/ jueves 7 de septiembre de 2017

Sistema y democracia

Un sistema político es de acuerdo con Gabriel Almond, el famoso politólogo estadounidense, “un sistema de interacciones existente en todas las sociedades independientes, que realiza las funciones de integración y adaptación tanto al interior de la sociedad como en relación con las otras sociedades mediante el uso o la amenaza de la violencia física más o menos legítima”. (En una aproximación funcional a la política comparativa). Lo importante aquí, a mi juicio, es lo del “uso o la amenaza de la violencia física más o menos legítima”. Es decir, que en tal sentido un sistema político es por naturaleza impositivo.

Queda aparte, por supuesto, lo de la “violencia física más o menos legítima que implica legitimar políticamente, que no jurídicamente (aunque se creen leyes ad hoc), medidas de coacción del propio sistema que anulan la voluntad política del pueblo. Se trata en el caso, para los beneficiarios del sistema, de una utilización a conveniencia de las leyes o, en el extremo, de un sistema legal. Lo que muy poco tiene que ver con lo jurídico, que atañe al Derecho o a la Justicia.

Ahora bien, los anteriores conceptos encajan o corresponden al llamado sistema político mexicano. Lo que pasa es que al respecto yo me he preguntado por qué los hombres o mujeres más brillantes no son los que gobiernan o aspiran a gobernar. Y se me ha dicho que el sistema es inmodificable. Lo que me asombra y sorprende, quizá por exceso de idealismo de mi parte, ante la grave situación, verdadero deterioro político y democrático, por el que atraviesa México. Lo evidente, me ilustran mis interlocutores, es que a aquellos hombres y mujeres brillantes se les pone la traba de reglas, principios y disposiciones legales para participar activamente en la política.

En suma, quedan paralizados como opciones políticas porque así lo establece el sistema infranqueable, favorecedor de esos intereses de grupo que han sido consolidados en el curso de muchos, muchísimos años. ¿Y en manos de quién o quiénes estamos? ¿Eso es la democracia? Bellas y resonantes palabras que llevan siglos de decirse y repetirse pero sin aplicación real. A mí me causa consternación y abate mi ánimo ver que el deber ser político es un mito, una utopía. Lo que me recuerda por cierto que Kelsen ha escrito -¿ironía con toque de realidad?- que “el ideal de la democracia envuelve la ausencia de dirigentes” (en Esencia y Valor de la Democracia), evocando a Platón cuando se le pregunta (en Estado) cómo se trataría en un Estado ideal a un hombre de cualidades excelsas.

Y la respuesta es en boca de Sócrates: “Lo veneraríamos, pero después de advertirle que en nuestro Estado no podía existir un hombre así, ungiéndolo con óleo y adornándolo con una corona de flores, lo acompañaríamos a la frontera”. Porque, afirma Kelsen, “la democracia no deja lugar a los temperamentos de caudillo”; aunque, continúa, esto no es posible porque la realidad social es otra, “quedando sólo por resolver cómo formar la voluntad imperante y cómo crear al caudillo”. Y luego Kelsen lanza una advertencia categórica: “Para la democracia no es tan característico que la voluntad gobernante sea la voluntad del pueblo, como que una gran parte de éste, la mayor que pueda ser, participe en el proceso de la formación de la voluntad”. ¿Mayoría siempre manejada, siempre conducida, siempre manipulada? ¿Palabras, las del gran jurista, que encierran una mera especulación o una realidad lacerante, insoslayable?

@RaulCarranca

www.facebook.com/despacho.raulcarranca

Un sistema político es de acuerdo con Gabriel Almond, el famoso politólogo estadounidense, “un sistema de interacciones existente en todas las sociedades independientes, que realiza las funciones de integración y adaptación tanto al interior de la sociedad como en relación con las otras sociedades mediante el uso o la amenaza de la violencia física más o menos legítima”. (En una aproximación funcional a la política comparativa). Lo importante aquí, a mi juicio, es lo del “uso o la amenaza de la violencia física más o menos legítima”. Es decir, que en tal sentido un sistema político es por naturaleza impositivo.

Queda aparte, por supuesto, lo de la “violencia física más o menos legítima que implica legitimar políticamente, que no jurídicamente (aunque se creen leyes ad hoc), medidas de coacción del propio sistema que anulan la voluntad política del pueblo. Se trata en el caso, para los beneficiarios del sistema, de una utilización a conveniencia de las leyes o, en el extremo, de un sistema legal. Lo que muy poco tiene que ver con lo jurídico, que atañe al Derecho o a la Justicia.

Ahora bien, los anteriores conceptos encajan o corresponden al llamado sistema político mexicano. Lo que pasa es que al respecto yo me he preguntado por qué los hombres o mujeres más brillantes no son los que gobiernan o aspiran a gobernar. Y se me ha dicho que el sistema es inmodificable. Lo que me asombra y sorprende, quizá por exceso de idealismo de mi parte, ante la grave situación, verdadero deterioro político y democrático, por el que atraviesa México. Lo evidente, me ilustran mis interlocutores, es que a aquellos hombres y mujeres brillantes se les pone la traba de reglas, principios y disposiciones legales para participar activamente en la política.

En suma, quedan paralizados como opciones políticas porque así lo establece el sistema infranqueable, favorecedor de esos intereses de grupo que han sido consolidados en el curso de muchos, muchísimos años. ¿Y en manos de quién o quiénes estamos? ¿Eso es la democracia? Bellas y resonantes palabras que llevan siglos de decirse y repetirse pero sin aplicación real. A mí me causa consternación y abate mi ánimo ver que el deber ser político es un mito, una utopía. Lo que me recuerda por cierto que Kelsen ha escrito -¿ironía con toque de realidad?- que “el ideal de la democracia envuelve la ausencia de dirigentes” (en Esencia y Valor de la Democracia), evocando a Platón cuando se le pregunta (en Estado) cómo se trataría en un Estado ideal a un hombre de cualidades excelsas.

Y la respuesta es en boca de Sócrates: “Lo veneraríamos, pero después de advertirle que en nuestro Estado no podía existir un hombre así, ungiéndolo con óleo y adornándolo con una corona de flores, lo acompañaríamos a la frontera”. Porque, afirma Kelsen, “la democracia no deja lugar a los temperamentos de caudillo”; aunque, continúa, esto no es posible porque la realidad social es otra, “quedando sólo por resolver cómo formar la voluntad imperante y cómo crear al caudillo”. Y luego Kelsen lanza una advertencia categórica: “Para la democracia no es tan característico que la voluntad gobernante sea la voluntad del pueblo, como que una gran parte de éste, la mayor que pueda ser, participe en el proceso de la formación de la voluntad”. ¿Mayoría siempre manejada, siempre conducida, siempre manipulada? ¿Palabras, las del gran jurista, que encierran una mera especulación o una realidad lacerante, insoslayable?

@RaulCarranca

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