/ lunes 11 de enero de 2016

Maltrato en el aeropuerto capitalino (II) / Razón de Estado / Joaquín Narro Lobo

Poco después de las doce del día, cuando se suponía que habríamos de abordar el avión que nos llevaría a Houston, nos dieron una nueva noticia: el avión no despegaría a la una de la tarde, sino hasta las seis, pues teníamos que esperar para que a las cuatro y media llegaran distintas piezas mecánicas que servirían para realizar las composturas necesarias. Evidentemente esto sonaba sospechoso, pues no hacía sentido que ante tal falla, bastara una hora y media para revisar las nuevas piezas, componer la falla, hacer las pruebas respectivas, abordar y salir hacia nuestro destino. Sin embargo, no todo estaba perdido, pues por soportar esto volveríamos a recibir ese “jugoso” vale por 7 dólares para comer en los restaurantes que a esa hora seguían cerrados.

Después de comer y pagar una tercera parte de la cuenta con los “jugosos” vales de 7 dólares, más o menos a las cinco de la tarde, fuimos informados de las novedades de nuestro vuelo. Una empleada de United nos transmitió una noticia que a todos nos llenó de júbilo y alegría: con dos horas de retraso respecto del anterior retraso y con siete respecto del primer retraso, saldríamos rumbo a nuestro destino texano. Todos sentimos alivio, pues por fin volaríamos y comenzaríamos nuestras vacaciones.

Nos dispusimos a caminar poco más de un kilómetro entre la puerta 19 y la 30, para estar muy dispuestos a formarnos frente a una empleada de la aerolínea que, por su cara, reflejaba haber tenido un día casi tan pesado y estresante como el de aquellos que llevábamos más de 14 horas entre un avión que falló a medio vuelo y una terminar aeroportuaria sucia, saturada, en remodelación y con personal malhumorado. Poco a poco, los pasajeros fuimos entrando al avión y por fin a las ocho treinta de la noche, todos estábamos con el cinturón ajustado y con gran disposición para elevar el vuelo.

Uno, dos, tres… cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco, cuarenta y seis. Una azafata fue contando todos y cada uno de los lugares vacíos y, para no equivocarse, lo hizo en dos ocasiones. Sí, los primeros cuarenta y seis se confirmaron con su segundo conteo. La puerta del avión se cerró y, entonces sí, volaríamos por cerca de dos horas para llegar después de las 11 a Houston… o eso creíamos. Con una voz entre confundida y decepcionada, el piloto nos avisó que en Houston ya no podrían recibirnos, pues ya era muy tarde y la gente a esas horas suele dormir en sus casas, pero no teníamos de qué preocuparnos, pues al día siguiente saldríamos en un vuelo a las nueve de la mañana.

Bajamos del avión con molestia, coraje, tristeza, cansancio, decepción y sintiéndonos como tontos, pues nos subieron al avión con gran lentitud y retrasaron intencionalmente la salida, sabedores desde el inicio, sin duda, que no podríamos ya volar, pues efectivamente el área de Migración del aeropuerto texano no funciona por las noches. Después de cambiar nuestros pases de abordar, y de que varios de quienes habíamos documentado equipaje recibiéramos nuestras maletas con menos contenido del que originalmente tenían, a las once de la noche algunos nos fuimos a nuestras casas y otros a un hotel.

En nuestra próxima colaboración, la conclusión de esta crónica de una vacación estropeada.

joaquin.narro@gmail.com

Twitter @JoaquinNarro

Poco después de las doce del día, cuando se suponía que habríamos de abordar el avión que nos llevaría a Houston, nos dieron una nueva noticia: el avión no despegaría a la una de la tarde, sino hasta las seis, pues teníamos que esperar para que a las cuatro y media llegaran distintas piezas mecánicas que servirían para realizar las composturas necesarias. Evidentemente esto sonaba sospechoso, pues no hacía sentido que ante tal falla, bastara una hora y media para revisar las nuevas piezas, componer la falla, hacer las pruebas respectivas, abordar y salir hacia nuestro destino. Sin embargo, no todo estaba perdido, pues por soportar esto volveríamos a recibir ese “jugoso” vale por 7 dólares para comer en los restaurantes que a esa hora seguían cerrados.

Después de comer y pagar una tercera parte de la cuenta con los “jugosos” vales de 7 dólares, más o menos a las cinco de la tarde, fuimos informados de las novedades de nuestro vuelo. Una empleada de United nos transmitió una noticia que a todos nos llenó de júbilo y alegría: con dos horas de retraso respecto del anterior retraso y con siete respecto del primer retraso, saldríamos rumbo a nuestro destino texano. Todos sentimos alivio, pues por fin volaríamos y comenzaríamos nuestras vacaciones.

Nos dispusimos a caminar poco más de un kilómetro entre la puerta 19 y la 30, para estar muy dispuestos a formarnos frente a una empleada de la aerolínea que, por su cara, reflejaba haber tenido un día casi tan pesado y estresante como el de aquellos que llevábamos más de 14 horas entre un avión que falló a medio vuelo y una terminar aeroportuaria sucia, saturada, en remodelación y con personal malhumorado. Poco a poco, los pasajeros fuimos entrando al avión y por fin a las ocho treinta de la noche, todos estábamos con el cinturón ajustado y con gran disposición para elevar el vuelo.

Uno, dos, tres… cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco, cuarenta y seis. Una azafata fue contando todos y cada uno de los lugares vacíos y, para no equivocarse, lo hizo en dos ocasiones. Sí, los primeros cuarenta y seis se confirmaron con su segundo conteo. La puerta del avión se cerró y, entonces sí, volaríamos por cerca de dos horas para llegar después de las 11 a Houston… o eso creíamos. Con una voz entre confundida y decepcionada, el piloto nos avisó que en Houston ya no podrían recibirnos, pues ya era muy tarde y la gente a esas horas suele dormir en sus casas, pero no teníamos de qué preocuparnos, pues al día siguiente saldríamos en un vuelo a las nueve de la mañana.

Bajamos del avión con molestia, coraje, tristeza, cansancio, decepción y sintiéndonos como tontos, pues nos subieron al avión con gran lentitud y retrasaron intencionalmente la salida, sabedores desde el inicio, sin duda, que no podríamos ya volar, pues efectivamente el área de Migración del aeropuerto texano no funciona por las noches. Después de cambiar nuestros pases de abordar, y de que varios de quienes habíamos documentado equipaje recibiéramos nuestras maletas con menos contenido del que originalmente tenían, a las once de la noche algunos nos fuimos a nuestras casas y otros a un hotel.

En nuestra próxima colaboración, la conclusión de esta crónica de una vacación estropeada.

joaquin.narro@gmail.com

Twitter @JoaquinNarro