/ sábado 11 de noviembre de 2017

Afanes entre la vida y la muerte

¿Por qué nos cuesta trabajo despojarnos de la vida? ¿No nacemos para morir? ¿No todo es cíclico? El día, la noche, la infancia, la vejez, la escuela, los trabajos, los amores. ¿No es la existencia un ciclo mismo? Por supuesto. Nos cuesta trabajo despojarnos de la vida porque no lo aprendemos en la escuela, nadie nos ilustra al respecto; pero no ahora, sino ancestralmente, nadie ha enseñado a otro a morir. Por ello nos cuesta tanto trabajo entender la muerte. Y sobre todo cuando son seres queridos; no lo comprenderemos jamás mientras no entendamos el paso, el enlace de una vida a otra, el cambio de un nivel de conciencia a otro, con diferente manifestación, o bien, como decía León Felipe: “es un cambio de tren, un pequeño transbordo…”

Y esta aceptación es difícil porque no hemos sido educados en el conocimiento de la Tanatología, ciencia que estudia lo relacionado con el más allá.

Recuerdo que hace muchos años leí un artículo que me llamó la atención porque hacía referencia a la curiosidad de varios médicos de un hospital en Boston por conocer el peso material del alma humana. Estos científicos colocaron las patas de las camas de los agonizantes sobre unas básculas supersensibles; al momento de morir cada cuerpo pesaba 28 gramos menos. Supuestamente esos 28 gramos menos son una energía que se libera al morir el cuerpo. Las leyes de la física son muy claras, y una de ellas establece que “nada se crea ni se destruye sólo se transforma”. Es decir, un cadáver se transforma porque se convierte en polvo o en ceniza, pero no se destruye. Y esa energía a la que llamamos alma o espíritu, tampoco se destruye; se libera de su jaula corporal y va hacia algún lado.

Hay infinidad de escritores que han versado sobre el tema: desde Santo Tomás de Aquino hasta Elizabeth Kübler-Roos, pasando por Sherman, Moody, J. J. Benítez, Viktor E. Frankl. Hace 2 mil años Jesús de Nazareth decía: “el que cree en mí no morirá, sino que vivirá eternamente”. Todos los profetas de las religiones humanas hablan del más allá, léase “otra vida, resurrección, reencarnación, era de la iluminación”, etcétera.

La ciencia, que generalmente tiene puntos de vista opuestos a la religión, ha logrado acercarse un poco más a ese misterio que llamamos muerte.  Desde que los médicos empezaron a practicar la resucitación artificial, por medio de masajes, inyecciones o choques eléctricos, se han dado miles de testimonios de pacientes muertos durante varios minutos que al ser vueltos a la vida narran experiencias más o menos similares: un desprendimiento total, una visión general desde lo alto, el paso por un túnel oscuro hacía una luz difusa y brillante, colores y música, y sobre todo una total tranquilidad y paz.

Podría yo escribir muchísimo sobre este apasionante tema que necesariamente nos debe interesar a todos. Sin embargo, creo que lo esencial es que sepamos que el momento más importante de nuestra vida es nuestra muerte. Tal vez se oiga descarnado, pero nacemos para morir, y lamentablemente nadie está preparado para ese momento, siendo el más crucial y bello en nuestro devenir. Lamentablemente hemos sido educados en el temor a la muerte. Yo diría terror. Se dibuja a la muerte siempre vestida de negro, o con las más desagradables manifestaciones.

Estos últimos 2 mil años, el hombre ha vivido inmerso en el oscurantismo y en la falta de información. Sin embargo, hay ahora una apertura mental para tratar de comprender qué es la vida y porqué morimos. Hoy la humanidad toda se dirige a pasos agigantados hacia una nueva era de comprensión y de entendimiento. Es justo pues que conozcamos y razonemos sobre la verdad de nuestra existencia, sobre nuestro paso por este mundo, y sobre una vida infinitamente superior que espera al final.

 

pacofonn@yahoo.com.mx

¿Por qué nos cuesta trabajo despojarnos de la vida? ¿No nacemos para morir? ¿No todo es cíclico? El día, la noche, la infancia, la vejez, la escuela, los trabajos, los amores. ¿No es la existencia un ciclo mismo? Por supuesto. Nos cuesta trabajo despojarnos de la vida porque no lo aprendemos en la escuela, nadie nos ilustra al respecto; pero no ahora, sino ancestralmente, nadie ha enseñado a otro a morir. Por ello nos cuesta tanto trabajo entender la muerte. Y sobre todo cuando son seres queridos; no lo comprenderemos jamás mientras no entendamos el paso, el enlace de una vida a otra, el cambio de un nivel de conciencia a otro, con diferente manifestación, o bien, como decía León Felipe: “es un cambio de tren, un pequeño transbordo…”

Y esta aceptación es difícil porque no hemos sido educados en el conocimiento de la Tanatología, ciencia que estudia lo relacionado con el más allá.

Recuerdo que hace muchos años leí un artículo que me llamó la atención porque hacía referencia a la curiosidad de varios médicos de un hospital en Boston por conocer el peso material del alma humana. Estos científicos colocaron las patas de las camas de los agonizantes sobre unas básculas supersensibles; al momento de morir cada cuerpo pesaba 28 gramos menos. Supuestamente esos 28 gramos menos son una energía que se libera al morir el cuerpo. Las leyes de la física son muy claras, y una de ellas establece que “nada se crea ni se destruye sólo se transforma”. Es decir, un cadáver se transforma porque se convierte en polvo o en ceniza, pero no se destruye. Y esa energía a la que llamamos alma o espíritu, tampoco se destruye; se libera de su jaula corporal y va hacia algún lado.

Hay infinidad de escritores que han versado sobre el tema: desde Santo Tomás de Aquino hasta Elizabeth Kübler-Roos, pasando por Sherman, Moody, J. J. Benítez, Viktor E. Frankl. Hace 2 mil años Jesús de Nazareth decía: “el que cree en mí no morirá, sino que vivirá eternamente”. Todos los profetas de las religiones humanas hablan del más allá, léase “otra vida, resurrección, reencarnación, era de la iluminación”, etcétera.

La ciencia, que generalmente tiene puntos de vista opuestos a la religión, ha logrado acercarse un poco más a ese misterio que llamamos muerte.  Desde que los médicos empezaron a practicar la resucitación artificial, por medio de masajes, inyecciones o choques eléctricos, se han dado miles de testimonios de pacientes muertos durante varios minutos que al ser vueltos a la vida narran experiencias más o menos similares: un desprendimiento total, una visión general desde lo alto, el paso por un túnel oscuro hacía una luz difusa y brillante, colores y música, y sobre todo una total tranquilidad y paz.

Podría yo escribir muchísimo sobre este apasionante tema que necesariamente nos debe interesar a todos. Sin embargo, creo que lo esencial es que sepamos que el momento más importante de nuestra vida es nuestra muerte. Tal vez se oiga descarnado, pero nacemos para morir, y lamentablemente nadie está preparado para ese momento, siendo el más crucial y bello en nuestro devenir. Lamentablemente hemos sido educados en el temor a la muerte. Yo diría terror. Se dibuja a la muerte siempre vestida de negro, o con las más desagradables manifestaciones.

Estos últimos 2 mil años, el hombre ha vivido inmerso en el oscurantismo y en la falta de información. Sin embargo, hay ahora una apertura mental para tratar de comprender qué es la vida y porqué morimos. Hoy la humanidad toda se dirige a pasos agigantados hacia una nueva era de comprensión y de entendimiento. Es justo pues que conozcamos y razonemos sobre la verdad de nuestra existencia, sobre nuestro paso por este mundo, y sobre una vida infinitamente superior que espera al final.

 

pacofonn@yahoo.com.mx