/ lunes 4 de enero de 2016

Maltrato en el aeropuerto capitalino / Razón de Estado / Joaquín Narro Lobo

El lunes 28 de diciembre llegué al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México a las cinco de la mañana. Después de varios años de no hacerlo, había decidido tomar cuatro días de vacaciones con mi familia para ir a Houston, Texas, y pasar allá las fiestas de fin de año. El viacrucis comenzó con una Terminal 1 sucia, saturada, con personal poco amable y con obras internas que le obligan a uno a recorrer distancias literalmente kilométricas, desde el filtro de seguridad hasta la sala de abordaje. Desafortunadamente, todo ello se ha convertido en el paisaje habitual para el viajero cotidiano.

Unos minutos después de las ocho de la mañana, el vuelo 428 de United Airlines despegó y todo parecía normal. Cerca de las nueve de la mañana, sin otra explicación que la de una falla técnica, el piloto nos anunció que tendríamos que regresar a la Ciudad de México para realizar acciones de mantenimiento al avión. Aterrizamos alrededor de las 9:20 y fuimos conducidos a una zona remota del aeropuerto, donde varias camionetas y un par de bomberos con un extintor, no mayor a los 50 centímetros, se acercaron a la turbina y la revisaron como quien espera encontrar una falla tan evidente que no requiera mayor supervisión que la de la mirada superficial.

Media hora más tarde bajamos del avión e ingresamos a la terminal por una puerta marcada con el número 28, la cual costó más de cinco minutos en ser abierta, pues al parecer se encontraba trabada dada la falta de mantenimiento. Caminando por pasillos que estaban siendo pintados, y entre botes de vinílica y cartones en el piso, aparecimos en Migración, donde ya nos esperaba personal del Instituto Nacional de Migración para preguntarnos de dónde veníamos y cuál sería nuestro destino final. Sin haber recogido nuestro equipaje, pasamos por el área de aduanas, donde personal del Servicio de Administración Tributaria revisaba nuestro equipaje de mano a través de las máquinas de rayos equis, pues el resto aún se encontraba, suponemos, dentro del avión.

De vuelta al caos de la suciedad, la saturación, las malas caras y las remodelaciones en épocas de vacaciones, nos formamos en los mostradores de United, donde un supervisor nos informó que debíamos ingresar de nuevo a las salas de abordaje y dirigirnos a la número 19, donde nos darían más información sobre un vuelo que nos llevaría a Houston a la una de la tarde. Cerca de las 11 de la mañana, en la sala ya nos esperaba una empleada de la aerolínea con una dotación de refrescos enlatados, barritas de cereal y papitas fritas, así como un “jugoso” vale, equivalente a siete dólares, para ir a desayunar en alguno de los poco económicos restaurantes de la terminal, los cuales, minutos más tarde, cerraron sus puertas para llevar a cabo la celebración de las fiestas de fin de año.

En nuestra siguiente colaboración, el resto de esta crónica de la ineficiencia, el maltrato y la falta de protocolos de actuación y de atención para estas situaciones, y que forman parte de lo que será entregado a las autoridades mexicanas como una queja y denuncia formal en búsqueda de la mejora en los servicios de atención a los turistas y viajeros usuarios del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. * joaquin.narro@gmail.com Twitter @JoaquinNarro

El lunes 28 de diciembre llegué al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México a las cinco de la mañana. Después de varios años de no hacerlo, había decidido tomar cuatro días de vacaciones con mi familia para ir a Houston, Texas, y pasar allá las fiestas de fin de año. El viacrucis comenzó con una Terminal 1 sucia, saturada, con personal poco amable y con obras internas que le obligan a uno a recorrer distancias literalmente kilométricas, desde el filtro de seguridad hasta la sala de abordaje. Desafortunadamente, todo ello se ha convertido en el paisaje habitual para el viajero cotidiano.

Unos minutos después de las ocho de la mañana, el vuelo 428 de United Airlines despegó y todo parecía normal. Cerca de las nueve de la mañana, sin otra explicación que la de una falla técnica, el piloto nos anunció que tendríamos que regresar a la Ciudad de México para realizar acciones de mantenimiento al avión. Aterrizamos alrededor de las 9:20 y fuimos conducidos a una zona remota del aeropuerto, donde varias camionetas y un par de bomberos con un extintor, no mayor a los 50 centímetros, se acercaron a la turbina y la revisaron como quien espera encontrar una falla tan evidente que no requiera mayor supervisión que la de la mirada superficial.

Media hora más tarde bajamos del avión e ingresamos a la terminal por una puerta marcada con el número 28, la cual costó más de cinco minutos en ser abierta, pues al parecer se encontraba trabada dada la falta de mantenimiento. Caminando por pasillos que estaban siendo pintados, y entre botes de vinílica y cartones en el piso, aparecimos en Migración, donde ya nos esperaba personal del Instituto Nacional de Migración para preguntarnos de dónde veníamos y cuál sería nuestro destino final. Sin haber recogido nuestro equipaje, pasamos por el área de aduanas, donde personal del Servicio de Administración Tributaria revisaba nuestro equipaje de mano a través de las máquinas de rayos equis, pues el resto aún se encontraba, suponemos, dentro del avión.

De vuelta al caos de la suciedad, la saturación, las malas caras y las remodelaciones en épocas de vacaciones, nos formamos en los mostradores de United, donde un supervisor nos informó que debíamos ingresar de nuevo a las salas de abordaje y dirigirnos a la número 19, donde nos darían más información sobre un vuelo que nos llevaría a Houston a la una de la tarde. Cerca de las 11 de la mañana, en la sala ya nos esperaba una empleada de la aerolínea con una dotación de refrescos enlatados, barritas de cereal y papitas fritas, así como un “jugoso” vale, equivalente a siete dólares, para ir a desayunar en alguno de los poco económicos restaurantes de la terminal, los cuales, minutos más tarde, cerraron sus puertas para llevar a cabo la celebración de las fiestas de fin de año.

En nuestra siguiente colaboración, el resto de esta crónica de la ineficiencia, el maltrato y la falta de protocolos de actuación y de atención para estas situaciones, y que forman parte de lo que será entregado a las autoridades mexicanas como una queja y denuncia formal en búsqueda de la mejora en los servicios de atención a los turistas y viajeros usuarios del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. * joaquin.narro@gmail.com Twitter @JoaquinNarro