/ miércoles 23 de agosto de 2017

TLC más allá del Libre Comercio

Cuando en aquel lejano 1 de Enero de 1994 entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, quedaba más o menos clara la importancia que dicho acuerdo tendría para dinamizar el intercambio y la circulación trilateral de bienes y servicios, así como para acrecentar la inversión en toda la región.

En esa fecha se cristalizaban los esfuerzos que desde mediados de 1990 habían iniciado los líderes políticos de los tres países, y que tuvieron como punto de partida una visión compartida para conformar en Norteamérica una región competitiva globalmente, de cara al desarrollo vertiginoso que se empezaba a observar en otros bloques regionales en Europa y Asia.

A 23 años de distancia, es evidente la capacidad transformadora que el TLCAN ha tenido en las tres naciones, de forma sobresaliente en México.

Los efectos del TLCAN en México, trascendieron de lo comercial, a toda la economía, pero además, fueron determinantes en la evolución de algunos valores culturales y políticos muy arraigados en la sociedad mexicana, como el nacionalismo, la desconfianza ancestral sobre los extranjeros no hispanoparlantes, y la aceptación mayoritaria de una democracia “sus generis”, a la mexicana.

Las condiciones que hoy determinan el inicio de la “modernización” del TLCAN, son por completo diversas de las que existían en los años de la negociación original.

A diferencia de lo que ocurrió hace más de dos décadas, la convergencia hacia la negociación proviene del amago del titular del Poder Ejecutivo de Estados Unidos, que recurrentemente amenaza con abandonar el TLCAN, a partir de una concepción sostenida por Donald Trump en forma consistente desde 1995, que identifica al acuerdo trilateral de comercio como un vehículo de depredación de empleos nacionales y detonante de un incremento en el déficit comercial de los Estados Unidos respecto de México.

Sin duda esta concepción neo nacionalista que hoy campea en la Casa Blanca, ha colocado en Jaque al TLCAN, al punto de amenazar su continuidad. Quienes asistimos a Washington, D.C. al inicio de la “Ronda 1” que se llevó a cabo del 16 al 20 de Agosto inmediato previo, teníamos claro que el  inicio real de la negociación se llevó a cabo antes, con contactos que superaban los alcances de los negociadores comerciales.

Así la casi imperceptible y no formal “Ronda 0” (por llamarla de alguna manera) habría tenido como propósito central, evitar una acción precipitada del Jefe de Gobierno de los Estados Unidos, que fuera del más elemental protocolo en la toma de una decisión de Estado: anunciar de forma intempestiva la renuncia del TLCAN por ese país, y por lo tanto el fin de su eficacia como instrumento de cooperación

trilateral.

Sucesivamente, la “Ronda 0” habría permitido que la interacción enfocada a la actualización del TLCAN, se diera a través de una negociación trilateral, y no de acuerdos bilaterales como proponía el equipo de la Casa Blanca apenas hace unos meses.

Por ello el inicio de las negociaciones en Washington el pasado 16 de agosto, con un enfoque de modernización del tratado, es un evento positivo en sí mismo; de igual manera lo es el documento trilateral relativo a la conclusión de la “Ronda 1”, que se dieron a conocer el 20 de Agosto, de forma simultánea, representantes comerciales de los países que conforman el TLCAN.  Al hablarse de “alcance y volumen de propuestas”, y la aspiración hacia a un “resultado ambicioso”, deja de manifiesto que los riesgos iniciales de falta de continuidad, han quedado momentáneamente superados. Las negociaciones de fondo, de hecho, apenas empiezan.

Tras poco más de 23 años de vigencia del TLCAN, es claro cómo ha cambiado el entorno político y cultural ligado a la modernización del Acuerdo. En 1992 y 1993 los negociadores mexicanos peleaban palmo a palmo, una desgravación progresiva, que atendiera a las asimetrías de las tres economías.

Hoy en cambio, el representante comercial de los Estados Unidos lanza la idea del “Contenido Nacional”, asumiendo a su país como el menos favorecido y gran perdedor en la cancha del TLCAN.

En tanto los representantes de México abogan por la inexistencia de nuevas barreras al comercio regional. Parecería que los argumentos están, en cada caso, del lado equivocado. Pero los tiempos, y las circunstancias de los países, en efecto, cambian.

Para México, lograr sortear en la negociación, enfrentando posiciones absurdas como la indicada, es condición para mantener los beneficios del TLCAN.

Para muchos la desgravación arancelaria es el principal activo del tratado a ser preservado, pero sostengo que en realidad no es así. La hipotética desaparición del acuerdo comercial, activaría las reglas de la Organización Mundial de Comercio, que en términos generales, a México no le vendrían tan mal.

El verdadero tesoro que el TLCAN ha representado para nuestro país se llama estabilidad. El Acuerdo, ha conferido permanencia a las políticas públicas ligadas a la inversión, el comercio o los servicios.

Dado el sistema mexicano de supremacía de la Constitución y los Tratados, lo que en 1994 se incluyó en el TLCAN y las nuevas disposiciones de adiciones en el acuerdo renovado, adquieren mayor jerarquía que otros ordenamientos nacionales y locales.

A lo largo de los 23 años iniciales de su primer tramo de vigencia, el TLCAN ha rendido buenos frutos. Ha servido exitosamente su propósito fundamental para detonar el crecimiento económico. Ahora que las circunstancias han cambiado en el entorno doméstico e internacional, y que la incertidumbre se genera en el corazón de la más importante economía del mundo, mantener su vigencia resulta además estratégico, por su aportación a generar certeza y estabilidad a toda la región de Norteamérica y particularmente a México.

Cuando en aquel lejano 1 de Enero de 1994 entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, quedaba más o menos clara la importancia que dicho acuerdo tendría para dinamizar el intercambio y la circulación trilateral de bienes y servicios, así como para acrecentar la inversión en toda la región.

En esa fecha se cristalizaban los esfuerzos que desde mediados de 1990 habían iniciado los líderes políticos de los tres países, y que tuvieron como punto de partida una visión compartida para conformar en Norteamérica una región competitiva globalmente, de cara al desarrollo vertiginoso que se empezaba a observar en otros bloques regionales en Europa y Asia.

A 23 años de distancia, es evidente la capacidad transformadora que el TLCAN ha tenido en las tres naciones, de forma sobresaliente en México.

Los efectos del TLCAN en México, trascendieron de lo comercial, a toda la economía, pero además, fueron determinantes en la evolución de algunos valores culturales y políticos muy arraigados en la sociedad mexicana, como el nacionalismo, la desconfianza ancestral sobre los extranjeros no hispanoparlantes, y la aceptación mayoritaria de una democracia “sus generis”, a la mexicana.

Las condiciones que hoy determinan el inicio de la “modernización” del TLCAN, son por completo diversas de las que existían en los años de la negociación original.

A diferencia de lo que ocurrió hace más de dos décadas, la convergencia hacia la negociación proviene del amago del titular del Poder Ejecutivo de Estados Unidos, que recurrentemente amenaza con abandonar el TLCAN, a partir de una concepción sostenida por Donald Trump en forma consistente desde 1995, que identifica al acuerdo trilateral de comercio como un vehículo de depredación de empleos nacionales y detonante de un incremento en el déficit comercial de los Estados Unidos respecto de México.

Sin duda esta concepción neo nacionalista que hoy campea en la Casa Blanca, ha colocado en Jaque al TLCAN, al punto de amenazar su continuidad. Quienes asistimos a Washington, D.C. al inicio de la “Ronda 1” que se llevó a cabo del 16 al 20 de Agosto inmediato previo, teníamos claro que el  inicio real de la negociación se llevó a cabo antes, con contactos que superaban los alcances de los negociadores comerciales.

Así la casi imperceptible y no formal “Ronda 0” (por llamarla de alguna manera) habría tenido como propósito central, evitar una acción precipitada del Jefe de Gobierno de los Estados Unidos, que fuera del más elemental protocolo en la toma de una decisión de Estado: anunciar de forma intempestiva la renuncia del TLCAN por ese país, y por lo tanto el fin de su eficacia como instrumento de cooperación

trilateral.

Sucesivamente, la “Ronda 0” habría permitido que la interacción enfocada a la actualización del TLCAN, se diera a través de una negociación trilateral, y no de acuerdos bilaterales como proponía el equipo de la Casa Blanca apenas hace unos meses.

Por ello el inicio de las negociaciones en Washington el pasado 16 de agosto, con un enfoque de modernización del tratado, es un evento positivo en sí mismo; de igual manera lo es el documento trilateral relativo a la conclusión de la “Ronda 1”, que se dieron a conocer el 20 de Agosto, de forma simultánea, representantes comerciales de los países que conforman el TLCAN.  Al hablarse de “alcance y volumen de propuestas”, y la aspiración hacia a un “resultado ambicioso”, deja de manifiesto que los riesgos iniciales de falta de continuidad, han quedado momentáneamente superados. Las negociaciones de fondo, de hecho, apenas empiezan.

Tras poco más de 23 años de vigencia del TLCAN, es claro cómo ha cambiado el entorno político y cultural ligado a la modernización del Acuerdo. En 1992 y 1993 los negociadores mexicanos peleaban palmo a palmo, una desgravación progresiva, que atendiera a las asimetrías de las tres economías.

Hoy en cambio, el representante comercial de los Estados Unidos lanza la idea del “Contenido Nacional”, asumiendo a su país como el menos favorecido y gran perdedor en la cancha del TLCAN.

En tanto los representantes de México abogan por la inexistencia de nuevas barreras al comercio regional. Parecería que los argumentos están, en cada caso, del lado equivocado. Pero los tiempos, y las circunstancias de los países, en efecto, cambian.

Para México, lograr sortear en la negociación, enfrentando posiciones absurdas como la indicada, es condición para mantener los beneficios del TLCAN.

Para muchos la desgravación arancelaria es el principal activo del tratado a ser preservado, pero sostengo que en realidad no es así. La hipotética desaparición del acuerdo comercial, activaría las reglas de la Organización Mundial de Comercio, que en términos generales, a México no le vendrían tan mal.

El verdadero tesoro que el TLCAN ha representado para nuestro país se llama estabilidad. El Acuerdo, ha conferido permanencia a las políticas públicas ligadas a la inversión, el comercio o los servicios.

Dado el sistema mexicano de supremacía de la Constitución y los Tratados, lo que en 1994 se incluyó en el TLCAN y las nuevas disposiciones de adiciones en el acuerdo renovado, adquieren mayor jerarquía que otros ordenamientos nacionales y locales.

A lo largo de los 23 años iniciales de su primer tramo de vigencia, el TLCAN ha rendido buenos frutos. Ha servido exitosamente su propósito fundamental para detonar el crecimiento económico. Ahora que las circunstancias han cambiado en el entorno doméstico e internacional, y que la incertidumbre se genera en el corazón de la más importante economía del mundo, mantener su vigencia resulta además estratégico, por su aportación a generar certeza y estabilidad a toda la región de Norteamérica y particularmente a México.