/ viernes 16 de junio de 2017

Terrorismo no es narcotráfico

Londres. Desde hace algunos pocos años, quizá cuatro, desde diversas áreas de poder, sectores académicos y de la opinión pública internacionales han tratado de asimilar a las actividades criminales como un subproducto del terrorismo. Incluso algunos han ido más lejos al señalar que hay “claras evidencias de contacto y relaciones entre las organizaciones de traficantes de drogas y el terrorismo impulsado por Al Qaeda y el Estado Islámico”.

Sin ofrecer evidencia alguna, como sucedió en su momento con la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton o más reciente aún, con el caso del general Michael Flynn, primer y efímero consejero para Asuntos de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump, persistir en esa ruta llevará aún a más confusiones, y por tanto, imprecisiones para hacerles frente de forma específica y sobre todo efectiva. Desde luego que tienen ciertas similitudes. Veamos.

La primera y más evidente es que viven al margen de la ley y por lo tanto son enemigos de la sociedad, el Estado y la paz. El terrorista y el criminal perteneciente a una organización, también demandan de un insumo ilegal y de una letalidad comprobada: armas. Aunado a esas dos corrosivas actividades, el tráfico de armas es inherente a las capacidades que tienen para desafiar desde distinto ángulo y objetivos, las capacidades del Estado en cuanto a la utilización de la última ratio: la fuerza pública y armada.

Otro aspecto compatible y execrable es el uso de las redes de comunicación digital y el internet como fuentes principales de propaganda y amedrentamiento de sus enemigos y de la opinión pública en general. En varios casos recientes en Europa, se ha observado una preocupante tendencia en cuanto a la trayectoria de varios perpetradores que además de la juventud, compartían actividades previas como delincuentes comunes que fueron reclutados con cierta facilidad o convencidos a través de sitios de internet, para cometer por cuenta propia los ataques terroristas.

Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre el terrorista y el criminal, en este caso, el perteneciente a las bandas traficantes de drogas: el recurso ideológico de la justificación. Ya hay varios casos en donde guerrillas que en sus orígenes se reclamaban socialistas e incluso comunistas -como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia o Sendero Luminoso-, varios de sus líderes o algunos de sus frentes, involucionaron en traficantes de drogas. Por supuesto que cualquier ciudadano comprometido y convencido de las libertades y la democracia, puede apoyar ninguna expresión de violencia política bajo ninguna justificación, sin embargo hay que estudiar, analizar y explicar las motivaciones.

Para el terrorista, se tratan de reivindicaciones al final ideológicas que pretenden separarse por completo (física y políticamente) del Estado en donde se manifiestan o contra el cual dirige sus atrocidades como principal objetivo o bien atacar a lo que consideran una fuerza que vulnera su identidad. Por su parte, el delincuente carece por completo de cualquier tipo de reivindicación social ni menos ideológica. Ambos, terroristas y criminales pueden tener base social sea por miedo, complicidad o abulia, pero en forma alguna sus motivaciones son las equiparables.

javierolivaposada@gmail.com

Londres. Desde hace algunos pocos años, quizá cuatro, desde diversas áreas de poder, sectores académicos y de la opinión pública internacionales han tratado de asimilar a las actividades criminales como un subproducto del terrorismo. Incluso algunos han ido más lejos al señalar que hay “claras evidencias de contacto y relaciones entre las organizaciones de traficantes de drogas y el terrorismo impulsado por Al Qaeda y el Estado Islámico”.

Sin ofrecer evidencia alguna, como sucedió en su momento con la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton o más reciente aún, con el caso del general Michael Flynn, primer y efímero consejero para Asuntos de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump, persistir en esa ruta llevará aún a más confusiones, y por tanto, imprecisiones para hacerles frente de forma específica y sobre todo efectiva. Desde luego que tienen ciertas similitudes. Veamos.

La primera y más evidente es que viven al margen de la ley y por lo tanto son enemigos de la sociedad, el Estado y la paz. El terrorista y el criminal perteneciente a una organización, también demandan de un insumo ilegal y de una letalidad comprobada: armas. Aunado a esas dos corrosivas actividades, el tráfico de armas es inherente a las capacidades que tienen para desafiar desde distinto ángulo y objetivos, las capacidades del Estado en cuanto a la utilización de la última ratio: la fuerza pública y armada.

Otro aspecto compatible y execrable es el uso de las redes de comunicación digital y el internet como fuentes principales de propaganda y amedrentamiento de sus enemigos y de la opinión pública en general. En varios casos recientes en Europa, se ha observado una preocupante tendencia en cuanto a la trayectoria de varios perpetradores que además de la juventud, compartían actividades previas como delincuentes comunes que fueron reclutados con cierta facilidad o convencidos a través de sitios de internet, para cometer por cuenta propia los ataques terroristas.

Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre el terrorista y el criminal, en este caso, el perteneciente a las bandas traficantes de drogas: el recurso ideológico de la justificación. Ya hay varios casos en donde guerrillas que en sus orígenes se reclamaban socialistas e incluso comunistas -como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia o Sendero Luminoso-, varios de sus líderes o algunos de sus frentes, involucionaron en traficantes de drogas. Por supuesto que cualquier ciudadano comprometido y convencido de las libertades y la democracia, puede apoyar ninguna expresión de violencia política bajo ninguna justificación, sin embargo hay que estudiar, analizar y explicar las motivaciones.

Para el terrorista, se tratan de reivindicaciones al final ideológicas que pretenden separarse por completo (física y políticamente) del Estado en donde se manifiestan o contra el cual dirige sus atrocidades como principal objetivo o bien atacar a lo que consideran una fuerza que vulnera su identidad. Por su parte, el delincuente carece por completo de cualquier tipo de reivindicación social ni menos ideológica. Ambos, terroristas y criminales pueden tener base social sea por miedo, complicidad o abulia, pero en forma alguna sus motivaciones son las equiparables.

javierolivaposada@gmail.com