/ miércoles 23 de agosto de 2017

Extremismo, odio y violencia

Los principales lugares más concurridos y paseos de muchas ciudades se han vuelto la mira principal de los ataques terroristas de extremistas; además de los neonacionalistas o “supremacistas” o por su real nombre: neonazis. Esto incluyendo edificios o monumentos emblemáticos que tienen algún significado especial en el consciente colectivo o para alguna capa de población, ya sea por su historia o como un símbolo.

En nuestro pasado inmediato presenciamos cómo a la desintegración de la Unión Soviética y a la desaparición del Muro de Berlín, rodaron las estatuas de Lenin, Hegel o Marx en varios países de la entonces Europa del Este; o en Irak la destrucción de las estatuas de Sadam Husein o la imperdonable destrucción de los Budas de Bamiyan en Afganistán o la de los templos, mezquitas, iglesias en Alepo, Siria. Muchas de estos destrozos se deben a los saldos de guerras como la de los museos y bibliotecas por la intervención de Estados Unidos en Irak, de cuyos saqueos o gran parte ha aparecido en ventas clandestinas en el mejor de los casos, si es que supervivieron. La lista podría ser interminable a lo largo de la historia de toda la humanidad, con tan solo recordar todo lo que gira en torno al famoso incendio de la Biblioteca de Alejandría, en una época más lejana.

La historia la hacen quienes la viven y la recuerdan. Hace días en diferentes latitudes, en hemisferios diferentes, tuvieron lugar episodios que podrían no tener nada en común, pero identificados por el fanatismo, la violencia y el odio de aquellos que los provocaron.

En un lado, en Charlottesville, Virginia, un grupo de los “supremacistas” blancos y miembros del Kukluxklan se lanzaron contra la población que apoyaba el retiro de la estatua de Robert E. Lee, General, esclavista, del bando de los Confederados durante la Guerra Civil y, a más de considerado de los que ejercían mayor crueldad hacia la población negra. Otras de sus efigies ya han sido removidas de otros estados e inclusive de universidades; pero sieguen siendo el pretexto de actos de odio generando violencia bajo el amparo, inclusive, de las actitudes racistas u omisiones del mismo Presidente. El actual ambiente que se respira en el gobierno de Estados Unidos es de gran beligerancia.

En el otro lado, como parte de esa corriente de odios y extremismos, una vez más hubo consternación por los ataques en Barcelona y el número de víctimas incluyendo las de Finlandia y Alemania. Otro caso que no se puede ignorar fue el ataque dos días antes que Las Ramblas, también en una de las avenidas principales de Burkina Faso (África) perpetrado por yihadistas, con 19 personas asesinadas y más de un ciento de heridos, pero al que no se le dio ningún espacio en la prensa, por lo que nos lleva a cuestionar porqué unos hechos impactan o impresionan más que otros.

Entonces, no estamos frente a únicamente horrores llevados a cabo por cuestiones de color o raza, sino de mucho más que no se puede combatir con armas; que lleva a considerar otros medios que quizá aún no llegamos a

comprender.

Los principales lugares más concurridos y paseos de muchas ciudades se han vuelto la mira principal de los ataques terroristas de extremistas; además de los neonacionalistas o “supremacistas” o por su real nombre: neonazis. Esto incluyendo edificios o monumentos emblemáticos que tienen algún significado especial en el consciente colectivo o para alguna capa de población, ya sea por su historia o como un símbolo.

En nuestro pasado inmediato presenciamos cómo a la desintegración de la Unión Soviética y a la desaparición del Muro de Berlín, rodaron las estatuas de Lenin, Hegel o Marx en varios países de la entonces Europa del Este; o en Irak la destrucción de las estatuas de Sadam Husein o la imperdonable destrucción de los Budas de Bamiyan en Afganistán o la de los templos, mezquitas, iglesias en Alepo, Siria. Muchas de estos destrozos se deben a los saldos de guerras como la de los museos y bibliotecas por la intervención de Estados Unidos en Irak, de cuyos saqueos o gran parte ha aparecido en ventas clandestinas en el mejor de los casos, si es que supervivieron. La lista podría ser interminable a lo largo de la historia de toda la humanidad, con tan solo recordar todo lo que gira en torno al famoso incendio de la Biblioteca de Alejandría, en una época más lejana.

La historia la hacen quienes la viven y la recuerdan. Hace días en diferentes latitudes, en hemisferios diferentes, tuvieron lugar episodios que podrían no tener nada en común, pero identificados por el fanatismo, la violencia y el odio de aquellos que los provocaron.

En un lado, en Charlottesville, Virginia, un grupo de los “supremacistas” blancos y miembros del Kukluxklan se lanzaron contra la población que apoyaba el retiro de la estatua de Robert E. Lee, General, esclavista, del bando de los Confederados durante la Guerra Civil y, a más de considerado de los que ejercían mayor crueldad hacia la población negra. Otras de sus efigies ya han sido removidas de otros estados e inclusive de universidades; pero sieguen siendo el pretexto de actos de odio generando violencia bajo el amparo, inclusive, de las actitudes racistas u omisiones del mismo Presidente. El actual ambiente que se respira en el gobierno de Estados Unidos es de gran beligerancia.

En el otro lado, como parte de esa corriente de odios y extremismos, una vez más hubo consternación por los ataques en Barcelona y el número de víctimas incluyendo las de Finlandia y Alemania. Otro caso que no se puede ignorar fue el ataque dos días antes que Las Ramblas, también en una de las avenidas principales de Burkina Faso (África) perpetrado por yihadistas, con 19 personas asesinadas y más de un ciento de heridos, pero al que no se le dio ningún espacio en la prensa, por lo que nos lleva a cuestionar porqué unos hechos impactan o impresionan más que otros.

Entonces, no estamos frente a únicamente horrores llevados a cabo por cuestiones de color o raza, sino de mucho más que no se puede combatir con armas; que lleva a considerar otros medios que quizá aún no llegamos a

comprender.