/ jueves 5 de noviembre de 2020

Alta Empresa | Regreso al cine, segunda parte

La semana pasada fui a ver Nuevo orden, la polémica cinta de Michel Franco que ofrece una visión distópica de México donde la lucha de clases alcanza un punto de inflexión que deriva en violencia, caos y autoritarismo militar. La película generó una expectativa inusitada: desde las redes sociales que explotaron con discusiones absurdas en torno al supuesto clasismo con el que Franco capitalizaba el miedo a un estallido social, a múltiples noticiarios que le dedicaron mesas de análisis, sin obviar las recomendaciones de comentaristas políticos que la calificaban como una “obra maestra de nuestros tiempos”.

Así fuera por unos días, Nuevo orden se posicionó como un tema central del debate público. La taquilla, sin embargo, no reflejó esa presencia en medios. De acuerdo con datos de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine), tras dos semanas de exhibición, Nuevo Orden acumuló 14.7 millones de pesos generados por 235,700 asistentes en 1,644 pantallas. El día que la vi fue en un recinto de Cinépolis Interlomas VIP. Era el único en la sala. Nuevo orden debutó como primer lugar en taquilla, pero a muy pocos les interesó verla. La contradicción es curiosa: pese a que los estrenos cinematográficos aún son capaces de marcar pautas en la agenda sociocultural, las salas son lugares lúgubres y solitarios.

La situación no va a cambiar pronto. El primer problema consiste en convencer al público de que las salas son lugares con probabilidades bajas de contagio. Pese a la instalación de nuevas medidas sanitarias y un aforo reducido al 30% de capacidad, las cadenas de exhibición no han sido capaces de revertir la idea de que son inseguras, o, por lo menos, con un riesgo menor a un restaurante que opera a puerta cerrada con medidas sanitarias equivalentes. El prejuicio obedece a una razón que oscila entre la culpa y la disociación cognitiva: el grueso de la gente asume como racional comer en un lugar cerrado porque requiere de alimentos y convivencia, pero percibe como frívolo arriesgarse por una película a la que identifica como un entretenimiento que puede disfrutar en casa. Absurdo.

Otro problema: la falta de material atractivo que exhibir. Con la excepción de Wonder Woman 1984, los estudios han pospuesto los potenciales estrenos taquilleros hasta pasados los primeros meses de 2021. La escasez de lanzamientos será desastrosa. La Asociación Nacional de Propietarios de Teatros de Estados Unidos predice que siete de cada diez compañías exhibidoras quebrarán sin un rescate. De acuerdo con el semanario The Economist, es probable que cadenas mayores como AMC Theatres y Cineworld incumplan pagos o se declaren en quiebra. Los estudios, ciertamente, no son amigos de la caridad. Disney, por ejemplo, despidió a 28,000 trabajadores de sus parques temáticos y luce más concentrado en Disney plus, lanzado recientemente en México por 159 pesos al mes. Algunos ven esto como una oportunidad para que un cine mexicano distinto a la comedia romántica ocupe los espacios vacíos, pero, como quedó evidenciado con Nuevo orden, hoy ser el más grande de los enanos en la taquilla no equivale a ser un trancazo económico. ¿Estamos ante el fin de la exhibición como la conocemos?



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La semana pasada fui a ver Nuevo orden, la polémica cinta de Michel Franco que ofrece una visión distópica de México donde la lucha de clases alcanza un punto de inflexión que deriva en violencia, caos y autoritarismo militar. La película generó una expectativa inusitada: desde las redes sociales que explotaron con discusiones absurdas en torno al supuesto clasismo con el que Franco capitalizaba el miedo a un estallido social, a múltiples noticiarios que le dedicaron mesas de análisis, sin obviar las recomendaciones de comentaristas políticos que la calificaban como una “obra maestra de nuestros tiempos”.

Así fuera por unos días, Nuevo orden se posicionó como un tema central del debate público. La taquilla, sin embargo, no reflejó esa presencia en medios. De acuerdo con datos de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine), tras dos semanas de exhibición, Nuevo Orden acumuló 14.7 millones de pesos generados por 235,700 asistentes en 1,644 pantallas. El día que la vi fue en un recinto de Cinépolis Interlomas VIP. Era el único en la sala. Nuevo orden debutó como primer lugar en taquilla, pero a muy pocos les interesó verla. La contradicción es curiosa: pese a que los estrenos cinematográficos aún son capaces de marcar pautas en la agenda sociocultural, las salas son lugares lúgubres y solitarios.

La situación no va a cambiar pronto. El primer problema consiste en convencer al público de que las salas son lugares con probabilidades bajas de contagio. Pese a la instalación de nuevas medidas sanitarias y un aforo reducido al 30% de capacidad, las cadenas de exhibición no han sido capaces de revertir la idea de que son inseguras, o, por lo menos, con un riesgo menor a un restaurante que opera a puerta cerrada con medidas sanitarias equivalentes. El prejuicio obedece a una razón que oscila entre la culpa y la disociación cognitiva: el grueso de la gente asume como racional comer en un lugar cerrado porque requiere de alimentos y convivencia, pero percibe como frívolo arriesgarse por una película a la que identifica como un entretenimiento que puede disfrutar en casa. Absurdo.

Otro problema: la falta de material atractivo que exhibir. Con la excepción de Wonder Woman 1984, los estudios han pospuesto los potenciales estrenos taquilleros hasta pasados los primeros meses de 2021. La escasez de lanzamientos será desastrosa. La Asociación Nacional de Propietarios de Teatros de Estados Unidos predice que siete de cada diez compañías exhibidoras quebrarán sin un rescate. De acuerdo con el semanario The Economist, es probable que cadenas mayores como AMC Theatres y Cineworld incumplan pagos o se declaren en quiebra. Los estudios, ciertamente, no son amigos de la caridad. Disney, por ejemplo, despidió a 28,000 trabajadores de sus parques temáticos y luce más concentrado en Disney plus, lanzado recientemente en México por 159 pesos al mes. Algunos ven esto como una oportunidad para que un cine mexicano distinto a la comedia romántica ocupe los espacios vacíos, pero, como quedó evidenciado con Nuevo orden, hoy ser el más grande de los enanos en la taquilla no equivale a ser un trancazo económico. ¿Estamos ante el fin de la exhibición como la conocemos?



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