/ lunes 12 de junio de 2017

La agonía del Paseo de la Reforma

Al analizar el devenir humano, queda claro que las fechas son meros referentes, pero en ocasiones se dan trágicas y paradójicas coincidencias. Es el caso del Paseo de la Reforma, proyectado por órdenes del emperador Maximiliano de Habsburgo-de quien el 19 de junio se cumplirán 150 años de su fusilamiento y fin del Segundo Imperio-para conectar al Castillo de Chapultepec con el Palacio Imperial. Originalmente denominado Paseo de la Emperatriz, Benito Juárez lo renombró de Degollado y a partir de 1872, Sebastián Lerdo de Tejada, en honor a las Leyes de Reforma, Paseo de la Reforma.

Desde entonces, con sus casi 15 kilómetros de largo, ha sido la más emblemática avenida de la capital de la República y uno de los más imponentes referentes urbanos a nivel mundial, gracias a su belleza, majestuosidad y arboleda, pero también desafortunado botín de lucha entre poderes e intereses diversos, como los de especuladores inmobiliarios y concesionarios, y sobre todo de políticos, los que se han impuesto siempre por sobre del interés ciudadano y hoy no es la excepción.

Su desnaturalización inició con el salinato -que contribuyó a su deterioro permitiendo la construcción de macrotorres a sus lados, como ampliamente lo documentó Silvio Zavala en los 90-, y se ha catapultado con los últimos gobiernos locales, al grado de que ahora, a 145 años de haber tomado su nombre actual, en pleno 160 aniversario de la Constitución de 1857, el Paseo de la Reforma agoniza, a punto de perder su identidad y de materializarse su ecocidio arborífero y culturicidio, como resultado de una equívoca y demagógica visión de impulso a la movilidad ciudadana, cada día más paralizada. De por sí ya la grotesca hilera central piramidiforme disuasiva del cruce peatonal anárquico alteró más tarde su fisonomía y dañó su ecología, pero lo que actualmente instrumenta el gobierno capitalino construyendo la línea 7 del Metrobús, no solo generará una grave afectación a los monumentos históricos y artísticos ubicados a lo largo del Paseo, de las especies arbóreas de la zona -de las cuales centenares han sido ya retiradas- y del propio Bosque de Chapultepec -modificado de AVA a bosque urbano-, sino también de la misma movilidad, pues el confinamiento de carriles generará (como ya sucede) mayor contaminación y riesgos para la salud y el medio ambiente. Ello sin contar que se pretende convertir el camellón central en ciclovía.

En pocas palabras, está por fenecer la avenida capitalina más icónica y con ella un símbolo ecourbano depositario de un invaluable legado histórico cultural. De momento, el Juez Octavo de Distrito en Materia Administrativa otorgó suspensión provisional al amparo interpuesto por la Asociación Mexicana de Derecho Ambiental pero las obras continúan en total impunidad, como ha sido desde diciembre. La cuestión es ¿por qué realizar semejantes trabajos sin consultar a la ciudadanía y a expertos ambientales y de protección del patrimonio cultural? ¿Por qué desoír propuestas de rutas alternas como Avenida Chapultepec, vía Constituyentes, hacia Santa Fe? ¿Por qué imponer mega obras solo para trascender políticamente y no para solucionar la movilidad, actuando al margen ciudadano, del INAH y del INBA? La Ciudad de México no puede más. Su tráfico es monstruoso y sus arterias estacionamientos colapsados. El estrés y la inseguridad sicotizan a una ciudadanía cuyos niveles de intolerancia y violencia aumentan cada día, mientras la polución atmosférica, acústica y la indiscriminada invasión inmobiliaria avanzan sin freno. Obras como la referida, sin planeación, sustentabilidad, consenso ni estudios serios de impacto, no son la solución.

¡Nuestra capital estrena nombre, Constitución y estructura orgánica, pero sus autoridades, con miras al 2018, la han abandonado a su suerte, prefiriendo criminalizar al ciudadano cautivo, desnaturalizar sus símbolos y devastar su medio ambiente, que asumir su compromiso de velar por una auténtica calidad de vida, seguridad y bienestar sociales!

bettyzanolli@gmail.com        @BettyZanolli

Al analizar el devenir humano, queda claro que las fechas son meros referentes, pero en ocasiones se dan trágicas y paradójicas coincidencias. Es el caso del Paseo de la Reforma, proyectado por órdenes del emperador Maximiliano de Habsburgo-de quien el 19 de junio se cumplirán 150 años de su fusilamiento y fin del Segundo Imperio-para conectar al Castillo de Chapultepec con el Palacio Imperial. Originalmente denominado Paseo de la Emperatriz, Benito Juárez lo renombró de Degollado y a partir de 1872, Sebastián Lerdo de Tejada, en honor a las Leyes de Reforma, Paseo de la Reforma.

Desde entonces, con sus casi 15 kilómetros de largo, ha sido la más emblemática avenida de la capital de la República y uno de los más imponentes referentes urbanos a nivel mundial, gracias a su belleza, majestuosidad y arboleda, pero también desafortunado botín de lucha entre poderes e intereses diversos, como los de especuladores inmobiliarios y concesionarios, y sobre todo de políticos, los que se han impuesto siempre por sobre del interés ciudadano y hoy no es la excepción.

Su desnaturalización inició con el salinato -que contribuyó a su deterioro permitiendo la construcción de macrotorres a sus lados, como ampliamente lo documentó Silvio Zavala en los 90-, y se ha catapultado con los últimos gobiernos locales, al grado de que ahora, a 145 años de haber tomado su nombre actual, en pleno 160 aniversario de la Constitución de 1857, el Paseo de la Reforma agoniza, a punto de perder su identidad y de materializarse su ecocidio arborífero y culturicidio, como resultado de una equívoca y demagógica visión de impulso a la movilidad ciudadana, cada día más paralizada. De por sí ya la grotesca hilera central piramidiforme disuasiva del cruce peatonal anárquico alteró más tarde su fisonomía y dañó su ecología, pero lo que actualmente instrumenta el gobierno capitalino construyendo la línea 7 del Metrobús, no solo generará una grave afectación a los monumentos históricos y artísticos ubicados a lo largo del Paseo, de las especies arbóreas de la zona -de las cuales centenares han sido ya retiradas- y del propio Bosque de Chapultepec -modificado de AVA a bosque urbano-, sino también de la misma movilidad, pues el confinamiento de carriles generará (como ya sucede) mayor contaminación y riesgos para la salud y el medio ambiente. Ello sin contar que se pretende convertir el camellón central en ciclovía.

En pocas palabras, está por fenecer la avenida capitalina más icónica y con ella un símbolo ecourbano depositario de un invaluable legado histórico cultural. De momento, el Juez Octavo de Distrito en Materia Administrativa otorgó suspensión provisional al amparo interpuesto por la Asociación Mexicana de Derecho Ambiental pero las obras continúan en total impunidad, como ha sido desde diciembre. La cuestión es ¿por qué realizar semejantes trabajos sin consultar a la ciudadanía y a expertos ambientales y de protección del patrimonio cultural? ¿Por qué desoír propuestas de rutas alternas como Avenida Chapultepec, vía Constituyentes, hacia Santa Fe? ¿Por qué imponer mega obras solo para trascender políticamente y no para solucionar la movilidad, actuando al margen ciudadano, del INAH y del INBA? La Ciudad de México no puede más. Su tráfico es monstruoso y sus arterias estacionamientos colapsados. El estrés y la inseguridad sicotizan a una ciudadanía cuyos niveles de intolerancia y violencia aumentan cada día, mientras la polución atmosférica, acústica y la indiscriminada invasión inmobiliaria avanzan sin freno. Obras como la referida, sin planeación, sustentabilidad, consenso ni estudios serios de impacto, no son la solución.

¡Nuestra capital estrena nombre, Constitución y estructura orgánica, pero sus autoridades, con miras al 2018, la han abandonado a su suerte, prefiriendo criminalizar al ciudadano cautivo, desnaturalizar sus símbolos y devastar su medio ambiente, que asumir su compromiso de velar por una auténtica calidad de vida, seguridad y bienestar sociales!

bettyzanolli@gmail.com        @BettyZanolli