/ jueves 21 de septiembre de 2017

A la sombra

El periódico que dice que “la democracia se muere en la oscuridad”, nos referimos a The Washington Post, dice a sus lectores que en la Ciudad de México ricos y pobres tenían muy poco en común. Hasta que el terremoto pegó. Paul Imison escribe que las calles más sofisticadas de esta capital, con galerías de arte y restaurantes gourmet, se nota la mezcla de clases en los rescates de víctimas. Hace una crónica de Álvaro Obregón, en la Roma, y habla de cómo la tragedia es lo único que hace que amigos, vecinos, familiares y completos extraños trasciendan las rígidas divisiones de clases de este país. La pregunta es: ¿Por cuánto tiempo? Porque en Lindavista y otras colonias alejadas de la Condesa parece que los que llegan sólo van por la selfie.

Hablando del norte de la capital. A todos los reporteros que estaban ahí desde temprano, algunos incluso desde una noche antes, les pidieron alejarse del edificio súbitamente. Los vecinos de Lindavista se quejaban porque sentían que las autoridades no les hacían caso, no veían a decenas de soldados y civiles ayudando como en Ámsterdam, en la Condesa, o en Medellín, en la Roma. Decían que no eran del sur, sino del norte, pero también necesitaban ayuda. Se sentían poco atendidos. Los medios que estaban ahí desde que se enteraron que un edificio colapsó en Coquimbo, esquina con Sierravista, esperaban dar buenas noticias al mundo de los rescatados. Cuando los empleados de la delegación Gustavo A. Madero comenzaron a sacarlos de la zona, pensaron que algo malo pasaría. Pero cuando entraron los cámaras de Televisa y TV Azteca de la mano del delegado Víctor Hugo Lobo Román, entendieron que el político quería darle la exclusiva a dos televisoras que después podrán hacerle favores en su ascendente, pero gris carrera política. Favor con favor se paga, decimos a la sombra. El rescate de José Luis Ponce, de 67 años, fue televisado por las dos cadenas, pero los fotoperiodistas y reporteros de las demás organizaciones que estaban ahí, no tuvieron la imagen, el testimonio, ni nada. Fueron retirados del lugar, casi a la fuerza. Se quedaron con las manos vacías en el festejo del delegado de la GAM.

En 2010, cuando un devastador terremoto dejó hecho pedazos Haití, los religiosos estadunidense dijeron que era un castigo de Dios, porque los isleños creían en la brujería, en el vudú. Castigo del Dios. Años después en la Ciudad de México nos preguntamos por qué la Iglesia Católica tardó tanto en tender su mano a más del 82 por ciento de los mexicanos que son fervientes de esta religión. Así como decenas de políticos han cerrado la boca esperando un mejor momento para hacer promesas sin sentido, los jerarcas católicos se habían mantenido al margen. Hasta ayer, cuando Norberto Rivera visitó la escuela Rébsamen. Entrevistado por Televisa, con esa actitud arrogante que siempre lo ha caracterizado, el arzobispo primado de México, dijo desconocer cuántos de sus templos están dañados. “Su servidor, es arzobispo de México, y solamente tengo una relación verificada de los templos de la ciudad, no tengo relación de lo que está sucediendo en el Estado de Morelos, que es una de las partes más dañadas, pero aquí en la ciudad sí”. Pero no le respondió a la reportera y simplemente dijo que sí, que están ayudando. Palabra de Dios.

Hablando de la visión de los corresponsales extranjeros, con una visión un poco a la sombra de la emoción. Nuestro compañero Manrique Gandaria, a ras de suelo, nos cuenta que la Comisión Nacional de Seguridad, a través de las Divisiones de Seguridad Regional, Fuerzas Federales y Gendarmería de la Policía Federal y en coordinación con autoridades de la Ciudad de México, señala que policías federales patrullan las calles de las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez y Álvaro Obregón, con particular atención en colonias como la Roma, Condesa y Santa Fe, donde se han recibido reportes de personas que han intentado aprovecharse de la situación para cometer algún ilícito. Traducción: sí hay ladrones rondando en la desgracia. Y mientras tanto, los reporteros en la televisión, siguen llorando en vivo de, dicen ellos, emoción…

El periódico que dice que “la democracia se muere en la oscuridad”, nos referimos a The Washington Post, dice a sus lectores que en la Ciudad de México ricos y pobres tenían muy poco en común. Hasta que el terremoto pegó. Paul Imison escribe que las calles más sofisticadas de esta capital, con galerías de arte y restaurantes gourmet, se nota la mezcla de clases en los rescates de víctimas. Hace una crónica de Álvaro Obregón, en la Roma, y habla de cómo la tragedia es lo único que hace que amigos, vecinos, familiares y completos extraños trasciendan las rígidas divisiones de clases de este país. La pregunta es: ¿Por cuánto tiempo? Porque en Lindavista y otras colonias alejadas de la Condesa parece que los que llegan sólo van por la selfie.

Hablando del norte de la capital. A todos los reporteros que estaban ahí desde temprano, algunos incluso desde una noche antes, les pidieron alejarse del edificio súbitamente. Los vecinos de Lindavista se quejaban porque sentían que las autoridades no les hacían caso, no veían a decenas de soldados y civiles ayudando como en Ámsterdam, en la Condesa, o en Medellín, en la Roma. Decían que no eran del sur, sino del norte, pero también necesitaban ayuda. Se sentían poco atendidos. Los medios que estaban ahí desde que se enteraron que un edificio colapsó en Coquimbo, esquina con Sierravista, esperaban dar buenas noticias al mundo de los rescatados. Cuando los empleados de la delegación Gustavo A. Madero comenzaron a sacarlos de la zona, pensaron que algo malo pasaría. Pero cuando entraron los cámaras de Televisa y TV Azteca de la mano del delegado Víctor Hugo Lobo Román, entendieron que el político quería darle la exclusiva a dos televisoras que después podrán hacerle favores en su ascendente, pero gris carrera política. Favor con favor se paga, decimos a la sombra. El rescate de José Luis Ponce, de 67 años, fue televisado por las dos cadenas, pero los fotoperiodistas y reporteros de las demás organizaciones que estaban ahí, no tuvieron la imagen, el testimonio, ni nada. Fueron retirados del lugar, casi a la fuerza. Se quedaron con las manos vacías en el festejo del delegado de la GAM.

En 2010, cuando un devastador terremoto dejó hecho pedazos Haití, los religiosos estadunidense dijeron que era un castigo de Dios, porque los isleños creían en la brujería, en el vudú. Castigo del Dios. Años después en la Ciudad de México nos preguntamos por qué la Iglesia Católica tardó tanto en tender su mano a más del 82 por ciento de los mexicanos que son fervientes de esta religión. Así como decenas de políticos han cerrado la boca esperando un mejor momento para hacer promesas sin sentido, los jerarcas católicos se habían mantenido al margen. Hasta ayer, cuando Norberto Rivera visitó la escuela Rébsamen. Entrevistado por Televisa, con esa actitud arrogante que siempre lo ha caracterizado, el arzobispo primado de México, dijo desconocer cuántos de sus templos están dañados. “Su servidor, es arzobispo de México, y solamente tengo una relación verificada de los templos de la ciudad, no tengo relación de lo que está sucediendo en el Estado de Morelos, que es una de las partes más dañadas, pero aquí en la ciudad sí”. Pero no le respondió a la reportera y simplemente dijo que sí, que están ayudando. Palabra de Dios.

Hablando de la visión de los corresponsales extranjeros, con una visión un poco a la sombra de la emoción. Nuestro compañero Manrique Gandaria, a ras de suelo, nos cuenta que la Comisión Nacional de Seguridad, a través de las Divisiones de Seguridad Regional, Fuerzas Federales y Gendarmería de la Policía Federal y en coordinación con autoridades de la Ciudad de México, señala que policías federales patrullan las calles de las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez y Álvaro Obregón, con particular atención en colonias como la Roma, Condesa y Santa Fe, donde se han recibido reportes de personas que han intentado aprovecharse de la situación para cometer algún ilícito. Traducción: sí hay ladrones rondando en la desgracia. Y mientras tanto, los reporteros en la televisión, siguen llorando en vivo de, dicen ellos, emoción…