Carlos Antonio Romero Deschamps ingresó al PRI en 1961, a los 18 años, en Tampico, tierra de su maestro y protector Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, quien cayó en desgracia en 1989 por obra y gracia de Carlos Salinas de Gortari.
Romero Deschamps tuvo más de siete vidas. Fue tres veces diputado federal, dos veces senador, y dirigente nacional de los trabajadores petroleros desde 1993 en que asumió en forma interina el control del gremio petrolero que encabezó formalmente desde 1996 hasta 2019.
El historial del líder sindical sobrepasó los límites que puede aguantar cualquier sexenio. Los ríos de dinero mal habido hicieron del cacique petrolero una especie de jeque árabe y formaron un expediente tanto o más abultado que el que le costó la libertad a su colega durante muchos años, Elba Esther Gordillo (a quien Enrique Peña Nieto envió a prisión en febrero del 2013).
Después de que mandaron a chirona a la “maestra de la maldad y la perversidad”, los analistas y observadores políticos, incluyendo a los bisoños, pensaron que Romero Deschamps sería el siguiente que vestiría uniforme de rayas. Pero se equivocaron, por lo que el cacique siguió tan campante, como el whisky Johnnie Walker.
La diferencia entre Elbita y “Carlangas” fue que este se mantuvo obediente al poder presidencial, aprendió la lección que dejó el manotazo presidencial contra Gordillo, y se convirtió en el propagandista número uno de la transformación de Pemex, en la nueva empresa improductiva del Estado, como la califican algunos. Por su parte, Elbita decidió rebelarse contra la Reforma Educativa en un desmesurado e inexplicable intento de jugar a las vencidas con el inquilino de Los Pinos… “big mistake” político.
Cuando Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia de la República, tenía las negras intenciones de llevar a cabo una contrarreforma energética – que finalmente consiguió--, y pensó que ya no necesitaba de los servicios del corrupto líder. Los malosos de “malolandia”, comentaron en su oportunidad que el presidente le recordó a Romero el lúgubre método que aplicaba a sus enemigos políticos, el “Alazán Tostado” Gonzalo N. Santos, cacique del estado de San Luis Potosí en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX: “Encierro, destierro… o entierro”. Y lo exhortó a dejar la dirigencia del sindicato petrolero, mediante la jubilación forzosa, retiro equivalente al destierro, que lo arrojaría del paraíso terrenal que disfruto casi tres décadas. Voluntariamente a fuerzas, Romero Deschamps dejó la dirigencia sindical de Pemex el 16 de octubre de 2019, y siguió dándose vida de jeque petrolero.
La sociedad y la opinión pública consideraron que Deschamps debió haber pisado la cárcel por todas las pillerías y fechorías que cometió, muchas de ellas documentadas, como el “Pemexgate” donde se desviaron cientos de millones de pesos del sindicato petrolero a la campaña presidencial del “Perfecto fracasado”, conocido también como Francisco Labastida Ochoa. Pero como López Obrador no es vengativo ni rencoroso, “le perdonó todos sus pecados” y dejó en manos de la Fiscalía General de la República la decisión de encarcelar o no al impresentable personaje, y no se atrevió a “echarle el guante”.