/ martes 25 de julio de 2017

La caída de Macron

El enfrentamiento con los factores de la real politik ha empezado rápidamente a mellar la popularidad de Emmanuel Macron como ocupante de lo que él parece estar entendiendo más como un trono que como una responsabilidad republicana. Su obsesión por la grandiosidad de los símbolos del antiguo poder monárquico francés, como el empleo del Palacio de Versalles para dirigir un mensaje a la Asamblea Nacional y al Senado en un tono francamente autoritario y con la advertencia de apelar directamente al pueblo si el Poder Legislativo no acepta sus directrices; todo ello precedido de una entrada exageradamente solemne, han generado en los medios una reacción de advertencia al ponerle el mote de El presidente sol, en alusión a Luis XIV.

A ese primer desliz le siguió hace unos días su enfrentamiento con el Jefe del Ejército francés quien dimitió como protesta por la reducción del presupuesto a las Fuerzas Armadas, episodio al que se atribuye una nueva afectación de la imagen del presidente cuyo índice de aceptación ha descendido 10 puntos en el último mes, reducción que es la segunda más intensa de un titular del Ejecutivo en los inicios de su mandato, solo superada por la de Jacques Chirac. Habría que decir que esa caída no implica necesariamente que sus decisiones sean del todo malas. En principio, el uso de los símbolos del poder es un arma política válida y como comandante en jefe no podía permitir que quien formalmente es su subordinado, criticara la política que está aplicando en materia de reducción de gasto.

Empero, el ejercicio del poder no es solo cuestión de hacer valer una autoridad formal sino de enfrentar las realidades burocráticas y las fuerzas que desde fuera de los gobiernos se imponen inexorablemente. Al respecto es ilustrativo el episodio que recoge Tom Bower en el libro Broken vows que podría traducirse como Las promesas rotas, sobre las dificultades que agobiaban a Tony Blair como primer ministro británico y en el cual relata que en medio de una discusión con el más alto miembro de la administración pública, acerca de las medidas que debían tomarse para disminuir la criminalidad, este le dijo a Blair que su problema consistía en que realmente el joven primer ministro nunca había dirigido nada; a lo cual Blair respondió con firmeza: “Dirigí el Partido Laborista”, y su interlocutor Richard Wilson, con sorna reviró: “Usted no lo dirigía, lo lideraba”.

Justamente ahí reside la cuestión que va generando un rápido desgaste del inquilino del Palacio del Elíseo, quien encabezó brillantemente un movimiento político pero que ahora debe dirigir una nación cuyos pobladores han buscado desesperadamente un reencauzamiento del sistema social y económico de Francia y agotaron las opciones tanto de derecha como de izquierda sin resultados, para refugiarse en una figura que alguna vez la BBC caracterizó en una nota como un “populista de centro”. Y no andaba tan desencaminado el calificativo porque Macron ha ofrecido soluciones que no van a satisfacer a un pueblo que, de modo paradójico, eligió a un exbanquero ligado a las fórmulas neoliberales las cuales son rechazadas por el electorado.

La prueba de fuego vendrá en septiembre, mes en que se ha anunciado una huelga general contra la reforma laboral que Macron pretende pasar sin que haya un verdadero debate en el Legislativo al respecto, mediante un mecanismo que coloquialmente podría etiquetarse como “lo toman o lo dejan”, pues la Asamblea solo puede aprobarlo o rechazar en bloque la legislación correspondiente.

eduardoandrade1948@gmail.com

El enfrentamiento con los factores de la real politik ha empezado rápidamente a mellar la popularidad de Emmanuel Macron como ocupante de lo que él parece estar entendiendo más como un trono que como una responsabilidad republicana. Su obsesión por la grandiosidad de los símbolos del antiguo poder monárquico francés, como el empleo del Palacio de Versalles para dirigir un mensaje a la Asamblea Nacional y al Senado en un tono francamente autoritario y con la advertencia de apelar directamente al pueblo si el Poder Legislativo no acepta sus directrices; todo ello precedido de una entrada exageradamente solemne, han generado en los medios una reacción de advertencia al ponerle el mote de El presidente sol, en alusión a Luis XIV.

A ese primer desliz le siguió hace unos días su enfrentamiento con el Jefe del Ejército francés quien dimitió como protesta por la reducción del presupuesto a las Fuerzas Armadas, episodio al que se atribuye una nueva afectación de la imagen del presidente cuyo índice de aceptación ha descendido 10 puntos en el último mes, reducción que es la segunda más intensa de un titular del Ejecutivo en los inicios de su mandato, solo superada por la de Jacques Chirac. Habría que decir que esa caída no implica necesariamente que sus decisiones sean del todo malas. En principio, el uso de los símbolos del poder es un arma política válida y como comandante en jefe no podía permitir que quien formalmente es su subordinado, criticara la política que está aplicando en materia de reducción de gasto.

Empero, el ejercicio del poder no es solo cuestión de hacer valer una autoridad formal sino de enfrentar las realidades burocráticas y las fuerzas que desde fuera de los gobiernos se imponen inexorablemente. Al respecto es ilustrativo el episodio que recoge Tom Bower en el libro Broken vows que podría traducirse como Las promesas rotas, sobre las dificultades que agobiaban a Tony Blair como primer ministro británico y en el cual relata que en medio de una discusión con el más alto miembro de la administración pública, acerca de las medidas que debían tomarse para disminuir la criminalidad, este le dijo a Blair que su problema consistía en que realmente el joven primer ministro nunca había dirigido nada; a lo cual Blair respondió con firmeza: “Dirigí el Partido Laborista”, y su interlocutor Richard Wilson, con sorna reviró: “Usted no lo dirigía, lo lideraba”.

Justamente ahí reside la cuestión que va generando un rápido desgaste del inquilino del Palacio del Elíseo, quien encabezó brillantemente un movimiento político pero que ahora debe dirigir una nación cuyos pobladores han buscado desesperadamente un reencauzamiento del sistema social y económico de Francia y agotaron las opciones tanto de derecha como de izquierda sin resultados, para refugiarse en una figura que alguna vez la BBC caracterizó en una nota como un “populista de centro”. Y no andaba tan desencaminado el calificativo porque Macron ha ofrecido soluciones que no van a satisfacer a un pueblo que, de modo paradójico, eligió a un exbanquero ligado a las fórmulas neoliberales las cuales son rechazadas por el electorado.

La prueba de fuego vendrá en septiembre, mes en que se ha anunciado una huelga general contra la reforma laboral que Macron pretende pasar sin que haya un verdadero debate en el Legislativo al respecto, mediante un mecanismo que coloquialmente podría etiquetarse como “lo toman o lo dejan”, pues la Asamblea solo puede aprobarlo o rechazar en bloque la legislación correspondiente.

eduardoandrade1948@gmail.com