/ domingo 24 de abril de 2022

Al filo de la oclocracia 

¿Por qué muere la democracia? La respuesta es simple pero dolorosa: porque es su destino fatal al contener en su propia naturaleza el germen de su autodestrucción.

Los primeros en advertirlo fueron Platón (427-347 a.C.) y Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.). El primero, al señalar en la “República” que el régimen democrático -o gobierno de los “muchos”- era producto de una revolución interna gestada en el seno de la oligarquía, el cual si bien se instauraba como resultado de los afanes oligárquicos populares manifestados en espacios de total libertad (eleutheria) en pos de una pretendida condición igualitaria, aunque en apariencia adoptaran una forma de gobierno paritario, en realidad confirmaban que todo régimen democrático termina degradándose debido a la “opulencia” libertaria, esto es, al llevar a la libertad al exceso, pues cuando este “desenfreno” se generaliza, precipita la necesidad de invocar a su antagónico: la tiranía. Aristóteles, por su parte, al desconfiar de la capacidad de autogobernarse del pueblo desde el momento en que la autoridad suprema recae en la colectividad y no en la ley, observa cómo esta democracia de los “muchos” transforma a éstos en “soberanos”, haciendo acto de presencia la demagogia y con ella los demagogos. Líderes generalmente autoerigidos a los que el pueblo “rector” aclama desenfrenadamente, erigiéndolos en portavoz de su opinión y dotándolos de un supra poder, equiparable en facultades con las de cualquier tirano platónico.

Sin embargo, fue Polibio de Megalópolis (200-118 a.C.) -historiador griego, antecesor del romano Tito Livio y ferviente defensor de la democracia-, quien habría de explicar con mayor claridad el fin de toda democracia. Su teoría, no exenta de influencias platónicas y desarrollada en el libro VI de su obra “Historias”, aborda igualmente la evolución de las formas de gobierno. De acuerdo con él, la historia de las “polis” griegas transitó a lo largo de seis tipos, tres de ellos buenos o de naturaleza pura, pero en cuyo interior estaba latente el germen de su destrucción: la monarquía -que implica engendramiento- al devenir en tiranía, la aristocracia -que es nacimiento- en oligarquía y la democracia- que es renacimiento- al degenerar en lo que él categorizó como oclocracia y de lo cual Atenas habría sido su primer ejemplo.

Originalmente el “demos” (genéricamente así denominado al pueblo) dio vida a la democracia, pero cuando este pueblo comenzó a extralimitarse y a menospreciar las leyes, los valores y las costumbres, se transmutó en “okhlos”, esto es, en lo que hoy podríamos denominar como muchedumbre o masa enardecida, furibunda e irracional, dando origen así a la forma corrupta de la democracia, desde el momento en que la soberbia se apoderaba del “okhlos” y comenzaban a imperar la violencia y la anarquía, haciendo de este último tipo de régimen -a juicio de Polibio- el peor de todos, el más degenerado, por implicar la degradación extrema de toda constitución armónica social.

Con el paso de los siglos, diversos autores retomaron este concepto polibiano. Uno de los principales fue Niccolò Machiavelli (1469-1527), para quien la oclocracia junto con la plutocracia eran representaciones plenas del “Estado licencioso”. Otro fue Jean Jacques Rousseau (1712-1778) quien en “El contrato social” determinó que la oclocracia carecía de legitimidad por no provenir de la voluntad general de ciudadanos libres, en tanto que el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832), definió a ésta en su obra en defensa de Francia: “Vindiciae Gallicae” como al régimen autoritario de una muchedumbre corrompida y tumultuaria: “despotismo del tropel, nunca el dominio del pueblo. Democracia degenerada. Febril paroxismo del cuerpo social que ha de terminar rápidamente en convalecencia o disolución”.

En el siglo XIX, Alexis de Tocqueville (1805-1859) advertirá que los mismos peligros inherentes a la democracia antigua se palpaban en la democracia moderna, ya que ésta lo mismo podía encaminarse hacia la demagogia -en la que los políticos-demagogos hacen concesiones extremas al pueblo para conservarse en el poder- o hacia la oclocracia, en tanto vía hacia el despotismo y “tiranía de las mayorías”; correspondiendo a José Ortega y Gasset (1883-1955) en su obra “La rebelión de las masas”, la elaboración de uno de sus principales análisis en la sociedad contemporánea. Y es que para el ilustre filósofo español, la rebelión de las masas era visto como un fenómeno degenerativo, dado que la masa en rebeldía “no puede tener dentro más que política, una política exorbitante, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantar al conocimiento, a la religión, a la ‘sagesse’” y de la que es parte el hombre-masa, al que previamente se le ha vaciado de su identidad.

No obstante, en las últimas décadas se han sumado nuevos elementos a considerar. En particular, la importancia que para la legitimidad y supremacía del oclócrata tienen la posverdad, la poscensura y el control de los contenidos formativos e informativos. De ello hablaremos en nuestra próxima colaboración.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

¿Por qué muere la democracia? La respuesta es simple pero dolorosa: porque es su destino fatal al contener en su propia naturaleza el germen de su autodestrucción.

Los primeros en advertirlo fueron Platón (427-347 a.C.) y Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.). El primero, al señalar en la “República” que el régimen democrático -o gobierno de los “muchos”- era producto de una revolución interna gestada en el seno de la oligarquía, el cual si bien se instauraba como resultado de los afanes oligárquicos populares manifestados en espacios de total libertad (eleutheria) en pos de una pretendida condición igualitaria, aunque en apariencia adoptaran una forma de gobierno paritario, en realidad confirmaban que todo régimen democrático termina degradándose debido a la “opulencia” libertaria, esto es, al llevar a la libertad al exceso, pues cuando este “desenfreno” se generaliza, precipita la necesidad de invocar a su antagónico: la tiranía. Aristóteles, por su parte, al desconfiar de la capacidad de autogobernarse del pueblo desde el momento en que la autoridad suprema recae en la colectividad y no en la ley, observa cómo esta democracia de los “muchos” transforma a éstos en “soberanos”, haciendo acto de presencia la demagogia y con ella los demagogos. Líderes generalmente autoerigidos a los que el pueblo “rector” aclama desenfrenadamente, erigiéndolos en portavoz de su opinión y dotándolos de un supra poder, equiparable en facultades con las de cualquier tirano platónico.

Sin embargo, fue Polibio de Megalópolis (200-118 a.C.) -historiador griego, antecesor del romano Tito Livio y ferviente defensor de la democracia-, quien habría de explicar con mayor claridad el fin de toda democracia. Su teoría, no exenta de influencias platónicas y desarrollada en el libro VI de su obra “Historias”, aborda igualmente la evolución de las formas de gobierno. De acuerdo con él, la historia de las “polis” griegas transitó a lo largo de seis tipos, tres de ellos buenos o de naturaleza pura, pero en cuyo interior estaba latente el germen de su destrucción: la monarquía -que implica engendramiento- al devenir en tiranía, la aristocracia -que es nacimiento- en oligarquía y la democracia- que es renacimiento- al degenerar en lo que él categorizó como oclocracia y de lo cual Atenas habría sido su primer ejemplo.

Originalmente el “demos” (genéricamente así denominado al pueblo) dio vida a la democracia, pero cuando este pueblo comenzó a extralimitarse y a menospreciar las leyes, los valores y las costumbres, se transmutó en “okhlos”, esto es, en lo que hoy podríamos denominar como muchedumbre o masa enardecida, furibunda e irracional, dando origen así a la forma corrupta de la democracia, desde el momento en que la soberbia se apoderaba del “okhlos” y comenzaban a imperar la violencia y la anarquía, haciendo de este último tipo de régimen -a juicio de Polibio- el peor de todos, el más degenerado, por implicar la degradación extrema de toda constitución armónica social.

Con el paso de los siglos, diversos autores retomaron este concepto polibiano. Uno de los principales fue Niccolò Machiavelli (1469-1527), para quien la oclocracia junto con la plutocracia eran representaciones plenas del “Estado licencioso”. Otro fue Jean Jacques Rousseau (1712-1778) quien en “El contrato social” determinó que la oclocracia carecía de legitimidad por no provenir de la voluntad general de ciudadanos libres, en tanto que el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832), definió a ésta en su obra en defensa de Francia: “Vindiciae Gallicae” como al régimen autoritario de una muchedumbre corrompida y tumultuaria: “despotismo del tropel, nunca el dominio del pueblo. Democracia degenerada. Febril paroxismo del cuerpo social que ha de terminar rápidamente en convalecencia o disolución”.

En el siglo XIX, Alexis de Tocqueville (1805-1859) advertirá que los mismos peligros inherentes a la democracia antigua se palpaban en la democracia moderna, ya que ésta lo mismo podía encaminarse hacia la demagogia -en la que los políticos-demagogos hacen concesiones extremas al pueblo para conservarse en el poder- o hacia la oclocracia, en tanto vía hacia el despotismo y “tiranía de las mayorías”; correspondiendo a José Ortega y Gasset (1883-1955) en su obra “La rebelión de las masas”, la elaboración de uno de sus principales análisis en la sociedad contemporánea. Y es que para el ilustre filósofo español, la rebelión de las masas era visto como un fenómeno degenerativo, dado que la masa en rebeldía “no puede tener dentro más que política, una política exorbitante, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantar al conocimiento, a la religión, a la ‘sagesse’” y de la que es parte el hombre-masa, al que previamente se le ha vaciado de su identidad.

No obstante, en las últimas décadas se han sumado nuevos elementos a considerar. En particular, la importancia que para la legitimidad y supremacía del oclócrata tienen la posverdad, la poscensura y el control de los contenidos formativos e informativos. De ello hablaremos en nuestra próxima colaboración.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli