/ domingo 1 de abril de 2018

Alienados por la anomia

Somos lo que hacemos

para cambiar lo que somos

Eduardo Galeano


¿Hasta dónde una idea o su ausencia pueden ser el motor de la historia? Desde que inició el interés por abordar la historia social, sus cultores reconocieron la necesidad de fundar sus análisis en el estudio de las estructuras materiales, lo que les llevó a reflexionar sobre los grupos humanos a partir de jerarquías, poderes, técnicas de producción y excedentes. Por ejemplo, la historia demográfica centró su atención en las poblaciones humanas buscando descubrir las leyes que las rigen; la urbana en las ciudades reconociéndolas como conglomerados heterogéneos; la de los conflictos sociales aislandoal fenómeno revolucionario; la historia social centrándose en las transformaciones de corta duración. Sin embargo, ha sido principalmente la historia de las mentalidades la que ha pretendido comprender el cambio social a partir de interpretar la génesis, transformación y muerte de las ideas.

\u0009Al respecto, Jacques Le Goff refiere cómo en la Inglaterra del siglo XVII la mentalidad era ya vista como una “forma particular de pensar y sentir de un pueblo”, lo que en la obra de Voltaire, un siglo después, figurará como costumbre y espíritu colectivo. A su vez, el volksgeist, espíritu del pueblo, nutrirá al nacionalismo romántico germánico en autores como Fichte, Herder y los hermanos Schlegel, al reconocer que hay atributos propios, “inmutables”, lo mismo somáticos, psicológicos que artísticos, del ser popular de cada Nación. Para 1900 será la noción británica la que se imponga al distinguir en la mentalidad una visión del mundo, universo mental estereotipado y caótico al mismo tiempo, hasta que a mediados del siglo XX, sobre todo gracias a la Escuela de los Annales y de autores como Huizinga, Duby y Francastel, además de Le Goff, la historia de las mentalidades adopta el concepto althusseriano de ideología en tanto sistemas de “representaciones dotados de una existencia y un papel histórico en el seno de una sociedad dada”, permitiendo identificar los valores que articulan a la sociedad y que son comunes a todos sus estratos. Derivado de ello, queda claro que toda ideología es un ente dinámico, en transformación, no solo en el tiempo y el espacio sino también al interior de la propia sociedad, en la que cada grupo y aún individuos concretos, formulan y reformulan su muy particular visión de la historia, difícilmente adquiriendo un sentido de realidad. Imagen deformada que de ésta elabora el hombre a partir del juego complejo de sus representaciones mentales colectivas. De ahí la necesidad de estudiar dialécticamente las ideologías que cultivan los estratos dominantes pero también las populares, proscritas y perseguidas, cuyo rastro solo obra en el interlineado y más allá de las fuentes oficiales.

En consecuencia, hacer una historia de las mentalidades e ideologías, no es cosa menor, sobre todo porque es cada vez más evidente que el hombre para acceder al poder parte del control ideológico. Por ello mismo, Isaiah Berlin -a pesar de ser un ferviente estudioso de la historia ideológica, como lo muestra su obra El poder de las ideas- declaró alguna vez que cuando el sufrimiento, la indignación y la rabia se encuentran frente a una ideología rígida, esto conduce a “los desastres más terribles. Si no fuera por la ideología, esto no habría ocurrido. La ideología es muy, muy importante”, porque gran parte de la problemática de las ideologías es que justifican todo, comenzando por los crímenes, porque “si la ideología lo ordena, dejan de ser crímenes”. De ahí que festinara su “fin”: el fin de las ideologías, como lo llamó y tal pareciera que se inspiró en México.

\u0009Qué mejor prueba que el actual proceso electoral, en el que prácticamente no hay ya ideologías en contienda, solo hartazgo, ira, frustración sociales, producto de la atroz crisis en la que está hundido el rimbombante sistema pluripartidista, que en realidad no es otro que un caduco sistema hegemónico monolítico, anquilosado en manos -como diría Galeano- de un indigno grupúsculo de oportunistas políticos que solo predican pseudo ideologías ofreciendo falsas esperanzas, engaños y mentiras. Y justo de eso está cansada la sociedad, sobre todo la juventud.

México está alienado por la anomia, comprendida la ideológica, porque su tejido social –como diría Ziegler siguiendo la teoría durkheimiana- “está hecho jirones”; ninguna norma frena la agresividad individual o grupal y sólo contadas instituciones controlan los territorios marginales; la legalidad está rebasada por el narcotráfico, crimen organizado y violencia generalizados y el capitalismo salvaje campea como nunca antes. ¿Hay forma de combatirla? El propio Durkheim nos da el antídoto: solo fortaleciendo los valores, la estructura familiar y la identidad colectiva es posible recuperar la cohesión social. Confiemos estar todavía a tiempo y que la sociedad en pleno se concientice de ello, antes de que sea demasiado tarde.


bettyzanolli@hotmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli

\u0009

\u0009


Somos lo que hacemos

para cambiar lo que somos

Eduardo Galeano


¿Hasta dónde una idea o su ausencia pueden ser el motor de la historia? Desde que inició el interés por abordar la historia social, sus cultores reconocieron la necesidad de fundar sus análisis en el estudio de las estructuras materiales, lo que les llevó a reflexionar sobre los grupos humanos a partir de jerarquías, poderes, técnicas de producción y excedentes. Por ejemplo, la historia demográfica centró su atención en las poblaciones humanas buscando descubrir las leyes que las rigen; la urbana en las ciudades reconociéndolas como conglomerados heterogéneos; la de los conflictos sociales aislandoal fenómeno revolucionario; la historia social centrándose en las transformaciones de corta duración. Sin embargo, ha sido principalmente la historia de las mentalidades la que ha pretendido comprender el cambio social a partir de interpretar la génesis, transformación y muerte de las ideas.

\u0009Al respecto, Jacques Le Goff refiere cómo en la Inglaterra del siglo XVII la mentalidad era ya vista como una “forma particular de pensar y sentir de un pueblo”, lo que en la obra de Voltaire, un siglo después, figurará como costumbre y espíritu colectivo. A su vez, el volksgeist, espíritu del pueblo, nutrirá al nacionalismo romántico germánico en autores como Fichte, Herder y los hermanos Schlegel, al reconocer que hay atributos propios, “inmutables”, lo mismo somáticos, psicológicos que artísticos, del ser popular de cada Nación. Para 1900 será la noción británica la que se imponga al distinguir en la mentalidad una visión del mundo, universo mental estereotipado y caótico al mismo tiempo, hasta que a mediados del siglo XX, sobre todo gracias a la Escuela de los Annales y de autores como Huizinga, Duby y Francastel, además de Le Goff, la historia de las mentalidades adopta el concepto althusseriano de ideología en tanto sistemas de “representaciones dotados de una existencia y un papel histórico en el seno de una sociedad dada”, permitiendo identificar los valores que articulan a la sociedad y que son comunes a todos sus estratos. Derivado de ello, queda claro que toda ideología es un ente dinámico, en transformación, no solo en el tiempo y el espacio sino también al interior de la propia sociedad, en la que cada grupo y aún individuos concretos, formulan y reformulan su muy particular visión de la historia, difícilmente adquiriendo un sentido de realidad. Imagen deformada que de ésta elabora el hombre a partir del juego complejo de sus representaciones mentales colectivas. De ahí la necesidad de estudiar dialécticamente las ideologías que cultivan los estratos dominantes pero también las populares, proscritas y perseguidas, cuyo rastro solo obra en el interlineado y más allá de las fuentes oficiales.

En consecuencia, hacer una historia de las mentalidades e ideologías, no es cosa menor, sobre todo porque es cada vez más evidente que el hombre para acceder al poder parte del control ideológico. Por ello mismo, Isaiah Berlin -a pesar de ser un ferviente estudioso de la historia ideológica, como lo muestra su obra El poder de las ideas- declaró alguna vez que cuando el sufrimiento, la indignación y la rabia se encuentran frente a una ideología rígida, esto conduce a “los desastres más terribles. Si no fuera por la ideología, esto no habría ocurrido. La ideología es muy, muy importante”, porque gran parte de la problemática de las ideologías es que justifican todo, comenzando por los crímenes, porque “si la ideología lo ordena, dejan de ser crímenes”. De ahí que festinara su “fin”: el fin de las ideologías, como lo llamó y tal pareciera que se inspiró en México.

\u0009Qué mejor prueba que el actual proceso electoral, en el que prácticamente no hay ya ideologías en contienda, solo hartazgo, ira, frustración sociales, producto de la atroz crisis en la que está hundido el rimbombante sistema pluripartidista, que en realidad no es otro que un caduco sistema hegemónico monolítico, anquilosado en manos -como diría Galeano- de un indigno grupúsculo de oportunistas políticos que solo predican pseudo ideologías ofreciendo falsas esperanzas, engaños y mentiras. Y justo de eso está cansada la sociedad, sobre todo la juventud.

México está alienado por la anomia, comprendida la ideológica, porque su tejido social –como diría Ziegler siguiendo la teoría durkheimiana- “está hecho jirones”; ninguna norma frena la agresividad individual o grupal y sólo contadas instituciones controlan los territorios marginales; la legalidad está rebasada por el narcotráfico, crimen organizado y violencia generalizados y el capitalismo salvaje campea como nunca antes. ¿Hay forma de combatirla? El propio Durkheim nos da el antídoto: solo fortaleciendo los valores, la estructura familiar y la identidad colectiva es posible recuperar la cohesión social. Confiemos estar todavía a tiempo y que la sociedad en pleno se concientice de ello, antes de que sea demasiado tarde.


bettyzanolli@hotmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli

\u0009

\u0009