/ jueves 28 de mayo de 2020

Alta Empresa | La otra curva

La crisis provocada por la Covid-19 no se da en el vacío. Independientemente del resultado de las investigaciones orientadas a establecer la llamada verdad histórica sobre el origen de la pandemia, lo cierto es que el comportamiento y avance de las epidemias están atados de manera irremediable al contexto en el que suceden.

No es gratuito, entonces, que diversas voces internacionales comiencen a señalar la relación intrínseca que guarda el combate contra el coronavirus con la batalla por detener el cambio climático: de la banca de desarrollo mundial a revistas como The Economist, sin obviar diarios como The New York Times y Le Monde, todos coinciden en que la Covid-19 es apenas el ensayo general de lo que sucederá cuando llegue la fecha de estreno oficial: el día en que el calentamiento del planeta sea oficialmente irreversible. Esa otra curva, me temo, será imposible de aplanar.

¿Tenemos tiempo suficiente para salvarnos de la extinción? Incluso si hoy dejáramos de emitir gases de efecto invernadero, el calentamiento global continuaría ocurriendo durante al menos varias décadas más. Algunos científicos sostienen que el desastre es inminente en los polos del planeta; el Ártico, por ejemplo, puede estar libre de hielo al final de la temporada de derretimiento del verano en algunos años más. Responder al cambio climático implicará un esfuerzo coordinado a escala global (políticas y acuerdos internacionales, adopción de energías limpias) y ejecutado a nivel local (mejoras en transporte público, planificación urbana sostenible, etcétera).


No basta con reciclar y ahorrar agua: se trata de un cambio radical que redundará en una nueva manera de entender el espacio que nos rodea y cómo nos relacionaremos con éste. Hasta hace apenas unos meses, esta clase de transformación casi era impensable; hoy, con tres meses de cuarentena a cuestas y el mundo literalmente detenido, el cambio luce factible. Sí, en efecto, los aviones pueden volar menos, no tenemos que usar el coche y, ya en el extremo, quizá hasta seamos capaces de replantearnos la relación industrial que hemos establecido con los millones de animales que consumimos anualmente (factor incuestionable de depredación planetaria y potencial factor de origen de las pandemias por venir)


El factor social también debe ponerse sobre la mesa. En un mundo que cuestiona cada vez más los modelos de crecimiento que aún no logran erradicar la exclusión y garantizar prosperidad de largo plazo, queda claro que los recursos públicos son insuficientes frente a los billones de dólares de inversión anual requerida para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos en 2015. De ahí la importancia de adoptar modelos más rigurosos de Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Ante retos como la urbanización creciente, el aumento de los conflictos, la cuarta revolución industrial, y la urgencia de reducir brechas en ámbito como infraestructura, inclusión financiera, seguridad alimentaria y acceso a la educación y salud, no existe mejor opción que movilizar las inmensas capacidades financieras y de innovación del sector privado. No hay cambio posible sin la participación de las empresas. Es imperativo proponer nuevos modelos.

La crisis provocada por la Covid-19 no se da en el vacío. Independientemente del resultado de las investigaciones orientadas a establecer la llamada verdad histórica sobre el origen de la pandemia, lo cierto es que el comportamiento y avance de las epidemias están atados de manera irremediable al contexto en el que suceden.

No es gratuito, entonces, que diversas voces internacionales comiencen a señalar la relación intrínseca que guarda el combate contra el coronavirus con la batalla por detener el cambio climático: de la banca de desarrollo mundial a revistas como The Economist, sin obviar diarios como The New York Times y Le Monde, todos coinciden en que la Covid-19 es apenas el ensayo general de lo que sucederá cuando llegue la fecha de estreno oficial: el día en que el calentamiento del planeta sea oficialmente irreversible. Esa otra curva, me temo, será imposible de aplanar.

¿Tenemos tiempo suficiente para salvarnos de la extinción? Incluso si hoy dejáramos de emitir gases de efecto invernadero, el calentamiento global continuaría ocurriendo durante al menos varias décadas más. Algunos científicos sostienen que el desastre es inminente en los polos del planeta; el Ártico, por ejemplo, puede estar libre de hielo al final de la temporada de derretimiento del verano en algunos años más. Responder al cambio climático implicará un esfuerzo coordinado a escala global (políticas y acuerdos internacionales, adopción de energías limpias) y ejecutado a nivel local (mejoras en transporte público, planificación urbana sostenible, etcétera).


No basta con reciclar y ahorrar agua: se trata de un cambio radical que redundará en una nueva manera de entender el espacio que nos rodea y cómo nos relacionaremos con éste. Hasta hace apenas unos meses, esta clase de transformación casi era impensable; hoy, con tres meses de cuarentena a cuestas y el mundo literalmente detenido, el cambio luce factible. Sí, en efecto, los aviones pueden volar menos, no tenemos que usar el coche y, ya en el extremo, quizá hasta seamos capaces de replantearnos la relación industrial que hemos establecido con los millones de animales que consumimos anualmente (factor incuestionable de depredación planetaria y potencial factor de origen de las pandemias por venir)


El factor social también debe ponerse sobre la mesa. En un mundo que cuestiona cada vez más los modelos de crecimiento que aún no logran erradicar la exclusión y garantizar prosperidad de largo plazo, queda claro que los recursos públicos son insuficientes frente a los billones de dólares de inversión anual requerida para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos en 2015. De ahí la importancia de adoptar modelos más rigurosos de Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Ante retos como la urbanización creciente, el aumento de los conflictos, la cuarta revolución industrial, y la urgencia de reducir brechas en ámbito como infraestructura, inclusión financiera, seguridad alimentaria y acceso a la educación y salud, no existe mejor opción que movilizar las inmensas capacidades financieras y de innovación del sector privado. No hay cambio posible sin la participación de las empresas. Es imperativo proponer nuevos modelos.

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