dentro del ranking internacional de cirugías estéticas, al contabilizar casi una media de un millón al año.

El ser humano se ha vuelto cada vez más visual, todo gira en torno a imágenes y a pantallas, pasamos horas enteras recibiendo información –a través de celulares, computadoras y dispositivos- que nos dice quiénes debemos ser, cómo debemos vernos, e incluso qué debemos pensar y decir, en ello se ha ido nuestra capacidad de discernir sobre lo que en realidad somos tanto a nivel físico como intelectual. De diez personas que uno ve en la calle es cada vez más difícil encontrar una sola que tenga un libro en la mano, seguramente todos en cambio tenemos al menos un celular, no nos salvamos.

La visión estereotipada y cosificada de las mujeres es incluso reproducida por el propio gobierno. De acuerdo con un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), titulado Publicidad con equidad, 8 de cada 10 productos publicidad o comunicación política del gobierno de Peña Nieto, tiene contenido sexista.

Poco se ha hecho para regular la ética de los medios y las campañas publicitarias, se ha priorizado la maximización de las ventas y el rating, sobre la calidad y contenidos. Se han presentado propuestas concretas por parte de la sociedad civil para corregirlo, pero hasta hoy, no existe voluntad para terminar con una cultura que está generando graves problemas psicológicos y de salud, que afectan fuertemente a nuestros jóvenes quienes se vuelven cada vez más vulnerables a estos mensajes.

La televisión nos ofrece productos chatarra sin fin y nos obliga a “vomitarlos” para parecernos a las modelos o artistas ultradelgadas que nos ofrecen una vida de sueño si alcanzamos el ideal occidental de ser rubias, altas, delgadas al extremo y con unos pechos enormes.

Quizá no se termine con el afán de los publicistas por explotar los complejos humanos, pero sí podemos orientar a las nuevas generaciones a discernir de las ilusiones que nos venden día a día. El reto está en llevar a esa generación que vive de las imágenes, de las selfies, de las tendencias en Instagram, Facebook o Twitter, a una que pueda discernir de lo que es real y lo que es una distopía ¿será eso posible?

Diputada por Movimiento Ciudadano