Como se ha apuntado desde este espacio, al menos desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), sin excepción, todos los presidentes, incluyendo a Andrés Manuel López Obrador, han modificado de manera estructural y decisiva, dichas áreas, que atienden a funciones vitales para el desarrollo de la Nación. Lo que ahora observamos en las medidas aplicadas que van de la desaparición del Centro de Investigación y Seguridad Nacional –ahora Centro Nacional de Inteligencia (denominación por cierto, idéntica a la del Estado español para su agencia) ahora adscrito a la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, así como la supresión del Estado Mayor Presidencial y desde luego, la muy importante creación de la Guardia Nacional.
En consonancia a los anteriores 5 sexenios, de nuevo la aplicación de decisiones y medidas que atienden más a la inmediatez que a una visión estructurada y basada en consistentes diagnósticos, las consecuencias por supuesto que emergen de inmediato. La notable y necesaria creación de la Guardia Nacional, no fue del todo acompañada por parte del estamento civil en su muy compleja instrumentación; en tanto, las Fuerzas Armadas, también como suele suceder, recibieron la principal carga para contener la ola de violencia que vive el país. Y de nueva cuenta —como siempre lo han hecho— asumieron con responsabilidad, profesionalismo y lealtad al pueblo y a las instituciones, las funciones/ misiones encomendadas.
Lo anterior nos conduce al serio y poco conocido tema de las relaciones civiles militares. Sobre todo en lo que corresponde a las élites gobernantes. El desconocimiento de su historia, naturaleza, educación, valores, doctrina, adiestramiento, misiones entre otras variables que componen el desarrollo de las Fuerzas Armadas, da paso a prejuicios, visiones superficiales, pero sobre todo, a suposiciones respecto del por qué una mexicana o un mexicano decide entregar su vida profesional al servicio del pueblo y la Patria.
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