/ lunes 5 de octubre de 2015

La reconstrucción del tejido político (V) / Razón de Estado / Joaquín Narro Lobo

En la reconstrucción del tejido político, el papel de la sociedad es fundamental. De unos años a la fecha, la sociedad se ha visto notablemente empoderada frente a los poderes formales del Estado. Hechos como el 2 de octubre de 1968, el sismo de 1985 en la Ciudad de México o la alternancia del partido en el poder en el 2000 han hecho de la sociedad mexicana una colectividad empoderada y con suficientes instrumentos y herramientas para observar, criticar y modificar al poder. Como nunca, la sociedad de estos momentos puede sentirse satisfecha de las conquistas que ha obtenido y que poco a poco se consolidan como contrapesos del poder político.

Asuntos como la democracia, la transparencia, la rendición de cuentas y el reconocimiento a los derechos humanos, son varios de los logros que se han conseguido desde hace ya varias décadas. Recientemente, la consulta popular, la autonomía de las áreas de procuración de justicia o las candidaturas independientes, son muestras claras y fehacientes de cómo la sociedad puede modificar al poder y lograr importantes conquistas. Sin embargo, y como suele suceder en estos casos, no todo es miel sobre hojuelas. Con todos esos instrumentos y herramientas, también han venido vicios y excesos, fallas y omisiones.

Retomo lo señalado en una columna política: “los ciudadanos no estamos satisfechos con quienes nos representan: gobernantes, líderes y políticos. Es un hecho. En el extremo, Carlos Marín se refiere a los legisladores como “una runfla de vividores” y Ciro Gómez Leyva dice que la actual generación de políticos está genéticamente incapacitada para la grandeza. Y sin embargo, esos políticos no nos cayeron como una maldición diabólica, no vienen de Marte, ni siquiera son una élite extranjera que nos domina después de una conquista armada. ¡Qué va! Son producto de la misma sociedad que nosotros”. Hace más de seis años, Denise Maerker publicó esto en su columna y su contundencia me cimbró.

Si en 2009 esta aseveración era cierta, hoy las cosas no son muy diferentes. La clase política está podrida y el tejido roto por culpa de ellos, pero también de nosotros. La sociedad ha hecho parte de lo que le corresponde, pero continúa omisa y a veces hasta hipócrita en su comportamiento frente al poder. Por un lado, la referencia a los excesos y la corrupción forman parte de la crítica cotidiana, pero por el otro, no es raro que esos mismos sean los que, a la primer oportunidad buscan hacer un negocio indebido con un amigo que se encuentra en la estructura burocrática de una institución pública.

Lo que quiero decir es que el tejido político tiene que reconstruirse y son los políticos los primeros que deben comenzar a trazar estrategias para ello. Sin embargo, de nada servirá si al mismo tiempo la sociedad no cambia de actitud. La clase política, antes que cualquier cosa, es sociedad. No sé quién descompuso primero a quién, si los políticos pervirtieron a la sociedad o si algunos perversos accedieron al poder. Lo que es cierto es que las cosas ya no pueden seguir igual. * joaquin.narro@gmail.com Twitter @JoaquinNarro

En la reconstrucción del tejido político, el papel de la sociedad es fundamental. De unos años a la fecha, la sociedad se ha visto notablemente empoderada frente a los poderes formales del Estado. Hechos como el 2 de octubre de 1968, el sismo de 1985 en la Ciudad de México o la alternancia del partido en el poder en el 2000 han hecho de la sociedad mexicana una colectividad empoderada y con suficientes instrumentos y herramientas para observar, criticar y modificar al poder. Como nunca, la sociedad de estos momentos puede sentirse satisfecha de las conquistas que ha obtenido y que poco a poco se consolidan como contrapesos del poder político.

Asuntos como la democracia, la transparencia, la rendición de cuentas y el reconocimiento a los derechos humanos, son varios de los logros que se han conseguido desde hace ya varias décadas. Recientemente, la consulta popular, la autonomía de las áreas de procuración de justicia o las candidaturas independientes, son muestras claras y fehacientes de cómo la sociedad puede modificar al poder y lograr importantes conquistas. Sin embargo, y como suele suceder en estos casos, no todo es miel sobre hojuelas. Con todos esos instrumentos y herramientas, también han venido vicios y excesos, fallas y omisiones.

Retomo lo señalado en una columna política: “los ciudadanos no estamos satisfechos con quienes nos representan: gobernantes, líderes y políticos. Es un hecho. En el extremo, Carlos Marín se refiere a los legisladores como “una runfla de vividores” y Ciro Gómez Leyva dice que la actual generación de políticos está genéticamente incapacitada para la grandeza. Y sin embargo, esos políticos no nos cayeron como una maldición diabólica, no vienen de Marte, ni siquiera son una élite extranjera que nos domina después de una conquista armada. ¡Qué va! Son producto de la misma sociedad que nosotros”. Hace más de seis años, Denise Maerker publicó esto en su columna y su contundencia me cimbró.

Si en 2009 esta aseveración era cierta, hoy las cosas no son muy diferentes. La clase política está podrida y el tejido roto por culpa de ellos, pero también de nosotros. La sociedad ha hecho parte de lo que le corresponde, pero continúa omisa y a veces hasta hipócrita en su comportamiento frente al poder. Por un lado, la referencia a los excesos y la corrupción forman parte de la crítica cotidiana, pero por el otro, no es raro que esos mismos sean los que, a la primer oportunidad buscan hacer un negocio indebido con un amigo que se encuentra en la estructura burocrática de una institución pública.

Lo que quiero decir es que el tejido político tiene que reconstruirse y son los políticos los primeros que deben comenzar a trazar estrategias para ello. Sin embargo, de nada servirá si al mismo tiempo la sociedad no cambia de actitud. La clase política, antes que cualquier cosa, es sociedad. No sé quién descompuso primero a quién, si los políticos pervirtieron a la sociedad o si algunos perversos accedieron al poder. Lo que es cierto es que las cosas ya no pueden seguir igual. * joaquin.narro@gmail.com Twitter @JoaquinNarro