/ jueves 21 de diciembre de 2017

Acordanza

  •   Un salto a Cuba con Nina Menocal

La cubanísima Nina Menocal de Rocha es un referente cultural en Cuba. Desde hace muchos años ella, a través de su galería Nina Menocal de México y “ninart-havana”, ha sido un puente del arte cubano contemporáneo no sólo con México sino también con Nueva York y París. A ella le gusta su vida dedicada a la promoción de los artistas cubanos y mexicanos desde hace 27 años.

Si se abre el libro de Claudia Herstatt, Mujeres Galeristas de los siglos 20 y 21 (HATJE Cantz, Berlín 2008) verán su retrato y su acción como una de las 30 galeristas del mundo. Pues bien, con ella, su hija Emilia, Lupita Zuckermann, Cristina Wingman, el gran cirujano Gustavo Ramírez Wiella y Enrique Miranda Paz, saltamos el Golfo de México para llegar a Cubita la Bella, a fin de darnos un chapuzón de arte con las obras de sus artistas contemporáneos, la mayoría conceptuales, para rematar con un banquete a lo Platón, sólo que a la cubana, con mojitos, frijoles negros, espinazo de cerdo y arroz a la moros y cristianos- con el doctor Honoris Causa de la UNAM, el escritor Leonardo Padura, ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015 de España y príncipe de las Letras cubanas por derecho propio, después de escribir esa gran novela que rastrea la vida y la muerte de Leon Trotsky y de su asesino, Jacques Monard o Ramón Mercader, titulado: El hombre que amaba a los perros; la novela Herejes y la novela del exilio titulada La novela de mi vida que acaba de presentar en México, y todas las policiacas en que aparece su otro yo, el detective Mario Conde, obra que en su conjunto le ha valido el Premio Nacional de Literatura de Cuba, en 2012.

El Caribe no quiso recibirnos con un sol esplendente, sino con un frente frío -lluvia y marejada- que nos hizo sacar paraguas, impermeables y suéteres, pero que no enfrió el entusiasmo por visitar a los artistas cubanos, husmear las calles y los edificios de La Habana vieja, ir a la casa de José Lezama Lima, convertida en museo, pero cerrada porque el huracán Irma, que inundó las calles de la Habana con metro y medio de agua, echó a perder los objetos del autor de Paradiso, que allí se exhibían: “¡qué quiere, nos dijo la señora que resguardaba la casa. Ya la están reparando; en dos o tres meses volverá a abrir el Museo.

Dios no nos dio temblores y explosiones de volcanes, nos dijo al saber que éramos mexicanas, pero sí nos dio huracanes! ¡Algo nos tenía que tocar de la furia de la naturaleza!”. Sí visitamos el Hotel Ambos Mundos, donde Ernest Hemingway paraba cuando iba a Cuba, antes de comprar su propiedad de la playa, ahora convertida en Museo. Y aunque no pudimos bailar el bacilón del chachachá ni la rumba ni el son en la terraza del Hotel, porque el viento y la lluvia arrasaban con cualquier entusiasmo danzonero, nos tomamos un daikirí a la salud de Hemingway en el bar de la planta baja, oyendo a un maravilloso pianista interpretar música de la isla.

Por lo que se refiere a la visita de los artistas, qué buen programa armó Nina, secundada siempre por Ricardo Ávila, director de operaciones de la Galería Nina Menocal, y por la linda y talentosa curadora del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, Laura Araño, con quien recorrimos el Museo Napoleónico, el cual, amén de colección de espadas, sables, pinturas, cartas, y bustos de Napoleón, mobiliario de época estilo “imperio”, vimos las máscaras mortuorias del gran corso, la reproducción en cera y una de las máscaras de bronce tomadas por su médico particular Francois Antonmarchí, corso como el emperador de los franceses.(Yo solo había visto dos máscaras: una en el Museo de Los Inválidos, en París, y una más en la colección de un mexicano, aquí en nuestro país)… Y es que según nos dijo Laura, el doctor Francisco Antonmarchí, (n. 1789) se especializó en enfermedades tropicales… Al abdicar Napoleón como emperador, Antonmarchí salió de París y se unió a él hasta acompañarlo en 1815 en la batalla de Waterloo.

Una vez derrotado y refugiado en la isla de Santa Elena, Bonaparte quedó sin su médico de cabecera y Antonmarchí fue aceptado para sustituirlo, función que cumplió desde el 18 de septiembre de 1819 hasta el 5 de mayo de 1821. Muerto Napoleón, Antonmarchí se trasladó a Polonia; estuvo un tiempo en Italia y luego de pasar por Francia decidió trasladarse a América.

En este continente residió primero en los Estados Unidos y posteriormente en México. Proveniente de nuestro país, el Dr. Antonmarchí llegó a La Habana en los primeros meses de 1837. Entre los valiosos objetos que con sumo cuidado traía consigo, estaban el molde en cera de la mascarilla que le había hecho a Bonaparte momentos después de que falleciera, y las memorias del emperador.

De La Habana partió hacia Santiago de Cuba al encuentro de su primo hermano, el dueño de cafetales Antonio Benjamín Antonmarchí y Chaigneas. Sin embargo murió por la fiebre amarilla el 3 de abril de 1838 y fue enterrado en Santiago. La Villa Florentina, palacio que alberga el museo, es impresionante. Se construyó en los años 20 del siglo pasado. Laura nos explicó que este museo es la combinación de las colecciones personales del magnate del azúcar: Julio Lobo ,y el entonces hombre más rico de Cuba Orestes Ferrara. Es el más importante museo sobre Napoleón de toda América. La próxima semana continuaré con el viaje a La Habana. Y por lo pronto, que pasen una muy feliz navidad, queridos lectores.

  •   Un salto a Cuba con Nina Menocal

La cubanísima Nina Menocal de Rocha es un referente cultural en Cuba. Desde hace muchos años ella, a través de su galería Nina Menocal de México y “ninart-havana”, ha sido un puente del arte cubano contemporáneo no sólo con México sino también con Nueva York y París. A ella le gusta su vida dedicada a la promoción de los artistas cubanos y mexicanos desde hace 27 años.

Si se abre el libro de Claudia Herstatt, Mujeres Galeristas de los siglos 20 y 21 (HATJE Cantz, Berlín 2008) verán su retrato y su acción como una de las 30 galeristas del mundo. Pues bien, con ella, su hija Emilia, Lupita Zuckermann, Cristina Wingman, el gran cirujano Gustavo Ramírez Wiella y Enrique Miranda Paz, saltamos el Golfo de México para llegar a Cubita la Bella, a fin de darnos un chapuzón de arte con las obras de sus artistas contemporáneos, la mayoría conceptuales, para rematar con un banquete a lo Platón, sólo que a la cubana, con mojitos, frijoles negros, espinazo de cerdo y arroz a la moros y cristianos- con el doctor Honoris Causa de la UNAM, el escritor Leonardo Padura, ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015 de España y príncipe de las Letras cubanas por derecho propio, después de escribir esa gran novela que rastrea la vida y la muerte de Leon Trotsky y de su asesino, Jacques Monard o Ramón Mercader, titulado: El hombre que amaba a los perros; la novela Herejes y la novela del exilio titulada La novela de mi vida que acaba de presentar en México, y todas las policiacas en que aparece su otro yo, el detective Mario Conde, obra que en su conjunto le ha valido el Premio Nacional de Literatura de Cuba, en 2012.

El Caribe no quiso recibirnos con un sol esplendente, sino con un frente frío -lluvia y marejada- que nos hizo sacar paraguas, impermeables y suéteres, pero que no enfrió el entusiasmo por visitar a los artistas cubanos, husmear las calles y los edificios de La Habana vieja, ir a la casa de José Lezama Lima, convertida en museo, pero cerrada porque el huracán Irma, que inundó las calles de la Habana con metro y medio de agua, echó a perder los objetos del autor de Paradiso, que allí se exhibían: “¡qué quiere, nos dijo la señora que resguardaba la casa. Ya la están reparando; en dos o tres meses volverá a abrir el Museo.

Dios no nos dio temblores y explosiones de volcanes, nos dijo al saber que éramos mexicanas, pero sí nos dio huracanes! ¡Algo nos tenía que tocar de la furia de la naturaleza!”. Sí visitamos el Hotel Ambos Mundos, donde Ernest Hemingway paraba cuando iba a Cuba, antes de comprar su propiedad de la playa, ahora convertida en Museo. Y aunque no pudimos bailar el bacilón del chachachá ni la rumba ni el son en la terraza del Hotel, porque el viento y la lluvia arrasaban con cualquier entusiasmo danzonero, nos tomamos un daikirí a la salud de Hemingway en el bar de la planta baja, oyendo a un maravilloso pianista interpretar música de la isla.

Por lo que se refiere a la visita de los artistas, qué buen programa armó Nina, secundada siempre por Ricardo Ávila, director de operaciones de la Galería Nina Menocal, y por la linda y talentosa curadora del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, Laura Araño, con quien recorrimos el Museo Napoleónico, el cual, amén de colección de espadas, sables, pinturas, cartas, y bustos de Napoleón, mobiliario de época estilo “imperio”, vimos las máscaras mortuorias del gran corso, la reproducción en cera y una de las máscaras de bronce tomadas por su médico particular Francois Antonmarchí, corso como el emperador de los franceses.(Yo solo había visto dos máscaras: una en el Museo de Los Inválidos, en París, y una más en la colección de un mexicano, aquí en nuestro país)… Y es que según nos dijo Laura, el doctor Francisco Antonmarchí, (n. 1789) se especializó en enfermedades tropicales… Al abdicar Napoleón como emperador, Antonmarchí salió de París y se unió a él hasta acompañarlo en 1815 en la batalla de Waterloo.

Una vez derrotado y refugiado en la isla de Santa Elena, Bonaparte quedó sin su médico de cabecera y Antonmarchí fue aceptado para sustituirlo, función que cumplió desde el 18 de septiembre de 1819 hasta el 5 de mayo de 1821. Muerto Napoleón, Antonmarchí se trasladó a Polonia; estuvo un tiempo en Italia y luego de pasar por Francia decidió trasladarse a América.

En este continente residió primero en los Estados Unidos y posteriormente en México. Proveniente de nuestro país, el Dr. Antonmarchí llegó a La Habana en los primeros meses de 1837. Entre los valiosos objetos que con sumo cuidado traía consigo, estaban el molde en cera de la mascarilla que le había hecho a Bonaparte momentos después de que falleciera, y las memorias del emperador.

De La Habana partió hacia Santiago de Cuba al encuentro de su primo hermano, el dueño de cafetales Antonio Benjamín Antonmarchí y Chaigneas. Sin embargo murió por la fiebre amarilla el 3 de abril de 1838 y fue enterrado en Santiago. La Villa Florentina, palacio que alberga el museo, es impresionante. Se construyó en los años 20 del siglo pasado. Laura nos explicó que este museo es la combinación de las colecciones personales del magnate del azúcar: Julio Lobo ,y el entonces hombre más rico de Cuba Orestes Ferrara. Es el más importante museo sobre Napoleón de toda América. La próxima semana continuaré con el viaje a La Habana. Y por lo pronto, que pasen una muy feliz navidad, queridos lectores.

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