Por Eduardo Vázquez
Se dice que no hay agua más cara que la que no se tiene. Esta frase se explica bajo la lógica de que cuando una ciudad agota o sobreexplota su acuífero, tiene que recurrir a distintas fuentes y alternativas que le proporcionen acceso al recurso hídrico, como es el caso del Valle de México, en donde se extrae más del doble del agua de la que se recarga de manera natural.
Así, dada la sobreexplotación que sufren los acuiferos de esta región, desde finales de los años 70´s, se mantiene una importante dependencia al agua externa que se extrae del Sistema Lerma-Cutzamala y que, de acuerdo con el Sistema de Aguas de la Ciudad de México, representa 43% del recurso que se abastece a esta localidad.
La alerta sobre la sobreexplotación de los acuíferos es un tema de urgente atención. De acuerdo con el Sistema Nacional de Información del Agua de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), en tan sólo un año se incrementó el número de acuíferos sobreexplotados, al pasar de 106 a 157 de los 653 que se tienen registrados en el país, muchos de ellos alrededor de grandes centros urbanos.
La sobreexplotación de los acuíferos se debe principalmente a deficiencias en la gestión y prácticas ineficientes e insostenibles de aprovechamiento del agua. La misma CONAGUA estima que el 77% de la población vive en las regiones donde hay menos agua, que a su vez son las zonas donde se genera la mayor parte del Producto Interno Bruto del país.
Esto enciende sin duda todas las luces de alerta dado el alto impacto social que la sobreexplotación representa para la salud de la población (por la falta de acceso al agua en cantidad y calidad necesarias), así como por su impacto en la seguridad alimentaria, la seguridad energética, el desarrollo de actividades productivas, y en la salud de los ecosistemas. Todo ello se refleja a su vez e influye en los niveles de desigualdad, desarrollo e inequidad social de la población.
De no atender y cuidar de manera adecuada las fuentes de agua y limitar su sobreexplotación, corremos el riesgo de que, en un futuro cercano su disponibilidad se vea severamente reducida y comprometida en zonas con gran estrés hídrico, como es el caso del Valle de México, y otras cuencas y regiones del país.
En el caso de la Ciudad de México, tenemos un ejemplo de lo que esta sobreexplotación significa para una urbe: hundimiento gradual de sus suelos, afectaciones a la infraestructura urbana, edificios y al patrimonio de las personas, socavones, mayores fugas, fallas frecuentes en las redes, amplificación de los efectos de los sismos, entre otros tantos más .
Los retos que presenta esta situación no sólo está relacionada con el desarrollo de más infraestructura, o de la extracción de agua de otras cuencas para transportarla a la Ciudad de México. Se trata también de promover mejores políticas e inversiones que se reflejen en mayores eficiencias en la gestión del agua, cerrar pozos para limitar la sobreexplotación, promover un mayor tratamiento y reuso del agua con una perspectiva de economía circular, apostar a nuevas alternativas como la cosecha de lluvia, reducir consumos, establecer tarifas adecuadas que reflejen el valor del agua, así como proteger y conservar los ecosistemas del sur de la Ciudad como principales fuentes de agua y garantes de la salud y estabilidad de los acuiferos a largo plazo.
Es indudable que la sobreexplotación de los acuíferos en el Valle de México amenaza su sustentabilidad a largo plazo. La perspectiva de que la Ciudad de México sea viable a futuro requiere necesariamente apostar por la seguridad hídrica y propiciar el reconocimiento explícito por todos los sectores y la ciudadanía en general de la importancia ambiental, económica y social de este preciado recurso.