/ domingo 13 de enero de 2019

A 60 años de la Revolución Cubana (II)

Los sueños no pueden ser liquidados

René Avilés Fabila


Una vez que el proyecto cubano estuvo en marcha y sus efectos comienzan a impactar no solo naciones del área como República Dominana y Argentina sino también de África, en diciembre de 1964 el Che Guevara alude en un discurso histórico que pronuncia en la ONU a la trágica situación del continente negro, particularmente del Congo, y al año siguiente zarpa hacia dicho continente. Con ello, no solo la internacionalización del movimiento revolucionario cubano era una plena realidad, el Che ahora podía volcarse en pos de una nueva “causa justa por la cual luchar”. Recorre Egipto, Tanzania, Argelia –a cuya independencia Cuba había ayudado-, Mali, Senegal, Guinea, Dahomey y Ghana. Se reúne con los principales líderes independentistas africanos como Kwame N’Krumah, Laurente Kabila, Gastón Soumaliot, Agostinho Neto, Nasser, Ahmed Ben Bella, Skou Touré, Nyerere y Modibo Keita, entre otros. Finalmente, arriba al Congo, donde además de instruir en la guerrilla -bajo el pseudónimo de “Tatú”- a los Simbas, miembros del Ejército de Liberación surgido tras el asesinato de Patrice Lumumba, escribirá su obra Pasaje de la guerra revolucionaria: Congo. En esos momentos sus apoyos son un centenar de revolucionarios cubanos, 200 efectivos del batallón Lumumba y comienza a recibir ayuda de la URSS, solo que ésta la pagará demasiado cara porque Estados Unidos no permitirá que su rival avance.

El fin de Guevara está decidido y tendrá lugar en Bolivia, donde fue traicionado y entregado a la CIA, siendo asesinado el 9 de octubre de 1967: una década después del asesinato de Camilo Cienfuegos, el otro gran lugarteniente de Castro. Fecha que me lleva a recordar una teoría: se dice que cuando se coincide en el día de nacimiento o muerte de otro, esto nos hace gemelos espirituales. No lo dudo. Un 9 de octubre, solo que de 2016, falleció también el intelectual mexicano René Avilés Fabila, admirador ferviente del pensamiento guevariano, quien antes de pensar en escribir El gran solitario de Palacio, tenía en mente realizar una biografía novelada de El Ché. A cambio de ello, su presencia impregna la obra. Uno de los ejemplos más notables es el pasaje cuando revive la marcha en 1968 de los estudiantes hacia la “Plaza Principal: “La columna llevaba retratos de Guevara, de Ho Chi Minh, de Fidel Castro, de Camilo Torres, de los héroes que sí les decían algo a los muchachos. Sus estandartes. La más frecuente era la maravillosa fotografía de Guevara con una boina y una estrella en el centro y el pelo a los lados pugnando por salir; mirada soñadora, de visionario, contemplando algo que los demás no lograban ver; ahí estaban cientos de retratos del hombre que apenas unos años antes fue asesinado por el ejército boliviano y sus asesores estadunidenses y que ahora revivía cientos de veces hasta hacerse indestructible. Los sueños no pueden ser liquidados. Por una vez más el comandante Ernesto Guevara estaba presente, mirando desde sus fotografías a los muchacos que gritaban: ¡Ché, Ché, Ché, Ché, Ché, Ché Guevara…!”.

Sí, el guevarismo y la epopeya revolucionaria cubana, estaban destinados a trascender en el tiempo y el espacio cautivando a hombres y mujeres que permanecerán fieles, a lo largo de toda su vida, a sus ideales, como ocurrirá con Carlos Bracho, ilustre personaje del arte y la política contemporáneos, quien no dudará en afirmar contundente: “si de algo están llenos mi vida y mi obra es del alma y del espíritu inmortal de El Che”. La razón de ello: en los revolucionarios latía el legado cultural latinoamericano cuyas raíces se hundían en el pensamiento de Bolívar, Martí, Recabarren, Ingenieros, Flores Magón, Mella y Mariátegui. Impronta intelectual a la que el guevarismo sumó la de Fanon y la del maestro de éste, Aimé Césaire -padre de la negritud- y de quien tomó su concepto del “hombre nuevo” y su bandera en contra del colonialismo. Coro polifónico y politonal cuyo tema central no sería otro que el de la libertad.

Sin embargo, a sesenta años de distancia ¿por qué el desencanto frente a la revolución para muchos? Para responderlo, nada mejor que acudir a Eduardo Galeano, para quien quedaba claro que sus detractores “no dicen que esta revolución, crecida en el castigo, es lo que pudo ser y no lo que quiso ser. Ni dicen que en gran medida el muro entre el deseo y la realidad fue haciéndose más alto y más ancho gracias al bloqueo imperial, que ahogó el desarrollo de una democracia a la cubana, obligó a la militarización de la sociedad y otorgó a la burocracia, que para cada solución tiene un problema, las coartadas que necesita para justificarse y perpetuarse. Y no dicen que a pesar de todos los pesares, a pesar de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, esta isla sufrida pero porfiadamente alegre ha generado la sociedad latinoamericana menos injusta”.

Sí, no siempre los procesos sociales logran colmar las expectativas de todos y Fidel Castro lo sabía: sabía que en otras condiciones la revolución en Cuba no habría triunfado y jamás un movimiento popular hubiera puesto por primera vez un dique contra el imperialismo. Por eso desde mucho tiempo atrás, seguro de sus sueños, había declarado ante los propios tribunales de su Patria: “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.


bettyzanolli@hotmail.com

@BettyZanolli



Los sueños no pueden ser liquidados

René Avilés Fabila


Una vez que el proyecto cubano estuvo en marcha y sus efectos comienzan a impactar no solo naciones del área como República Dominana y Argentina sino también de África, en diciembre de 1964 el Che Guevara alude en un discurso histórico que pronuncia en la ONU a la trágica situación del continente negro, particularmente del Congo, y al año siguiente zarpa hacia dicho continente. Con ello, no solo la internacionalización del movimiento revolucionario cubano era una plena realidad, el Che ahora podía volcarse en pos de una nueva “causa justa por la cual luchar”. Recorre Egipto, Tanzania, Argelia –a cuya independencia Cuba había ayudado-, Mali, Senegal, Guinea, Dahomey y Ghana. Se reúne con los principales líderes independentistas africanos como Kwame N’Krumah, Laurente Kabila, Gastón Soumaliot, Agostinho Neto, Nasser, Ahmed Ben Bella, Skou Touré, Nyerere y Modibo Keita, entre otros. Finalmente, arriba al Congo, donde además de instruir en la guerrilla -bajo el pseudónimo de “Tatú”- a los Simbas, miembros del Ejército de Liberación surgido tras el asesinato de Patrice Lumumba, escribirá su obra Pasaje de la guerra revolucionaria: Congo. En esos momentos sus apoyos son un centenar de revolucionarios cubanos, 200 efectivos del batallón Lumumba y comienza a recibir ayuda de la URSS, solo que ésta la pagará demasiado cara porque Estados Unidos no permitirá que su rival avance.

El fin de Guevara está decidido y tendrá lugar en Bolivia, donde fue traicionado y entregado a la CIA, siendo asesinado el 9 de octubre de 1967: una década después del asesinato de Camilo Cienfuegos, el otro gran lugarteniente de Castro. Fecha que me lleva a recordar una teoría: se dice que cuando se coincide en el día de nacimiento o muerte de otro, esto nos hace gemelos espirituales. No lo dudo. Un 9 de octubre, solo que de 2016, falleció también el intelectual mexicano René Avilés Fabila, admirador ferviente del pensamiento guevariano, quien antes de pensar en escribir El gran solitario de Palacio, tenía en mente realizar una biografía novelada de El Ché. A cambio de ello, su presencia impregna la obra. Uno de los ejemplos más notables es el pasaje cuando revive la marcha en 1968 de los estudiantes hacia la “Plaza Principal: “La columna llevaba retratos de Guevara, de Ho Chi Minh, de Fidel Castro, de Camilo Torres, de los héroes que sí les decían algo a los muchachos. Sus estandartes. La más frecuente era la maravillosa fotografía de Guevara con una boina y una estrella en el centro y el pelo a los lados pugnando por salir; mirada soñadora, de visionario, contemplando algo que los demás no lograban ver; ahí estaban cientos de retratos del hombre que apenas unos años antes fue asesinado por el ejército boliviano y sus asesores estadunidenses y que ahora revivía cientos de veces hasta hacerse indestructible. Los sueños no pueden ser liquidados. Por una vez más el comandante Ernesto Guevara estaba presente, mirando desde sus fotografías a los muchacos que gritaban: ¡Ché, Ché, Ché, Ché, Ché, Ché Guevara…!”.

Sí, el guevarismo y la epopeya revolucionaria cubana, estaban destinados a trascender en el tiempo y el espacio cautivando a hombres y mujeres que permanecerán fieles, a lo largo de toda su vida, a sus ideales, como ocurrirá con Carlos Bracho, ilustre personaje del arte y la política contemporáneos, quien no dudará en afirmar contundente: “si de algo están llenos mi vida y mi obra es del alma y del espíritu inmortal de El Che”. La razón de ello: en los revolucionarios latía el legado cultural latinoamericano cuyas raíces se hundían en el pensamiento de Bolívar, Martí, Recabarren, Ingenieros, Flores Magón, Mella y Mariátegui. Impronta intelectual a la que el guevarismo sumó la de Fanon y la del maestro de éste, Aimé Césaire -padre de la negritud- y de quien tomó su concepto del “hombre nuevo” y su bandera en contra del colonialismo. Coro polifónico y politonal cuyo tema central no sería otro que el de la libertad.

Sin embargo, a sesenta años de distancia ¿por qué el desencanto frente a la revolución para muchos? Para responderlo, nada mejor que acudir a Eduardo Galeano, para quien quedaba claro que sus detractores “no dicen que esta revolución, crecida en el castigo, es lo que pudo ser y no lo que quiso ser. Ni dicen que en gran medida el muro entre el deseo y la realidad fue haciéndose más alto y más ancho gracias al bloqueo imperial, que ahogó el desarrollo de una democracia a la cubana, obligó a la militarización de la sociedad y otorgó a la burocracia, que para cada solución tiene un problema, las coartadas que necesita para justificarse y perpetuarse. Y no dicen que a pesar de todos los pesares, a pesar de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, esta isla sufrida pero porfiadamente alegre ha generado la sociedad latinoamericana menos injusta”.

Sí, no siempre los procesos sociales logran colmar las expectativas de todos y Fidel Castro lo sabía: sabía que en otras condiciones la revolución en Cuba no habría triunfado y jamás un movimiento popular hubiera puesto por primera vez un dique contra el imperialismo. Por eso desde mucho tiempo atrás, seguro de sus sueños, había declarado ante los propios tribunales de su Patria: “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.


bettyzanolli@hotmail.com

@BettyZanolli