/ lunes 14 de agosto de 2017

Rebelión de Californios

Llevaban siglos divididos y expoliados, pero se empezaron a mandar mensajes sigilosos, leves susurros en la noche desértica, corrían entre cautelosas y sagaces las mujerotas prietas y hermosas que más se prestaban para tan riesgoso cabildeo, ya que desde siempre lo hacían entre sus etnias. Pero aún escindidos y enfrentados e incluso con dialectos distintos e inentendibles, se hicieron comprender, con signos, con dibujos, con expresiones y gestos.

Y se lo dijeron todo entre ellos, sin necesidad de muchos circunloquios. Ya se venía comentando desde décadas en esa forma de “consejas que dicen las viejas tras el fuego” según Íñigo López de Mendoça Marqués de Santillana, libro indispensable que toda mujer lea y todo varón. Y el de Hugo Bizarri de Friburgo, una delicia. En fin, ¿quién soy para decirle sobre qué folios fijar su lujurienta vista?

El hecho es que los Californios empezaron a decirse entre ellos, con la crudeza y dolor con que hablan hombres y mujeres en el infortunio, todas las vejaciones que llevaban padeciendo y cómo empeoraban. Se dijeron: primero nos quitaron nuestras tierras y que ya eran de un su rey y que debíamos trabajar sin cobrarles, por orden de su tirano Felipe V alias el animoso: luego de quitarnos las tierras todas y los mares, nos quitaron la religión y no nada más nos quitaron nuestros dioses y chamanes, sino que nos dijeron que nuestras deidades eran malas y falsas y que los meros meros dioses buenos eran los de ellos, que además tenían un dios padre, un dios hijo, un espíritu santo y muchas,  muchas vírgenes que eran santas. Nos quitaron así, tierras mares, lagos, dioses e insultaron a nuestros espíritus.

Y eso lo hacían todos los días, y nos humillaban y luego nos robaron nuestros nombres, a todos y nos avergonzaron, el que se denominaba Sol de fuego le pusieron Juan Protasio, al que se nombraba Rayo de la Noche le endilgaron Lope Enrique y al viejo del grupo que tenía el orgulloso nombre Viento Águila, le pusieron Vicente Hernán y a las mujeres también, a todos, a todos, nos echaban agua en la cabeza y decían ya no tienes tu nombre de tu raza sino de otra y nos llamaban todo el día apóstatas si no usábamos el apelativo nuevo que nos llenaba de vergüenza y de burlas entre nosotros.

Luego nos pusieron unos vestidos encima para parecernos a ellos y nos veíamos ridículos y después vino lo peor, se comentaban ya sin ocultar la rabia y el rencor: nos quitaron a nuestras mujeres, las violaron y se las regalaron a los soldados y a los curas para que les sirvieran y nos dijeron que ya no eran nuestras porque teníamos muchas y ellos no tenían y nos quitaron a nuestras hijas pequeñas también para ellos y a nuestros hijos pequeños también para que les sirvieran en cosas raras y feas.

Y esos días de 1734 en San José del Cabo dijeron: ¡hasta aquí llegaron!, ¿somos hombres o somos juguetes? Y se unieron los pericúes, los edúes, los aripes, los cochimíes, los guaycuras, los huchitíes, los coras, los callejúes, los vineés y otros cuyo nombre olvido de tristeza y en octubre les dieron un “levantón” al jesuita Lorenzo Carranco de Cholula y al cruel sevillano Javier Nicolás Tamaral y los mataron a pedradas, a golpes, a flechazos o como pudieron y los arrastraron para que se viera que el fin había llegado. El italiano Sigismundo Taraval escapó y escribió el libro que da cuenta de esto.

Momentos conmovedores de México que logró publicar el gran historiador de todas las Californias, Eligio Moisés Coronado en el libro La Rebelión de los Californios que editó el Gobierno de BCS. Eskerrik asko.

rojedamestre@yahoo.com

Llevaban siglos divididos y expoliados, pero se empezaron a mandar mensajes sigilosos, leves susurros en la noche desértica, corrían entre cautelosas y sagaces las mujerotas prietas y hermosas que más se prestaban para tan riesgoso cabildeo, ya que desde siempre lo hacían entre sus etnias. Pero aún escindidos y enfrentados e incluso con dialectos distintos e inentendibles, se hicieron comprender, con signos, con dibujos, con expresiones y gestos.

Y se lo dijeron todo entre ellos, sin necesidad de muchos circunloquios. Ya se venía comentando desde décadas en esa forma de “consejas que dicen las viejas tras el fuego” según Íñigo López de Mendoça Marqués de Santillana, libro indispensable que toda mujer lea y todo varón. Y el de Hugo Bizarri de Friburgo, una delicia. En fin, ¿quién soy para decirle sobre qué folios fijar su lujurienta vista?

El hecho es que los Californios empezaron a decirse entre ellos, con la crudeza y dolor con que hablan hombres y mujeres en el infortunio, todas las vejaciones que llevaban padeciendo y cómo empeoraban. Se dijeron: primero nos quitaron nuestras tierras y que ya eran de un su rey y que debíamos trabajar sin cobrarles, por orden de su tirano Felipe V alias el animoso: luego de quitarnos las tierras todas y los mares, nos quitaron la religión y no nada más nos quitaron nuestros dioses y chamanes, sino que nos dijeron que nuestras deidades eran malas y falsas y que los meros meros dioses buenos eran los de ellos, que además tenían un dios padre, un dios hijo, un espíritu santo y muchas,  muchas vírgenes que eran santas. Nos quitaron así, tierras mares, lagos, dioses e insultaron a nuestros espíritus.

Y eso lo hacían todos los días, y nos humillaban y luego nos robaron nuestros nombres, a todos y nos avergonzaron, el que se denominaba Sol de fuego le pusieron Juan Protasio, al que se nombraba Rayo de la Noche le endilgaron Lope Enrique y al viejo del grupo que tenía el orgulloso nombre Viento Águila, le pusieron Vicente Hernán y a las mujeres también, a todos, a todos, nos echaban agua en la cabeza y decían ya no tienes tu nombre de tu raza sino de otra y nos llamaban todo el día apóstatas si no usábamos el apelativo nuevo que nos llenaba de vergüenza y de burlas entre nosotros.

Luego nos pusieron unos vestidos encima para parecernos a ellos y nos veíamos ridículos y después vino lo peor, se comentaban ya sin ocultar la rabia y el rencor: nos quitaron a nuestras mujeres, las violaron y se las regalaron a los soldados y a los curas para que les sirvieran y nos dijeron que ya no eran nuestras porque teníamos muchas y ellos no tenían y nos quitaron a nuestras hijas pequeñas también para ellos y a nuestros hijos pequeños también para que les sirvieran en cosas raras y feas.

Y esos días de 1734 en San José del Cabo dijeron: ¡hasta aquí llegaron!, ¿somos hombres o somos juguetes? Y se unieron los pericúes, los edúes, los aripes, los cochimíes, los guaycuras, los huchitíes, los coras, los callejúes, los vineés y otros cuyo nombre olvido de tristeza y en octubre les dieron un “levantón” al jesuita Lorenzo Carranco de Cholula y al cruel sevillano Javier Nicolás Tamaral y los mataron a pedradas, a golpes, a flechazos o como pudieron y los arrastraron para que se viera que el fin había llegado. El italiano Sigismundo Taraval escapó y escribió el libro que da cuenta de esto.

Momentos conmovedores de México que logró publicar el gran historiador de todas las Californias, Eligio Moisés Coronado en el libro La Rebelión de los Californios que editó el Gobierno de BCS. Eskerrik asko.

rojedamestre@yahoo.com

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