/ martes 24 de enero de 2017

La Voz de la IP. En Exclusiva para OEM

La del 31 de enero de 2017 será la primera reunión oficial… después de la primera cita. Cinco meses atrás, el 31 de agosto de 2016, el encuentro con quien entonces era apenas un excéntrico candidato a la presidencia de Estados Unidos, representó para el Presidente Enrique Peña Nieto, el peor momento de varios muy cuestionados que ha experimentado. Ahora, se reunirán de nuevo.

Aunque se hizo de la magistratura sin ganar el voto popular, Donald Trump tiene a su favor el más importante aliado del que puede gozar un gobernante: el tiempo.

Por su parte Enrique Peña Nieto llegó al poder con un cómodo pero cuestionado margen, aunque del respaldo popular recibido en 2012, solo sobrevive un fragmento. Se suma a ello la tradición nacional que, sin importar colores, debilita al jefe del gobierno cada día que trascurre en el último tercio de la gestión.

Sin embargo, uno y otro llegarán a su encuentro del 31 de enero compartiendo el mismo desafío: ganar legitimidad ante sus gobernados. Tienen que demostrar habilidad para negociar con su vecino, con su socio, con su principal problema. Trump pensando mostrar sus destrezas desde su llegada. Peña Nieto construyendo el decoro de su salida.

A juzgar por su comportamiento público como candidato, por su agresividad retórica, y especialmente por la ingratitud manifiesta que mostró tras el protagónico recibimiento que se le confirió en la Ciudad de México, en la que era una incipiente campaña electoral para Donald Trump, el Presidente de México debería esperar, tras el gélido viento que encontrará al aterrizar en Washington, una recepción igual de fría al llegar a la Casa Blanca.

Una visita tan temprana, cuando los alcances del recién llegado a la Oficina Oval son inciertos, supone un gran riesgo. Los exabruptos del magnate neoyorkino con la prensa, ya investido de la representación presidencial, suponen que sus formas no han mejorado tras el desembarco en el número 1600 de la avenida Pensilvania.

Por eso la preparación de la visita del presidente mexicano, debiera ser muy cuidadosa, por ser esta la más compleja que cualquier otra que haya realizado mandatario alguno al Distrito de Columbia. El anuncio del encuentro con anticipación razonable y el posicionamiento en materia de política exterior emitido por el jefe del estado mexicano apenas ayer, en un evento organizado de ex profeso, hacen suponer que hay clara conciencia de ello; que los errores de agosto, no estarán presentes en enero.

Al terminar el primer mes del año iniciará una época, seguro compleja en la relación de los gobiernos, el de México y el de los Estados Unidos. La era Trump, dure ocho, cuatro o menos años, será de grandes desafíos para ambos países. No hay duda de ello.

Dada la clara disparidad del poder económico, militar y político de los dos países, y la manifiesta belicosidad del magnate transformado en mandatario, el jefe del Estado mexicano no está obligado a regresar a su país con grandes logros. Los mexicanos le exigirán eso sí, evidencia de una defensa digna de los intereses nacionales. Sin enfrentamientos, pero sin sumisión. Con claridad de planteamientos y argumentos en la agenda comercial, pero también en la migratoria y la de seguridad. Con flexibilidad en los espacios de negociación, y firmeza en las posturas irreductibles para el país. Si el trance se supera con éxito, México estará listo para un gran Acuerdo Nacional de largo aliento. Y el Presidente quedará legitimado para convocarlo. Ahí está la oportunidad. De las últimas.

La del 31 de enero de 2017 será la primera reunión oficial… después de la primera cita. Cinco meses atrás, el 31 de agosto de 2016, el encuentro con quien entonces era apenas un excéntrico candidato a la presidencia de Estados Unidos, representó para el Presidente Enrique Peña Nieto, el peor momento de varios muy cuestionados que ha experimentado. Ahora, se reunirán de nuevo.

Aunque se hizo de la magistratura sin ganar el voto popular, Donald Trump tiene a su favor el más importante aliado del que puede gozar un gobernante: el tiempo.

Por su parte Enrique Peña Nieto llegó al poder con un cómodo pero cuestionado margen, aunque del respaldo popular recibido en 2012, solo sobrevive un fragmento. Se suma a ello la tradición nacional que, sin importar colores, debilita al jefe del gobierno cada día que trascurre en el último tercio de la gestión.

Sin embargo, uno y otro llegarán a su encuentro del 31 de enero compartiendo el mismo desafío: ganar legitimidad ante sus gobernados. Tienen que demostrar habilidad para negociar con su vecino, con su socio, con su principal problema. Trump pensando mostrar sus destrezas desde su llegada. Peña Nieto construyendo el decoro de su salida.

A juzgar por su comportamiento público como candidato, por su agresividad retórica, y especialmente por la ingratitud manifiesta que mostró tras el protagónico recibimiento que se le confirió en la Ciudad de México, en la que era una incipiente campaña electoral para Donald Trump, el Presidente de México debería esperar, tras el gélido viento que encontrará al aterrizar en Washington, una recepción igual de fría al llegar a la Casa Blanca.

Una visita tan temprana, cuando los alcances del recién llegado a la Oficina Oval son inciertos, supone un gran riesgo. Los exabruptos del magnate neoyorkino con la prensa, ya investido de la representación presidencial, suponen que sus formas no han mejorado tras el desembarco en el número 1600 de la avenida Pensilvania.

Por eso la preparación de la visita del presidente mexicano, debiera ser muy cuidadosa, por ser esta la más compleja que cualquier otra que haya realizado mandatario alguno al Distrito de Columbia. El anuncio del encuentro con anticipación razonable y el posicionamiento en materia de política exterior emitido por el jefe del estado mexicano apenas ayer, en un evento organizado de ex profeso, hacen suponer que hay clara conciencia de ello; que los errores de agosto, no estarán presentes en enero.

Al terminar el primer mes del año iniciará una época, seguro compleja en la relación de los gobiernos, el de México y el de los Estados Unidos. La era Trump, dure ocho, cuatro o menos años, será de grandes desafíos para ambos países. No hay duda de ello.

Dada la clara disparidad del poder económico, militar y político de los dos países, y la manifiesta belicosidad del magnate transformado en mandatario, el jefe del Estado mexicano no está obligado a regresar a su país con grandes logros. Los mexicanos le exigirán eso sí, evidencia de una defensa digna de los intereses nacionales. Sin enfrentamientos, pero sin sumisión. Con claridad de planteamientos y argumentos en la agenda comercial, pero también en la migratoria y la de seguridad. Con flexibilidad en los espacios de negociación, y firmeza en las posturas irreductibles para el país. Si el trance se supera con éxito, México estará listo para un gran Acuerdo Nacional de largo aliento. Y el Presidente quedará legitimado para convocarlo. Ahí está la oportunidad. De las últimas.