/ sábado 10 de junio de 2017

La certeza electoral

Se dice que el requisito para que exista la democracia es que haya elecciones libres, periódicas y con libertad de expresión. Pero si vamos más allá también debe existir la posibilidad de escoger a candidatos viables (y no necesariamente descartando opciones y quedándose con la “menos mala” de todas). Los requisitos democráticos no son solamente procedimentales, sino de fondo. Pero antes de seguir y de ir más lejos, una de las principales características de las democracias es que no se sepa quién ganará una determinada elección. Si pensamos por ejemplo en el caso del PRI de los años 60 y 70, era obvio, natural y evidente para todos que dicho partido tendría el triunfo electoral. No había duda que serían los que ganarían en los comicios y se pensaba imposible que ganase otra fuerza política que no fueran ellos.

En 1997 el PRI perdió la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados y eso abrió la posibilidad de la alternancia en el año 2000, cuando Vicente Fox ganó la Presidencia de la República. Hoy por hoy tenemos en México una democracia que – si bien no es perfecta – cumple con algunos requisitos importantes: las elecciones son periódicas y no se sabe a ciencia cierta y con anticipación quién ganará. El caso del Estado de México es una clara muestra de ello. Un día antes de la elección no se tenía idea de quién sería el triunfador. La candidata de Morena y el candidato del PRI estaban virtualmente empatados sin conocer cómo se resolvería el asunto. Sin embargo todos sabían que el final sería “de fotografía”. Y así fue. Apenas ayer el Instituto Electoral del Estado de México confirmó que Alfredo del Mazo (con el 100% de los cómputos terminados) fue quien obtuvo una mayor cantidad de votos, y por ende, es el ganador de la contienda (falta ver todo el tema de las impugnaciones que seguramente vendrá pronto).

El caso de Coahuila es un caso distinto. A la fecha no se sabe quién ganó y por qué medios lo hizo. Unos se acusan con otros de haber hecho trampa y de haber cometido fraude. El Instituto Electoral de Coahuila no ha podido procesar con rapidez y eficiencia el conteo de los votos del estado y la incertidumbre parece generar inestabilidad política.

Si bien eso es un requisito democrático (no saber quién ganará), no debe prolongarse innecesariamente porque entonces genera toda clase de suspicacias (debilitando a la propia democracia y sus procesos). ¿Cómo es posible que países como Francia y el Reino Unido hayan sido capaces de contar los votos de sus millones de habitantes en poco tiempo, anunciar al ganador y dar posesión al nuevo gobernante o presidente? ¿Por qué razón en México no podemos ser más eficientes en ello?

La respuesta es la misma: nuestro sistema está fuertemente anclado en la desconfianza y la sospecha continua del fraude electoral.Pero también tiene un componente de letargo político – que muchas veces nos caracteriza a todos los mexicanos – por el que los ciudadanos no participamos (o lo hacemos de mala gana) en la vida pública del país y no queremos involucrarnos en nada o queremos que todo sea fácil.

Los órganos electorales, los gobiernos y los políticos se nutren de la sociedad misma. Por ende, si la sociedad no es democrática, eficiente, honesta y participativa, ¿cómo esperamos que nuestras autoridades lo sean? El Estado es un reflejo de nosotros mismos. @fedeling

Se dice que el requisito para que exista la democracia es que haya elecciones libres, periódicas y con libertad de expresión. Pero si vamos más allá también debe existir la posibilidad de escoger a candidatos viables (y no necesariamente descartando opciones y quedándose con la “menos mala” de todas). Los requisitos democráticos no son solamente procedimentales, sino de fondo. Pero antes de seguir y de ir más lejos, una de las principales características de las democracias es que no se sepa quién ganará una determinada elección. Si pensamos por ejemplo en el caso del PRI de los años 60 y 70, era obvio, natural y evidente para todos que dicho partido tendría el triunfo electoral. No había duda que serían los que ganarían en los comicios y se pensaba imposible que ganase otra fuerza política que no fueran ellos.

En 1997 el PRI perdió la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados y eso abrió la posibilidad de la alternancia en el año 2000, cuando Vicente Fox ganó la Presidencia de la República. Hoy por hoy tenemos en México una democracia que – si bien no es perfecta – cumple con algunos requisitos importantes: las elecciones son periódicas y no se sabe a ciencia cierta y con anticipación quién ganará. El caso del Estado de México es una clara muestra de ello. Un día antes de la elección no se tenía idea de quién sería el triunfador. La candidata de Morena y el candidato del PRI estaban virtualmente empatados sin conocer cómo se resolvería el asunto. Sin embargo todos sabían que el final sería “de fotografía”. Y así fue. Apenas ayer el Instituto Electoral del Estado de México confirmó que Alfredo del Mazo (con el 100% de los cómputos terminados) fue quien obtuvo una mayor cantidad de votos, y por ende, es el ganador de la contienda (falta ver todo el tema de las impugnaciones que seguramente vendrá pronto).

El caso de Coahuila es un caso distinto. A la fecha no se sabe quién ganó y por qué medios lo hizo. Unos se acusan con otros de haber hecho trampa y de haber cometido fraude. El Instituto Electoral de Coahuila no ha podido procesar con rapidez y eficiencia el conteo de los votos del estado y la incertidumbre parece generar inestabilidad política.

Si bien eso es un requisito democrático (no saber quién ganará), no debe prolongarse innecesariamente porque entonces genera toda clase de suspicacias (debilitando a la propia democracia y sus procesos). ¿Cómo es posible que países como Francia y el Reino Unido hayan sido capaces de contar los votos de sus millones de habitantes en poco tiempo, anunciar al ganador y dar posesión al nuevo gobernante o presidente? ¿Por qué razón en México no podemos ser más eficientes en ello?

La respuesta es la misma: nuestro sistema está fuertemente anclado en la desconfianza y la sospecha continua del fraude electoral.Pero también tiene un componente de letargo político – que muchas veces nos caracteriza a todos los mexicanos – por el que los ciudadanos no participamos (o lo hacemos de mala gana) en la vida pública del país y no queremos involucrarnos en nada o queremos que todo sea fácil.

Los órganos electorales, los gobiernos y los políticos se nutren de la sociedad misma. Por ende, si la sociedad no es democrática, eficiente, honesta y participativa, ¿cómo esperamos que nuestras autoridades lo sean? El Estado es un reflejo de nosotros mismos. @fedeling