/ sábado 11 de mayo de 2019

África en la huella del hombre

Para hablar de África habría que leer y releer el libro de Alex Haley llamado Raíces

publicado en 1976, y que cuenta la historia familiar de Haley a lo largo de siete generaciones, desde el momento en que sus antepasados (musulmanes de la etnia mandinga) fueron capturados en África y llevados como esclavos a Estados Unidos, pasando por las experiencias de sus abuelos en momentos clave de la historia estadounidense como la independencia, la Guerra de Secesión y las revueltas negras.

África ha sido factor clave de desarrollo principalmente en el llamado mundo occidental. La dispersión de hombres de color a lo largo y ancho de los continentes americano y europeo ha marcado a cientos de países con grandes pincelazos de la cultura africana. Se dice que todo empezó en África hace cinco millones de años, aproximadamente.

Me refiero a las primeras huellas del hombre sobre nuestro planeta. El misterioso origen de la especie humana nos hace señales luminosas desde una larga herida geológica cercana al lago Turkana, una franja de agua de más de 6 mil kilómetros ubicado en territorio de Kenia cercano a Sudán y Etiopía, y al valle de Rift, una enorme grieta que recorre el continente africano desde el cercano oriente hasta África del Sur, por más de 3 mil kilómetros. Este es el escenario donde, según se dice, el hombre tuvo conciencia de su lugar en el mundo, aprendió a caminar erguido, transformó su medio natural en su propio beneficio, y con gestos y señales pudo comunicarse con sus semejantes.

Los antropólogos Louis Leakey, keniano, y su esposa Mary, inglesa se instalaron en las llanuras de Olduvai, en Kenya en 1956. Extrajeron numerosos fósiles homínidos de 600 mil años de antigüedad, y descubrieron en 1959 un ejemplar del Zinjanthropus, homínido rebautizado más tarde Australopithecus boisei y hoy en día conocido como Paranthropus boisei, que vivió hace unos 2 millones de años.

En 1940, nació en la tribu Kamba un niño llamado Kamoya Kimeu. De inteligencia notable aún siendo muy niño, fue educado durante 6 años en una escuela de misioneros cristianos, donde por supuesto no se le enseñó concepto alguno relativo a la evolución humana. Concluida la escuela, Kamoya consiguió un trabajo en una granja lechera. Cuando los Leakey decidieron contratar trabajadores Kamba, apareció Kimeu quien de esta forma se relacionó por primera vez con la paleoantropología y la exhumación de restos humanos de los alrededores del cañón. Pronto se destacó por su perfecto conocimiento de la región y su enorme intuición para identificar sitios probables para el hallazgo de fósiles. Kamoya se convirtió en la mano derecha de Louis Leakey, y, cuando este se hallaba ausente asumía la dirección total de las excavaciones en todos los yacimientos.

En 1984, Kamoya Kimeu y Richard Leakey, hijo de Louis y Mary, condujeron una gran expedición al sitio paleoantropológico de Nariokotome, a orillas del Lago Turkana buscando de una vez por todas el "eslabón perdido" entre el género Homo y sus ancestros animales. Kimeu, en una caminata dominical, encontró un hueso que los llevó al esqueleto más completo que se recuerde, “El Niño de Turkana”, de casi 2 millones de años de antigüedad, llamado niño por ser restos de un humano de 10 años de edad y 1.65 metros de altura; en su vida adulta posiblemente hubiese llegado a los 2 metros.


Diez años antes, el norteamericano Donald Johanson descubrió los famosos restos de “Lucy”, de 3.5 millones de años de antigüedad pero con una cantidad de huesos notablemente inferior al descubrimiento de Kimeu. Johanson, hoy Director del Instituto de Orígenes Humanos de la Universidad Estatal de Arizona supone que quizás lo que permitió a los homínidos de entonces constituirse en especie y sobrevivir al medio hostil fue el establecimiento de relaciones de interdependencia con el surgimiento de expectativas sociales que sólo pudieron ser mantenidas con un incremento notable de inteligencia.

Este es el escenario donde el paleoantropólogo Kamoya Kimeu, obstinado, persistente hijo de un campesino de Kenia, está dispuesto a descubrir el perfil exacto de nuestros antepasados homínidos, los australopitecos. Kimeu no ha cejado en su digna misión paleontológica. Para él, todo tiene un profundo significado histórico: fósiles semicubiertos por sedimentos, fango, ceniza volcánica.

Todo cabe en el suelo polvoriento y escabroso y en las colonias desérticas y áridas, que pueda certificar, mediante una penosa labor de análisis y reflexión, el proceso de rescate del origen del hombre. Es como si Kimeu quisiera inyectar vida a la espléndida mirada del pasado. Ya es parte de la historia al saber que pudo develar el codiciado tronco del árbol humano, el misterio del eslabón perdido que se extiende desde el Australopithecus al Homo Sapiens.

En este sentido, el primer grupo de homínidos, que empezó siendo antropófago, más que su postura física enderezó su conciencia. Los nuevos hallazgos así lo comprueban. La Historia también.

Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo 2018

pacofonn@yahoo.com.mx


Para hablar de África habría que leer y releer el libro de Alex Haley llamado Raíces

publicado en 1976, y que cuenta la historia familiar de Haley a lo largo de siete generaciones, desde el momento en que sus antepasados (musulmanes de la etnia mandinga) fueron capturados en África y llevados como esclavos a Estados Unidos, pasando por las experiencias de sus abuelos en momentos clave de la historia estadounidense como la independencia, la Guerra de Secesión y las revueltas negras.

África ha sido factor clave de desarrollo principalmente en el llamado mundo occidental. La dispersión de hombres de color a lo largo y ancho de los continentes americano y europeo ha marcado a cientos de países con grandes pincelazos de la cultura africana. Se dice que todo empezó en África hace cinco millones de años, aproximadamente.

Me refiero a las primeras huellas del hombre sobre nuestro planeta. El misterioso origen de la especie humana nos hace señales luminosas desde una larga herida geológica cercana al lago Turkana, una franja de agua de más de 6 mil kilómetros ubicado en territorio de Kenia cercano a Sudán y Etiopía, y al valle de Rift, una enorme grieta que recorre el continente africano desde el cercano oriente hasta África del Sur, por más de 3 mil kilómetros. Este es el escenario donde, según se dice, el hombre tuvo conciencia de su lugar en el mundo, aprendió a caminar erguido, transformó su medio natural en su propio beneficio, y con gestos y señales pudo comunicarse con sus semejantes.

Los antropólogos Louis Leakey, keniano, y su esposa Mary, inglesa se instalaron en las llanuras de Olduvai, en Kenya en 1956. Extrajeron numerosos fósiles homínidos de 600 mil años de antigüedad, y descubrieron en 1959 un ejemplar del Zinjanthropus, homínido rebautizado más tarde Australopithecus boisei y hoy en día conocido como Paranthropus boisei, que vivió hace unos 2 millones de años.

En 1940, nació en la tribu Kamba un niño llamado Kamoya Kimeu. De inteligencia notable aún siendo muy niño, fue educado durante 6 años en una escuela de misioneros cristianos, donde por supuesto no se le enseñó concepto alguno relativo a la evolución humana. Concluida la escuela, Kamoya consiguió un trabajo en una granja lechera. Cuando los Leakey decidieron contratar trabajadores Kamba, apareció Kimeu quien de esta forma se relacionó por primera vez con la paleoantropología y la exhumación de restos humanos de los alrededores del cañón. Pronto se destacó por su perfecto conocimiento de la región y su enorme intuición para identificar sitios probables para el hallazgo de fósiles. Kamoya se convirtió en la mano derecha de Louis Leakey, y, cuando este se hallaba ausente asumía la dirección total de las excavaciones en todos los yacimientos.

En 1984, Kamoya Kimeu y Richard Leakey, hijo de Louis y Mary, condujeron una gran expedición al sitio paleoantropológico de Nariokotome, a orillas del Lago Turkana buscando de una vez por todas el "eslabón perdido" entre el género Homo y sus ancestros animales. Kimeu, en una caminata dominical, encontró un hueso que los llevó al esqueleto más completo que se recuerde, “El Niño de Turkana”, de casi 2 millones de años de antigüedad, llamado niño por ser restos de un humano de 10 años de edad y 1.65 metros de altura; en su vida adulta posiblemente hubiese llegado a los 2 metros.


Diez años antes, el norteamericano Donald Johanson descubrió los famosos restos de “Lucy”, de 3.5 millones de años de antigüedad pero con una cantidad de huesos notablemente inferior al descubrimiento de Kimeu. Johanson, hoy Director del Instituto de Orígenes Humanos de la Universidad Estatal de Arizona supone que quizás lo que permitió a los homínidos de entonces constituirse en especie y sobrevivir al medio hostil fue el establecimiento de relaciones de interdependencia con el surgimiento de expectativas sociales que sólo pudieron ser mantenidas con un incremento notable de inteligencia.

Este es el escenario donde el paleoantropólogo Kamoya Kimeu, obstinado, persistente hijo de un campesino de Kenia, está dispuesto a descubrir el perfil exacto de nuestros antepasados homínidos, los australopitecos. Kimeu no ha cejado en su digna misión paleontológica. Para él, todo tiene un profundo significado histórico: fósiles semicubiertos por sedimentos, fango, ceniza volcánica.

Todo cabe en el suelo polvoriento y escabroso y en las colonias desérticas y áridas, que pueda certificar, mediante una penosa labor de análisis y reflexión, el proceso de rescate del origen del hombre. Es como si Kimeu quisiera inyectar vida a la espléndida mirada del pasado. Ya es parte de la historia al saber que pudo develar el codiciado tronco del árbol humano, el misterio del eslabón perdido que se extiende desde el Australopithecus al Homo Sapiens.

En este sentido, el primer grupo de homínidos, que empezó siendo antropófago, más que su postura física enderezó su conciencia. Los nuevos hallazgos así lo comprueban. La Historia también.

Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo 2018

pacofonn@yahoo.com.mx