/ viernes 14 de julio de 2017

Estancamiento democrático

El más que evidente agotamiento del modelo político cardenista-corporativista, que no termina de morir, ha obligado al régimen a introducir cambios para alargar la vida del sistema político, en especial para contener el creciente descontento de campesinos, trabajadores y clases medias emergentes, golpeados por la crisis económica y la desigualdad social.

En las pasadas elecciones, que legalmente, no han concluido, la realidad de la que hablábamos quedó al desnudo para el observador con el desarrollo y los resultados de los comicios en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz.

Las acusaciones de “fraude” son consustanciales a nuestra historia y para las nuevas generaciones forman parte del imaginario colectivo a partir del uso indiscriminado del concepto cuando se pierden elecciones, porque cuando se ganan todo es impoluto. Y como dice el clásico, en México, no existen candidatos perdedores.

Lo anterior, no implica que pretenda justificar y mucho menos convalidar las reprochables conductas que merecen ser sancionadas y no constituyen de ninguna manera lo que deseamos como norma de conducta democrática. Solo que no debemos perder de vista que para que exista democracia, se necesitan demócratas y estos no se ven por ninguna parte.

Ha sido una constante, que al fin de cada elección se realicen reformas, tras reformas y ahora mismo, ya se alzan voces para pedir, nuevas modificaciones, como si la sola expedición de regulación pudiera solucionar o detener la multiplicidad de conductas irregulares, ilegales e incluso delictivas en que incurren, casi sin excepción todos los candidatos y partidos.

Testimoniamos también -otra vez- los juicios facilones de los opinólogos y de la mayoría de la comentocracia, que engolando la voz en radio y TV o retorciendo la pluma, mediante el estrangulamiento del sustantivo por el adjetivo, sentencian respecto de que sucedió e insisten en adelantar los resultados del 2018.

Lo único cierto es que estamos a un año de esa elección, muchas cosas habrán de acontecer, entre otras conocer los candidatos que contenderán, porque hasta ahora solo conocemos uno.

Entender o buscar entender la elección que más llamó la atención, la del Estado de México, requiere de un poco más de tiempo, conocer los resultados numéricos finales y a partir de su contextualización y otras consideraciones, como: el descontento social, el voto de castigo, el voto útil del panismo tradicional, la división de las mal denominadas “izquierdas”, el uso de fondos y bienes públicos o el dinero ilegal, se tendría mayor claridad. Es decir faltan piezas del rompecabezas.

Y hay otras realidades, que sin duda debemos atender. La compra de votos. El desmesurado dinero de las prerrogativas. Los fondos ilegales que llegan a las campañas. El uso y abuso de las encuestas. El papel de las redes sociales. Sin llegar desde luego a los niveles de los modernos “Savonarolas” que claman por prohibir el uso electoral de las encuestas y las redes virtuales.

El más que evidente agotamiento del modelo político cardenista-corporativista, que no termina de morir, ha obligado al régimen a introducir cambios para alargar la vida del sistema político, en especial para contener el creciente descontento de campesinos, trabajadores y clases medias emergentes, golpeados por la crisis económica y la desigualdad social.

En las pasadas elecciones, que legalmente, no han concluido, la realidad de la que hablábamos quedó al desnudo para el observador con el desarrollo y los resultados de los comicios en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz.

Las acusaciones de “fraude” son consustanciales a nuestra historia y para las nuevas generaciones forman parte del imaginario colectivo a partir del uso indiscriminado del concepto cuando se pierden elecciones, porque cuando se ganan todo es impoluto. Y como dice el clásico, en México, no existen candidatos perdedores.

Lo anterior, no implica que pretenda justificar y mucho menos convalidar las reprochables conductas que merecen ser sancionadas y no constituyen de ninguna manera lo que deseamos como norma de conducta democrática. Solo que no debemos perder de vista que para que exista democracia, se necesitan demócratas y estos no se ven por ninguna parte.

Ha sido una constante, que al fin de cada elección se realicen reformas, tras reformas y ahora mismo, ya se alzan voces para pedir, nuevas modificaciones, como si la sola expedición de regulación pudiera solucionar o detener la multiplicidad de conductas irregulares, ilegales e incluso delictivas en que incurren, casi sin excepción todos los candidatos y partidos.

Testimoniamos también -otra vez- los juicios facilones de los opinólogos y de la mayoría de la comentocracia, que engolando la voz en radio y TV o retorciendo la pluma, mediante el estrangulamiento del sustantivo por el adjetivo, sentencian respecto de que sucedió e insisten en adelantar los resultados del 2018.

Lo único cierto es que estamos a un año de esa elección, muchas cosas habrán de acontecer, entre otras conocer los candidatos que contenderán, porque hasta ahora solo conocemos uno.

Entender o buscar entender la elección que más llamó la atención, la del Estado de México, requiere de un poco más de tiempo, conocer los resultados numéricos finales y a partir de su contextualización y otras consideraciones, como: el descontento social, el voto de castigo, el voto útil del panismo tradicional, la división de las mal denominadas “izquierdas”, el uso de fondos y bienes públicos o el dinero ilegal, se tendría mayor claridad. Es decir faltan piezas del rompecabezas.

Y hay otras realidades, que sin duda debemos atender. La compra de votos. El desmesurado dinero de las prerrogativas. Los fondos ilegales que llegan a las campañas. El uso y abuso de las encuestas. El papel de las redes sociales. Sin llegar desde luego a los niveles de los modernos “Savonarolas” que claman por prohibir el uso electoral de las encuestas y las redes virtuales.