El sistema mexicano anticorrupción nació sin protagonistas. Las discretas notas que publicaron los periódicos “nacionales” que circulan en limitadas zonas de la Megalópolis, así lo señalaron con seriedad, decoro y gravedad. Bastaron unos 10 o 15 minutos para evidenciar que los abogados que pertenecen a la organización procesal penal federal tienen conocimiento insuficiente de los nuevos ordenamientos para “indiciar” a un delincuente.
No hubo rubor en ningún rostro.
A pesar de los más de 450 millones de pesos enviados por la Federación a la organización procesal penal acusatoria para adiestrar a los litigantes en las nuevas normas penales, no fue posible consignar al exgobernador de Veracruz. Lo único que se obtuvo fue el reconocimiento, vergonzante pero rotundo, de que la preparación de quienes representarían al estado federal en los prolegómenos de la consignación es precaria, insuficiente. El abogado del exgobernador salió triunfante. Y de inmediato una clienta lo recriminó, por no dedicar todo su tiempo a litigar penalmente en favor de ella.
En el ámbito político francés, la vida íntima, la personalísima de los hombres públicos no es información noticiosa. Cuando Mitterrand se reunía con la hija que había procreado fuera de “legítimo matrimonio”, ningún reportero osaba acercársele. El político, los políticos, tienen derecho a la privacidad de las acciones o concertaciones que perpetren fuera de los locales de la Asamblea Nacional, el Parlamento o el Palacio del Elíseo.
En Estados Unidos los reporteros de la prensa y los de las emisiones noticiosas de la televisión, no pueden aproximarse a los próceres de la política federal, estatal o local. Si los protagonistas no narran sus pláticas privadas, nadie tiene derecho a pedirles que las revelen. Pero lo que funciona como aplanadora es el aparato persecutor de políticos que pudieran haber incurrido en alguna conducta típica, antijurídica, culpable y punible en cualquier de los ámbitos de responsabilidades locales, estatales y federales. Los reporteros se convierten en incansables buscadores de la verdad que debe ser conocida por la opinión pública. También las autoridades. Los políticos franceses, italianos, americanos y también los bolivianos, los peruanos, los brasileños actúan siempre acompañados por el riesgo del castigo que se les impondrá si les descubren sus maniobras ilegales, sus propósitos corruptos, sus debilidades, sus propósitos de lucro.
Richard Nixon en sus memorias -las cuales denominó Líderes-, recomienda a quienes les interesa la política, la confección de leyes y la habilidad para inducir acuerdos, que se mantengan alejados de los procesos reales de concertación, discusión y aprobación. Nixon afirma: “Presenciarlos produce náuseas, incertidumbres éticas.” Y describe: “Los políticos y las subespecies legisladoras o judiciales que los rodean, son admirados y ¡respetados! por sus triunfos. Pero conviene cerrar los ojos y taparse las narices para no ver ni oler lo que hacen para alcanzarlos” Nixon profundiza: “El político se desenvuelve frente a personas que se comportan como tienen que comportarse, no como deben comportarse. Sus cualidades no son las que quisiéramos que nuestros hijos emulen”.
En México la élite política actúa sin temor de los tres órdenes de gobierno porque sabe que no hay castigo para sus maniobras, sus ardides. El exgobernador veracruzano no irá a la cárcel. Lo arropan quienes lucraron junto a él. También políticos, de los que ya no debe haber. Pero no hay ley todavía. Y menos hay quien quiera propiciar su aplicación.