/ domingo 23 de julio de 2017

La mente superior del hombre

Antier se conmemoraron 48 años del arribo del hombre a la Luna, hazaña que incluso hoy se nos antoja difícil. En aquella ocasión tres valientes y arrojados ciudadanos del mundo aceptaron el reto y decidieron escribir la historia a su manera. Tal vez no necesitaban ni la valentía ni el arrojo; más bien la inteligencia, el sentido común y una mentalidad superior.

Estas cualidades fueron las que finalmente llevaron a Marco Polo, a Cristóbal Colón, a Juan Sebastián Elcano, a Hernando de Magallanes, a Roald Amundsen, a Edmund Hillary y a Yuri Gagarin, a Alan Shepard, a John Glenn y a muchos otros exploradores, a consumar sus hazañas difíciles y en ocasiones imposibles.

¿Qué impulsó a Marco Polo a convertirse en un turista natural que abrió rutas para el comercio y el conocimiento? ¿Qué inquietudes se despertaron en la conciencia de Cristóbal Colón que lo llevaron a convencer, no solo a sus cercanos, sino a los monarcas iberos de que al otro lado del mar océano vibraban Catay y Cipango? ¿Qué sueños habrá tenido Sir Edmund Hillary, que lo llevaron a clavar sus aceros en la roca y en el hielo y convertirse en el precursor de las ascensiones al Monte Everest? ¿Cómo sería la extraña sensación de Yuri Gagarin al perder la gravedad y encontrarse solo en el vasto espacio? ¿Qué angustias y vicisitudes pasaron Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins?

Estos hechos y hazañas nos parecen distantes en el tiempo y en el espacio. Los últimos arribos a nuestro satélite natural fueron hace más de 40 años. Los jóvenes de hoy no podrían rememorar estos acontecimientos que estremecieron al mundo. Por televisión vimos el gran paso para la humanidad que dio Amstrong el 20 de julio de 1969. En las seis misiones lunares, 12 astronautas recolectaron cientos de kilos de muestras de suelo, hicieron rodar un vehículo por las blancas arenas, hicieron cientos de pruebas físicas, astronómicas y biológicas, exigiéndole al organismo humano una permanencia de 71 horas, tres días, en la inhabilidad lunar.

La mayoría de los astronautas y viajeros espaciales viven y han tenido la fortuna de ser reconocidos en todo el planeta por la magia instantánea de los medios de comunicación. Nos damos cuenta, en el momento, de sus esfuerzos, de sus angustias, de sus triunfos de sus parpadeos, hasta de sus sueños. Oímos latir sus corazones, escuchamos sus respuestas e instrucciones, y hasta nos enteramos de los mensajes mínimos que envían a sus familiares. ¿Privacía? Ya no existe. Es la injerencia e intromisión despiadada de los medios, de la sociedad, en la vida del ser humano. Tal vez Colón en su camarote tuvo privacía, Marco Polo en las noches del desierto también y a lo mejor el inglés Hillary la tuvo en la cúspide del Himalaya. Pero no más. Los medios de información en esas épocas eran comunicaciones escritas, misivas, que hacían sus recorridos en varios meses, o a veces años, y obviamente su impacto era otro. Sin embargo, la valentía y el arrojo eran más valiosos por la ignorancia de la época respecto de casi todo su medio ambiente, de su hábitat.

Nuestras enciclopedias están llenas de nombres de audaces exploradores, investigadores, aventureros y esforzados descubridores, quienes dieron sus capacidades y en muchas ocasiones sus vidas por sus convicciones. Quiero en este breve espacio, rendir un homenaje a quienes alcanzaron el sueño de muchas edades de pisar la Luna, así como a todos aquellos que a través de centurias han dado pasos gigantescos para toda la humanidad. pacofonn@yahoo.com.mx

Antier se conmemoraron 48 años del arribo del hombre a la Luna, hazaña que incluso hoy se nos antoja difícil. En aquella ocasión tres valientes y arrojados ciudadanos del mundo aceptaron el reto y decidieron escribir la historia a su manera. Tal vez no necesitaban ni la valentía ni el arrojo; más bien la inteligencia, el sentido común y una mentalidad superior.

Estas cualidades fueron las que finalmente llevaron a Marco Polo, a Cristóbal Colón, a Juan Sebastián Elcano, a Hernando de Magallanes, a Roald Amundsen, a Edmund Hillary y a Yuri Gagarin, a Alan Shepard, a John Glenn y a muchos otros exploradores, a consumar sus hazañas difíciles y en ocasiones imposibles.

¿Qué impulsó a Marco Polo a convertirse en un turista natural que abrió rutas para el comercio y el conocimiento? ¿Qué inquietudes se despertaron en la conciencia de Cristóbal Colón que lo llevaron a convencer, no solo a sus cercanos, sino a los monarcas iberos de que al otro lado del mar océano vibraban Catay y Cipango? ¿Qué sueños habrá tenido Sir Edmund Hillary, que lo llevaron a clavar sus aceros en la roca y en el hielo y convertirse en el precursor de las ascensiones al Monte Everest? ¿Cómo sería la extraña sensación de Yuri Gagarin al perder la gravedad y encontrarse solo en el vasto espacio? ¿Qué angustias y vicisitudes pasaron Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins?

Estos hechos y hazañas nos parecen distantes en el tiempo y en el espacio. Los últimos arribos a nuestro satélite natural fueron hace más de 40 años. Los jóvenes de hoy no podrían rememorar estos acontecimientos que estremecieron al mundo. Por televisión vimos el gran paso para la humanidad que dio Amstrong el 20 de julio de 1969. En las seis misiones lunares, 12 astronautas recolectaron cientos de kilos de muestras de suelo, hicieron rodar un vehículo por las blancas arenas, hicieron cientos de pruebas físicas, astronómicas y biológicas, exigiéndole al organismo humano una permanencia de 71 horas, tres días, en la inhabilidad lunar.

La mayoría de los astronautas y viajeros espaciales viven y han tenido la fortuna de ser reconocidos en todo el planeta por la magia instantánea de los medios de comunicación. Nos damos cuenta, en el momento, de sus esfuerzos, de sus angustias, de sus triunfos de sus parpadeos, hasta de sus sueños. Oímos latir sus corazones, escuchamos sus respuestas e instrucciones, y hasta nos enteramos de los mensajes mínimos que envían a sus familiares. ¿Privacía? Ya no existe. Es la injerencia e intromisión despiadada de los medios, de la sociedad, en la vida del ser humano. Tal vez Colón en su camarote tuvo privacía, Marco Polo en las noches del desierto también y a lo mejor el inglés Hillary la tuvo en la cúspide del Himalaya. Pero no más. Los medios de información en esas épocas eran comunicaciones escritas, misivas, que hacían sus recorridos en varios meses, o a veces años, y obviamente su impacto era otro. Sin embargo, la valentía y el arrojo eran más valiosos por la ignorancia de la época respecto de casi todo su medio ambiente, de su hábitat.

Nuestras enciclopedias están llenas de nombres de audaces exploradores, investigadores, aventureros y esforzados descubridores, quienes dieron sus capacidades y en muchas ocasiones sus vidas por sus convicciones. Quiero en este breve espacio, rendir un homenaje a quienes alcanzaron el sueño de muchas edades de pisar la Luna, así como a todos aquellos que a través de centurias han dado pasos gigantescos para toda la humanidad. pacofonn@yahoo.com.mx