/ lunes 12 de octubre de 2015

Sin Gafete / Isabel Arvide

¿Cuántos mexicanos se sienten más seguros por la presencia de los militares en las calles? O mejor preguntamos cuántos mexicanos estamos más seguros, más a salvo… Después de Iguala cuántos mexicanos correrán a pedir auxilios a los soldados…

Una y otra vez nos han dicho que son indispensables en funciones de policía, pero quienes han sido entrenados para aniquilar “enemigos” no pueden, no han podido, diferenciar “detener” y matar.

El cambio estructural en la relación entre las fuerzas armadas y la sociedad es ya irreversible.  No solamente los “sacaron a la calle”, con su público y publicitado disgusto, sino que les enseñaron que debían ganar una guerra contra criminales a priori.  Es decir, sumariamente.  Poniendo una línea divisoria entre ellos, los militares, y los otros, los malos.

Sin sombras, sin grises, sin matices.  Negro y blanco.  Buenos y malos.

Y quienes se supieron buenos también, por infinidad de razones, creyeron que el poder de sus armas era suficiente.  Que alguien vendría a detener el poder de las leyes y los gritos de protesta en su contra porque, a final de cuentas, ellos eran los salvadores indispensables.

Y sin ellos, nos gritaron con toda la fuerza del uniforme, el país entero sería como la “película Un Día sin Mexicanos”… metáfora extrema de la equivocada visión interna del papel del Ejército en nuestro país.  Porque si vamos a juzgarlos por su eficiencia como policías basta contar las muertes violentos, los asesinados, los secuestrados,  los cadáveres desmembrados, o los asaltos en casas, los robos en las calles, todo lo que volcamos en el concepto inseguridad.

La semana pasada me tocó que la casa donde dormía, de mi hermano, en Boca del Río, Veracruz, fuese asaltada en la madrugada… llamamos a la policía y llegaron los “marinos”, policías militares uniformados y armados hasta los dientes, que están en lugar de la policía municipal…  Llegaron y se fueron sin siquiera interesarse por el ladrón…

En esa colonia ha habido más de 20 robos a casas habitación en dos meses… frente a sus narices indiferentes o cómplices.  Cuando llamas a la policía estatal, te contestan que no les corresponde.  Cuando te quejas con sus superiores te prometen investigar… y cuando llegas a la policía judicial te piden dinero para “la gasolina”… mientras el ladrón ubicado por el celular que robaron sigue cometiendo tropelías.

Entonces, pregunto, de qué sirve que los “marinos” sean policías… ¿De qué sirve que los soldados hayan llegado a Michoacán o a Tamaulipas hace más de un sexenio?

¿No estaremos, todos, equivocando la receta mágica para curarnos de violencia e inseguridad?

El Presidente Peña Nieto se comprometió, semanas después de la tragedia de Iguala, a cambiar mucho.  Y nada sucedió.  No hay presupuesto ni intención política para que algo cambie en la incapacidad del Estado para dotar de seguridad a los ciudadanos.

¿Vamos a seguir creyendo que poner a las fuerzas armadas como policías tiene sentido?  ¿A quién le da tranquilidad el enojo publicitado, repetido, del Secretario de la Defensa Nacional? ¿Qué pueden pensar de nosotros en el extranjero cuando ven, escuchan a un jefe militar uniformado vociferar que no permitirá que sus soldados sean “interrogados”?

¿Para qué asumir tantos riesgos de imagen, de política interna, de confrontación?  La misma ONU vino a decirnos que mejor quitemos a los soldados de las calles frente a voces cavernarias que llegan a las redes sociales para gritar que debíamos agradecer a los que matan a criminales. De verdad, pregunto, necesitamos a un abogado defensor de soldados pobrísimos que cobra millones de pesos, declarando que las fotografías de fusilamientos son falsas…

Pusimos a los militares en una guerra de aniquilamiento, creyeron que su obligación era matar a los malos, los juzgamos como asesinos y los defendemos como víctimas ¿de quién?  Esa es una pregunta importantísima, de quién son víctimas los soldados encarcelados que defiende Juan Velásquez, de quién son víctimas los muertos de Tlatlaya, de Zacatecas…

¿Queremos un país de soldados asesinos puestos en libertad por falta de pruebas a quienes se les prohíbe hablar? ¿Queremos un país sin policías, sin seguridad, con soldados en las calles omisos ante la violencia como en Iguala?

¿Qué queremos, qué piensa realmente el Presidente Peña Nieto que queremos millones de mexicanos?...

En Tuiter: @isabelarvide  Blog: EstadoMayor.mx

¿Cuántos mexicanos se sienten más seguros por la presencia de los militares en las calles? O mejor preguntamos cuántos mexicanos estamos más seguros, más a salvo… Después de Iguala cuántos mexicanos correrán a pedir auxilios a los soldados…

Una y otra vez nos han dicho que son indispensables en funciones de policía, pero quienes han sido entrenados para aniquilar “enemigos” no pueden, no han podido, diferenciar “detener” y matar.

El cambio estructural en la relación entre las fuerzas armadas y la sociedad es ya irreversible.  No solamente los “sacaron a la calle”, con su público y publicitado disgusto, sino que les enseñaron que debían ganar una guerra contra criminales a priori.  Es decir, sumariamente.  Poniendo una línea divisoria entre ellos, los militares, y los otros, los malos.

Sin sombras, sin grises, sin matices.  Negro y blanco.  Buenos y malos.

Y quienes se supieron buenos también, por infinidad de razones, creyeron que el poder de sus armas era suficiente.  Que alguien vendría a detener el poder de las leyes y los gritos de protesta en su contra porque, a final de cuentas, ellos eran los salvadores indispensables.

Y sin ellos, nos gritaron con toda la fuerza del uniforme, el país entero sería como la “película Un Día sin Mexicanos”… metáfora extrema de la equivocada visión interna del papel del Ejército en nuestro país.  Porque si vamos a juzgarlos por su eficiencia como policías basta contar las muertes violentos, los asesinados, los secuestrados,  los cadáveres desmembrados, o los asaltos en casas, los robos en las calles, todo lo que volcamos en el concepto inseguridad.

La semana pasada me tocó que la casa donde dormía, de mi hermano, en Boca del Río, Veracruz, fuese asaltada en la madrugada… llamamos a la policía y llegaron los “marinos”, policías militares uniformados y armados hasta los dientes, que están en lugar de la policía municipal…  Llegaron y se fueron sin siquiera interesarse por el ladrón…

En esa colonia ha habido más de 20 robos a casas habitación en dos meses… frente a sus narices indiferentes o cómplices.  Cuando llamas a la policía estatal, te contestan que no les corresponde.  Cuando te quejas con sus superiores te prometen investigar… y cuando llegas a la policía judicial te piden dinero para “la gasolina”… mientras el ladrón ubicado por el celular que robaron sigue cometiendo tropelías.

Entonces, pregunto, de qué sirve que los “marinos” sean policías… ¿De qué sirve que los soldados hayan llegado a Michoacán o a Tamaulipas hace más de un sexenio?

¿No estaremos, todos, equivocando la receta mágica para curarnos de violencia e inseguridad?

El Presidente Peña Nieto se comprometió, semanas después de la tragedia de Iguala, a cambiar mucho.  Y nada sucedió.  No hay presupuesto ni intención política para que algo cambie en la incapacidad del Estado para dotar de seguridad a los ciudadanos.

¿Vamos a seguir creyendo que poner a las fuerzas armadas como policías tiene sentido?  ¿A quién le da tranquilidad el enojo publicitado, repetido, del Secretario de la Defensa Nacional? ¿Qué pueden pensar de nosotros en el extranjero cuando ven, escuchan a un jefe militar uniformado vociferar que no permitirá que sus soldados sean “interrogados”?

¿Para qué asumir tantos riesgos de imagen, de política interna, de confrontación?  La misma ONU vino a decirnos que mejor quitemos a los soldados de las calles frente a voces cavernarias que llegan a las redes sociales para gritar que debíamos agradecer a los que matan a criminales. De verdad, pregunto, necesitamos a un abogado defensor de soldados pobrísimos que cobra millones de pesos, declarando que las fotografías de fusilamientos son falsas…

Pusimos a los militares en una guerra de aniquilamiento, creyeron que su obligación era matar a los malos, los juzgamos como asesinos y los defendemos como víctimas ¿de quién?  Esa es una pregunta importantísima, de quién son víctimas los soldados encarcelados que defiende Juan Velásquez, de quién son víctimas los muertos de Tlatlaya, de Zacatecas…

¿Queremos un país de soldados asesinos puestos en libertad por falta de pruebas a quienes se les prohíbe hablar? ¿Queremos un país sin policías, sin seguridad, con soldados en las calles omisos ante la violencia como en Iguala?

¿Qué queremos, qué piensa realmente el Presidente Peña Nieto que queremos millones de mexicanos?...

En Tuiter: @isabelarvide  Blog: EstadoMayor.mx